miércoles, 15 de diciembre de 2010

Pulso

Alfredo P. Rubalcaba sobre la crisis de los controladores aéreos: “Quien echa un pulso al Estado, lo pierde”.

¡¡Jaaa, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, muoooc, muooooc… Jaaa, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, muoooc, muooooc, muooooc… Juaaaa, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja... Arf, arf, arf!!

Firmado: Los Mercados.

martes, 30 de noviembre de 2010

Muerte a los profesores

En enero de este año le dediqué una entrada al discurso de Barack Obama en Oslo con motivo de la entrega de ‘su’ Premio Nobel de la Paz (“El guerrero pacifista”). A ella remito al lector ocasional de este blog para mejor ambientar el rápido comentario de hoy. Decía allí que Obama se había permitido, con un matonismo impropio de semejante acto, lanzar serias amenazas a Irán por sus pretensiones de poseer la bomba atómica. “Tiene que haber consecuencias”, habían sido sus palabras al respecto en aquella ocasión.

Al mes siguiente, el 12 de enero de este año, fue asesinado con una bomba un profesor de la Universidad de Teherán, un colega, al fin y al cabo, por el que no conozco ninguna universidad del mundo que encendiera una vela. Se llamaba Masud Mohammadi y era un físico especialista en energía nuclear. Como en una escena de El americano impasible, una bicicleta explotó a su paso. Nadie ha reivindicado el atentado. Inevitablemente, a mí me recordó que el ingeniero Ryan fue asesinado por ETA para impedir la construcción de la central nuclear de Lemóniz.

Ayer, coincidiendo con la escandalera en torno a los chismes diplomáticos filtrados por Wikileaks (entre otros, que los jeques árabes del golfo suspiran por impedir, como Israel y EE UU, la nuclearización iraní), otros dos profesores de la universidad de Teherán han sido víctimas de sendos atentados por un procedimiento similar: el profesor Mayid Shahriyarí ha muerto; el profesor Ferydún Abbasí-Davaní ha resultado herido. A ambos les acompañaban sus esposas, gravemente heridas. ¿Ninguna universidad civilizada tendrá algo que decir respecto a los atentados contra nuestros colegas? ¿Nuestro cinismo nos permitirá encogernos de hombros ante las víctimas del terrorismo ‘bueno’ y seguir celebrando al ‘guerrero pacifista’ sin establecer ninguna conexión entre estos hechos y el chulesco discurso de Oslo?

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Proteo en Hacienda

Según la mitología griega, Proteo era un dios marino que podía predecir el futuro, pero cambiaba de forma para evitar tener que hacerlo, contestando sólo a quien era capaz de capturarlo. Inatrapable y enigmática, como Proteo, la llamada crisis no para de transformarse y mutar, al parecer imposible de ser contenida y sin respuesta sobre su evolución. Y, sin embargo, no hace falta mucha ciencia para aventurar sus inclinaciones y perversiones más íntimas.

Los países de Europa son su objetivo manifiesto: después de la remota periferia, después de Islandia y los paises bálticos, los que más prisa se dieron en ‘liberalizarse’, la zona euro es ahora la víctima preferida de “los mercados”, que actúan como expertos timadores cebándose sobre quienes más les creyeron.

El tornado sigue girando hacia el centro: primero fue Grecia, sacrificada en el altar de los bancos alemanes, y es ahora Irlanda, esa misma Irlanda que hasta antes de ayer era presentada por los serviles y estupidificados medios de comunicación como el ‘Tigre Celta’, la esmeralda del neoliberalismo, ejemplo inmarcesible del éxito, del boom y del bang de las teorías privatizadoras - la que debe ser “rescatada” por un Monopoly siniestro. Con sus cientos de miles de millones bajo el brazo, los técnicos de la UE y el FMI llegan al rescate con sus contrapartidas tipo ángel exterminador: hay que reducir drásticamente el “déficit público”, causado en último extremo por los desembolsos públicos para “rescatar” bancos en apuros.

Dicen que los próximos somos nosotros, los portugueses y los españoles… El presidente del Banco de España ya anda por ahí diciendo que a quién se le ocurre no recortar las pensiones, que qué van a pensar de “nosotros” “los mercados” (todo tiene que ir entre comillas porque todo es lenguaje figurado y nada significa nada), que ya no confían en “nosotros” porque no tenemos suficiente sadismo para joder a los trabajadores.

En conclusión: hay que arrojar a la gente a la intemperie, desmantelar a toda costa el Estado protector, que debe pagar de ese modo su papel de Noé de la gran banca. Los “mercados” apuntan, el FMI ejecuta.

Puesto que no se recogen impuestos (los ricos están exentos o defraudan impunemente y los pobres, en el paro, no cotizan), hay que pedir prestado a los mismos ricos a quienes se exime de tributar y a quienes se ha transferido cantidades industriales de dinero público. Con aire paternal, los ricos que no pagan y se llevan el dinero público acuden a adquirir bonos y letras de la deuda pública a un interés cada vez más exorbitante que reduce aún más la holgura del lazo que estrangula al Estado. Nadie parece hacerse la pregunta evidente: ¿por qué no se les confisca ese dinero en forma de impuestos, en lugar de pretenderlo como préstamos, que son el precio de nuestra soberanía?

La amenaza de no poder vender más deuda pública y entrar en bancarrota hace sonar la campanilla de auxilio de los Estados. Los paniaguados de los ricos, políticos de la UE o economistas del FMI, hacen entonces su entrada triunfal… exigiendo a cambio más ventajas para los poderosos y más sufrimientos para los débiles. Y vuelta a empezar.

En ese ciclo infernal, la moneda común se debilita como resultado de la “desconfianza” de “los mercados” (es decir, esos fondos de inversión nutridos de dinero robado, evadido o subvencionado y, según el presidente del Banco de España, lo único que debe preocuparnos en el mundo). Mi hipoteca en yenes, de la que no he conseguido escapar, se dispara. Pero eso importa poco en comparación con la desesperación de otros muchos.

¿Los beneficiarios? El submarino angloamericano, concertando sus poderes financieros en Wall Street y Londres para torpedear cualquier sombra de competencia monetaria con el dólar; los industriales alemanes, a quienes un euro bajo les facilita la exportación y también el propio Estado alemán, cuya deuda pública se convierte en refugio de quienes huyen de la incertidumbre de las demás (a esa estrategia juega, con su sonrisa de adolescente loca, Angela Merkel); los ideológos neoliberales, que en lugar de recibir su castigo merecido como promotores de la “crisis” (¿cómo se explica que nadie pida explicaciones por el fracaso de Irlanda?), sacan pecho y, aprovechando el anonadamiento general, reclaman más de lo mismo para conjurar el demonio del “déficit público”; los oportunistas de la gran industria del empleo (vampiros del motor en gran número, desde el sector del automóvil a los explotadores de autopistas privadas), que se apresuran a chantajear a los poderes públicos con la amenaza de dejar en el paro a más gente si no se les “ayuda”, impulsando aún más el socialismo para ricos en que se ha transformado nuestro proteico sistema.

Regalárselo todo a quien puede pagar mucho, y cobrarle hasta el último céntimo a quien no puede pagar: ese es el lema de la buena economía al uso. Hace ya tiempo que las llamadas “corporaciones” no solamente no tributan al fisco sino que obtienen dinero público vía subvenciones, “vacaciones fiscales” u otras fiestas fiscales de guardar.

En el futuro, mientras se reduce el déficit público, nuestro impuestos irán cada vez menos a gastos sociales y cada vez más por el mismo sumidero abajo – a las arcas de quienes tienen dinero para poner en el casino de la economía. Y otro piquito quedará para pagar a la policía que debe rompernos la cabeza cada vez que la levantemos, de manera que, en el colmo de la sofisticación, seamos nosotros quienes paguemos nuestro propio vapuleo. Conviene tenerlo en cuenta a la hora de plantearnos nuestras futuras relaciones con Hacienda.

viernes, 22 de octubre de 2010

¡Que viva Cánovas!

“El líder conservador anuncia nuevas reformas”. “El líder conservador urge las reformas”: titulares de ese tipo se han convertido en moneda corriente en nuestra prensa. Fueron de rigor cuando Nicolas Sarkozy ganó las elecciones presidenciales en Francia, hasta tal punto que los comentaristas tenían problemas para decidir si debían hablar de él como el “líder conservador” o como el líder “reformista”. A fecha de hoy día puede leerse: “El presidente conservador francés, Nicolas Sarkozy, anunció el jueves una serie de ajustes a la reforma de la jubilación”, o “Los franceses rechazan la reforma de la jubilación impulsada por el presidente conservador Sarkozy” - sin que nadie parezca sorprendido por la flagrante contradicción. ¿Es posible ser “conservador” y haberse convertido en el principal promotor de “reformas”? ¿No significa “conservar” más bien “dejemos las cosas en paz” en lugar de “vamos a arremangarnos y cambiar todo esto”?

El oxímoron ha ido adquiriendo cada vez mayor redondez y volumen, hasta que, en los últimos días parece estar a punto de estallar: David Cameron, el flamante primer ministro de Gran Bretaña y líder del Partido Conservador (sic) ha dejado a sus feligreses y a la propia prensa un poco aturdidos cuando, presentando su batería de reformas dispuestas para dinamitar lo que de Estado social queda en su país, ha salido por fin del armario: “Ahora nosotros somos los radicales.”

Y, de pronto, lo he comprendido todo, he caído del caballo.

Efectivamente: yo, que toda mi vida he sido, a juicio de mis interlocutores, un radical, un extremista, un exagerado y todas esas acusaciones que pretenden descalificar tu discurso por vía del cañonazo ad hominem - yo venía últimamente sintiéndome raro. Notaba que cada vez que oía a alguien hablar de “modernidad” o de “progreso” la adrelanina me hervía en el cuero cabelludo. ¿Qué me estaba pasando, a mí, que alguna vez había dicho “Si es tradicional, es malo”? De repente notaba que el pasado me gustaba más que de costumbre, que las innovaciones me parecían jugadas de trilero, que el I + D me sonaba a “Y deme más”, que los experimentos, con gaseosa, y no podía por menos que pensar, un poco melancólico: “Me estoy haciendo viejo”.

Pero, no. Aunque también, no me estaba volviendo viejo: me estaba volviendo conservador. O, más bien, igual que cuando se mueve un tren en sentido contrario al nuestro da la impresión de que somos nosotros quienes nos movemos, cuando quise darme cuenta, la historia, y no mi biografía, me había hecho conservador. A los rojos de mi generación, coherentes con sus ideas, la historia nos ha hecho conservadores. Nuestra palabra hoy, la unica palabra que intercambiamos, es “resistencia”. Nadie habla de “avance”, nadie habla ya de “conquistas”: sólo podemos soñar con resistir, resistir y resistir. O sea: conservar, conservar y conservar.

“Todo esto debe saberse”, pensé. “La gente debe darse cuenta de que todo es ahora al contrario de lo que hasta ahora había supuesto.” Como confirmaban los expertos en sondeos y tendencias sociales, el electorado europeo era centrista, estaba convencido de que quienes estaban en el gobierno eran moderados, gente pragmática, centrada y que los extremistas estaban fuera del gobierno, como su propio nombre indica, en los márgenes del sistema. Y sin embargo, tal y como los elegidos confiesan, es hora de que los electores compredan que estan siendo gobernados por peligrosos radicales camuflados con traje de chaqueta y corbata, mientras que los tipos de verdad conservadores, carcas, casi casi reaccionarios, yo diría, estamos por ahí, manifestándonos en zapatillas de deporte, vaqueros raídos y camisa por fuera del cinturón.

¿No se dan cuenta? Quien habla todo el rato de “reformas” (reforma laboral, reforma de las pensiones, reforma de la seguridad social, reforma educativa), quien nos exige no detenerse hasta alcanzar la “excelencia” o, aún más inalcanzable, la “eficiencia”, quien no se contenta nunca con la “productividad” existente, quien nos propone una vida de “competencia” deportiva y sin relajos, quien se sirve sin cesar de esos iconos verbales acuñados en los centros neocon mientras “implementa” con azogue hiperactivo una batería interminable de nuevos decretos y leyes que “ajustan estructuralemente” nuestras vidas es, tiene que ser, no queda más remedio que sea un peligroso e insaciable inconformista.

¿Es que no lo ven? Incluso las palabras de siempre les parecen manidas. Con el mismo fanatismo con que los revolucionarios franceses dejaron enero y julio para hablar de brumario y termidor, ellos han dejado de referirse a la justicia, a la igualdad, a la fraternidad, a la solidaridad, a la esperanza, a la utopía como inspiración u objetivo de ninguna especie – y en su lugar nos largan su farfolla angloide de fontanería financiera. Ellos, los neoliberales y sus lacayos, los socialdemócratas, después de cargarse los bares, cafeterías y ultramarinos que habíamos conocido de toda la vida y llenarnos las calles de sucursales bancarias, están dispuestos también a desmantelar los contratos que hemos conocido de toda la vida, las pensiones que hemos conocido de toda la vida, la sanidad que hemos conocido de toda la vida, la educación que hemos conocido de toda la vida, el paisaje que hemos conocido de toda la vida. Quieren cambiárnoslo todo: la tierra, el aire, el alma. En lugar de conformarse con lo de siempre, como dios manda, nos han sumido en un permanente estado de enloquecida experimentación. Y no sólo a los mayores: incluso se atreven con los niños. Porque, ¿qué otra cosa es sino un experimento radical con niños la masiva implantación de una enseñanza en una lengua distinta de la de sus padres, que es de lo que se habla cuando se habla de “bilingüismo”? ¿No supone, en fin, la economía de mercado que nuestros gobernantes idolatran, dispuesta a transformar radicalmente nuestro paisaje bajo el ladrillo y el hormigón, a sondear radicalmente el Ártico en busca de petróleo, a talar radicalmente la Amazonia para plantar soja, un serio y radical experimento con todo el planeta?

Gracias, señor Cameron, por su sinceridad: se llame como se llame su partido, usted, no, pero yo, sí, yo sí que soy conservador. Y qué felicidad haberlo descubierto. Hoy lo proclamo con lágrimas en los ojos: sí, soy conservador. Coño, por fin soy conservador. Soy conservador como los transportistas, los obreros y los estudiantes franceses que paralizan su país contra las reformas de Sarkozy. Soy conservador como los huelgistas y manifestantes griegos. Soy conservador y quiero que dejen en paz a los mayores y a los pequeños, quiero que dejen en paz al planeta, quiero que dejen en paz las leyes, las costumbres y las normas.

Y, de paso, quiero que todos los electores que gustan de votar centrado y moderado sepan que unos peligrosos radicales, unos auténticos antisistema, se han hecho surrepticiamente con el poder y están dispuestos a no dejar títere con cabeza. Por fin podré replicarle a quien me acuse de radical: “No te confundas: los radicales están en el gobierno”. El extremo es el centro y, consecuentemente, el centro es el extremo. El centro derecha y el centro izquierda: ahí está el abismo. Si quieren una política realmente moderada, centrada y sanamente conservadora, ya pueden ir pensando en la extrema izquierda – esa pandilla de apolillados y rancios antimodernos, gente a la que le gustaría, simplemente, que las cosas se quedasen como a finales de los años setenta o, poniéndonos estupendos, a principios de los ochenta del siglo pasado, con sus ambulatorios sin externalizar, sus convenios colectivos, sus Institutos públicos respetados, sus Universidades sin ránking, su fiscalidad progresiva, su mundo sin globalización ni escuelas de negocios, su Unión Soviética de cartón piedra, sus viajes en tren y hasta su peseta. ¡Qué viva Cánovas!

jueves, 14 de octubre de 2010

Guerra de divisas y lucha de clases

En el mundo hay en curso una auténtica guerra de divisas. La Reserva Federal de Estados Unidos está inundando los “mercados” de dólares. Eso mismo están haciendo los Bancos Centrales de Japón o de Gran Bretaña con sus yenes y sus libras esterlinas. ¿Cuál es el propósito? Mientras se les exige a los demás (sobre todo a China) que aumenten el valor de sus monedas, esa inundación de liquidez debería obligar a los socios comerciales a aceptar dólares, yenes o libras más baratas. Al abaratar el precio de sus productos hacia el exterior se estaría rehabilitando la llamada competitividad exportadora, posibilitando de ese modo una salida de la recesión sin subirles el sueldo a los trabajadores. Como puede ver hasta el más ciego, el planteamiento de los bancos centrales es pura y dura lucha de clases.

jueves, 30 de septiembre de 2010

Miedo

Ayer miércoles, 29 de septiembre de 2010, los sindicatos convocaron a una huelga general contra la llamada ‘reforma laboral’ y otras medidas ‘anti-crisis’ del gobierno del PSOE. Según una información que divulgaba el diario Público, el 77% de los españoles encontraba razones para hacer huelga, pero sólo 1 de cada 5 pensaba secundarla. Con fruición, la prensa de hoy parece confirmar el reducido impacto de la convocatoria.

Si todo eso tiene algo de cierto, si es verdad que, en el momento en que más arrecia la ofensiva contra los trabajadores y las clases populares, la respuesta ha sido aún menor que en ocasiones anteriores, la cosa daría una idea nítida del miedo de la gente.

A lo largo del día, la televisión mostraba que los negocios de ciudadanos chinos en polígonos industriales habían cerrado sin excepción. Eso no lo hacían, se nos decía ante la cámara, por convicción revolucionaria precisamente, sino por temor a los problemas con los piquetes de trabajadores. Pues bien, renunciando a su derecho y acudiendo mansa y dócilmente a sus puestos de trabajo de forma mayoritaria, los ciudadanos españoles han demostrado mucho más miedo a los patronos, al despido y a las represalias laborales, que los chinos a los piquetes. Eso ya supondría en sí mismo una denuncia de la agresividad del sistema y de su grado de explotación sin necesidad de más comentarios.

Celebrando satisfecho el fracaso de la convocatoria, el inefable diario El País explica que la huelga es muy poco moderna y que los sindicatos están obsoletos por intentar defender “unos derechos sociales que no se pueden pagar a la larga”. Le contestaré como le contestó cierta mujer al emperador Adriano. Cuando se dirigió a él, en plena calle, para contarle sus problemas, el emperador pretendió esquivarla diciéndole: “Señora, no tengo tiempo para sus quejas”. Y ella le respondió: “Si no tienes tiempo para mí, entonces no tienes tiempo para gobernar”. Yo le diría a El País que si la Economía no le puede pagar a la gente las bajas de maternidad y las pensiones, el paro, la sanidad y la educación públicas, entonces la Economía no puede pagar nada.

¿Qué clase de lavado de cerebro explica que toleremos un sistema que nos intimida y acoquina y que, a cambio de nuestro servilismo, no nos promete más que abandono y sufrimiento?

martes, 14 de septiembre de 2010

El umbral del Olimpo

Tengo una hija de diez años cuya educación me plantea serios problemas. ¿Debo, por ejemplo, enseñarle a respetar a los demás en un mundo en que el discurso público está a punto de hacer pedazos el vínculo solidario, en que el darwinismo social se acepta como un hecho consumado, en el que no sólo los modernos capataces, los directores de recursos humanos, siembran la cizaña entre sus subordinados sino incluso los profesores, los educadores, mis compañeros, ingenian sin mala conciencia métodos para obligar a los alumnos a vigilarse y reprimirse los unos a los otros?
En mis clases de mitología presento a mis alumnos el mundo mítico: un escenario teatral partido en horizontal – en la parte de arriba, como en un balcón, inmortales y omniscientes, los dioses disputan sin peligros reales en un mundo de opereta; en la parte de abajo, a ras de suelo, los mortales, conscientes de su destino e ignorantes de todo lo demás, viven entre el drama y la tragedia. De ellos se sirven para sus fines y a capricho los dioses que reinan sobre sus cabezas.
Sin embargo, descubro, el tabique que los separa no es estanco, ni fijo, sino, más bien, una capa porosa y oscilante. El umbral que marca esa separación es el extremo norte de la envidia de la gente.
La envidia tiene límites por arriba: para sentirla necesitas creer que lo que tiene el otro está de algún modo a tu alcance. Para envidiar hay que rivalizar –por eso no se sienten celos de los inalcanzables dioses, ni se les vigila ni se les censura: se les adora. En cambio la envidia y el resentimiento se afilan, mucho e irónicamente, contra nuestros congéneres, contra los pobres mortales, incomparablemente más sufridos y desgraciados.
Pero los personajes humanos del gran teatro del mundo contemporáneo forman una pirámide, un zigurat, una babel a terrazas cada vez más empinada, cuyas alturas ciertamente tocan el cielo.
El mayor logro que atribuyo al sermón oficial, al discurso cínico que el púlpito vomita sobre la feligresía de nuestro tiempo, es lo que podríamos llamar el desplome del umbral del Olimpo: la línea protectora de la envidia ha descendido sutilmente hasta abarcar a un selecto grupo de mortales, a quienes no se les reprocha ya ni se les censura nada; al revés, son admirados, incluso, sí, adorados. A ellos jamás se les escruta en busca de explicaciones a la desgracia de los que quedamos por debajo de ese techo máximo de la envidia, el rencor y el resentimiento. De las pésimas condiciones del trabajo no se culpa a los ideológos y encubridores de un sistema cruel, a un empresariado incompetente, unos ejecutivos sin escrúpulos o unos inversores ávidos, sino a los compañeros que no trabajan demasiado.
Hay un modo de conocer cuál es para cada quien el límite de la envidia, el que establece el umbral del Olimpo: se sitúa allí donde se resiente nuestra sagrada noción de ‘privilegio’. Pues bien, los mortales ociosos y bronceados cuyas vidas atisbamos con arrobo y devoción a través de las páginas del Hola o en teleprogramas como Corazón, Corazón, que poseen cien o mil veces más que nosotros y lo poseen a nuestra costa no son privilegiados - ellos son, sencillamente, dioses ajenos a nuestro mundo, fugitivos del escenario de nuestra envidia, espejos de nuestra fantasía inmunes a cualquier juicio. Los ‘privilegiados’ cuyos privilegios resentimos y no consentimos son, ajajá, los funcionarios que tienen sueldo garantizado, los jubilados que cobran sin trabajar (ya), los conductores del metro, los inmigrantes o los sindicalistas liberados. Para los contratados temporales, los ‘privilegiados’ tienen trabajo fijo; para los parados son ‘privilegiados’ simplemente los que tienen empleo. En un colmo de los colmos, para muchos empleados los 'privilegiados' son los desempleados, que cobran un piquito sin tener que fichar.
El mundo mítico construye, en realidad, una separación entre los cuestionables y los incuestionables. Con esa palanca, el vínculo de la solidaridad entre los más débiles se ha roto, y en su lugar se impone una voluntad ciega de escapar del agujero y cambiar de escenario pasando y pisando por encima de quien sea. La lógica de la emancipación colectiva ha sucumbido a la visión mítica y su techo. De ese techo cada vez más bajo del Olimpo se aprovechan los evangelistas de la salvación personal y, naturalmente, los políticos lacayos para desviar la ojeriza del electorado de la gente a la que protegen.
¿Cómo puedo educar a mi hija contra esa brutal credulidad de sus iguales?

lunes, 19 de julio de 2010

Ora et, si tienes curro, labora

POSIBILIDADES

La última monserga que se oye desde el púlpito es que hemos vivido, oh, pecadores, ‘por encima de nuestras posibilidades’. Eso dicen de sus respectivos electorados los primeros ministros europeos, desde Londres a Atenas. Pero, por ceñirnos al Reino de España, a mí me no me queda claro quiénes hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Por ejemplo, Amancio Ortega, el dueño de Zara, ¿ha vivido por encima de sus posibilidades? Según me he informado, el valor de sus empresas anda en torno a los 25 mil millones de euros. A mí por lo menos no me llega para imaginar cómo se puede vivir ‘por encima’ de eso. Y donde digo Ortega digo los más de ciento cincuenta mil españolitos que, según las estadísticas, se han hecho millonarios en euros. Si han conseguido vivir por encima de sus posibilidades, ¡qué cabrones!

O bien, hurgando en el otro extremo, los habitantes de La Rosilla, capital del chabolismo madrileño, ¿han vivido por encima de sus posibilidades? Quizá sea yo el que no entiende qué quiere decir aquí ‘posibilidades’, pero si hay algo que parece claro con independencia de su sentido exacto es que decir eso de Amancio Ortega resulta un poco aventurado y decirlo de los habitantes de La Rosilla, una pelotudez. Bueno, si ninguno de ellos ha vivido exactamente por encima de sus posibilidades, no todos hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y, al final, esto se va a parecer a los chistes de Gila: alguien ha vivido por encima de sus posibilidades...

En todo caso, y para prevenir que eso pueda volver a ocurrir en el futuro, nuestros gobernantes harían bien en decirnos cuáles son exactamente nuestras posibilidades, de modo que podamos, por un lado, atenernos a ellas y, por otro, conocer sin hacernos vanas ilusiones cuáles son los planes reales que el capitalismo ha establecido serenamente para nosotros.

De algunas posibilidades equivocadas ya nos vamos dando cuenta: todos creíamos que el capitalismo era ese sistema en que, a cambio de esfuerzo, iniciativa, trabajo y no sé qué más, todo el mundo (sin exagerar) podría comprarse una casa de más de 30 metros cuadrados, un coche mono y disfrutar de una semana de vacaciones en un tourist resort del Yucatán. Cuando uno piensa en esas posibilidades se da cuenta enseguida de a qué se refieren los premieres europeos. ¿Comprar una casa? Sí, si te decides a endeudarte de por vida y, con probabilidad, dejar a tus hijos en herencia no una vivienda, sino una hipoteca. Es más: cuando el capitalismo ha ofrecido una casa en propiedad hasta al más humilde y marginado de sus ciudadanos, cuando eso parecía posible, ha saltado la banca. Eso es imposible, facilitar la propiedad a los indigentes es la mismísima causa de la quiebra del sistema, han explicado los economistas bajo el epígrafe de ‘hipotecas sub-prime’.

¿Coche? Claro, para ir a trabajar. De forma que tendrás que trabajar perpetuamente para pagarte el coche que te has comparado para trabajar. ¿Vacaciones? ¿Quiere usted decir ocio remunerado? No jodamos, por favor: eso es una irresponsabilidad. En cuanto al Yucatán, no hace falta ni que nos lo aclaren las autoridades: eso está sin duda muy por encima de nuestras posibilidades.

El púlpito nos da sus razones para tanto polvo, sudor y hierro: todos estos recortes, todos estos ajustes, todas estas reformas laborales no son una manera de luchar por mejorar las condiciones de vida del hombre sobre la Tierra – todas estas privaciones tienen la abstrusa misión de ‘no empeorar la economía’ o, lo que es lo mismo ‘dar confianza a los mercados’. Oh, qué triste. No hay aquí la más mínima épica, ni el más mínimo ideal, sólo hay psicología no figurativa o filosofía de cuadrante. ¿Cuáles son nuestras posibilidades, pues, cuáles serán en el futuro? Las que dicten unos mercados histéricos. Pero cualquiera sabe que no se pueden pedir sacrificios en nombre de conceptos (y menos histéricos) si no han sido antes sacralizados y convertidos en dioses. Asistimos a las bodas de Mercado y Economía, que han depuesto a Progreso y Justicia de su trono como dueños de los corazones y las mentes de los hombres. Los motivos de nuestro esfuerzo no consisten en avanzar hacia una utopía, sino en huir de una catástrofe. El Manifiesto Consumista, el catecismo que rige nuestra organización global, se inicia con una frase: ‘Un fantasma recorre el mundo, el fantasma del déficit público’. Se han acabado las causas que enardecen y han regresado los ídolos que atemorizan.

Y SOLUCIONES

Algo sí que hay que agradecer a los implicados en el caso ‘Gürtel’: no tenían necesidad de llenar el país de hormigón y ladrillo, ni de convertirlo en una escombrera, ni siquiera de contaminarnos con amianto, fosfato, nitritos o humo radiactivo para hacer su negocio. Ellos se apañaban con unas mesas, una sillas y, de cuando en cuando, algún micrófono – objetos todos que desaparecían tras sus ‘eventos’ sin dejar mayor rastro. A esta forma de llevárselo, a diferencia de otras, habría que estarle sinceramente agradecido, porque, con gran ventaja sobre otras chorizadas de las que ha sido testigo la reciente historia de España, no produce efectos secundarios contaminantes o destructores de nuestro medio ambiente. No, señor: ellos se llevaban el dinero público de una manera que en buena ley podríamos llamar ‘sostenible’.

Y, en un mundo donde todo consiste en sacarle el dinero a paladas a los cotizantes, es de agradecer, insisto, que se haga así. De hecho, si fuésemos razonables, no tendrían más que pedirlo: ‘Oiga, mis tres, mis veinte, mis cincuenta millones.’ Y el empleado de Hacienda, a tirar de cheque y listo. En un mundo cuyos ‘yacimientos laborales’ no dan como resultado nada que de verdad necesitemos, cuando no se trata directamente de producir algo dañino, ¿por qué tendríamos que esperar a que vengan aduciendo alguna actividad empresarial que exija la movilización de personal para destrozarnos el país, el suelo, el agua y el aire? Por el amor de dios, que no se pongan emprendedores. ¡Or-ga-ni-za-ción! Una vez aceptado como un hecho normal de la post-postmodernidad, la extorsión de los ricos y poderosos debería hacerse de manera ecológica: yo propongo que el muy competitivo, productivo, excelente y eficiente ‘choriceo sostenible’ sustituya a la muy arcaica, rígida y destructiva ‘creación de empleo’ como forma habitual del trasvase de dinero de los pobres al bolsillo de los ricos. Y a esperar a que vuelva José María el Tempranillo.

sábado, 5 de junio de 2010

Paralelismos

El 11 de julio de 1947 zarpaba el puerto de Sète, en la costa francesa, un barco con 4.515 pasajeros a bordo con destino a la costa de Palestina. Las autoridades británicas del territorio habían advertido de que impedirían el paso a cualquiera que pretendiera entrar en territorio palestino. Tripulado por activistas, el barco decidió no retroceder y fue abordado a veinte millas marítimas de la costa, en aguas internacionales. Los pasajeros se resistieron al abordaje y los comandos ‘se vieron obligados’ a abrir fuego: tres personas murieron y decenas de ellas resultaron heridas durante la captura.

Finalmente, los inmigrantes judíos que pretendían forzar el bloqueo fueron devueltos a Europa. Cuatro meses más tarde, el Consejo de Seguridad de la ONU tomó la decisión de crear el Estado de Israel.

El nombre del barco era el Éxodo, y su peripecia constituye uno de los hitos oficiales de la historia de Israel. Una célebre novela de León Uris (lacrimógena y mediocre) y una película con Paul Newman en el papel estelar han hecho del acontecimiento un icono mundial de la resistencia a la arbitrariedad y de la victoria de la tenacidad sobre la fuerza bruta.

¿Quién escribirá la novela del Mavi Marmara? ¿Quién será el protagonista de la peli? ¿Faltarán sólo cuatro meses para que la ONU declare el Estado de Palestina?

jueves, 3 de junio de 2010

Estado lunático

A primeros del año pasado, en respuesta a lo sucedido en Gaza, servidor escribía: “La confianza de los israelíes en que nadie movería ni un dedo en contra de sus decisiones les ha llevado a un punto tal de desfachatez que, al grito de ‘Yahvé es grande’, se han permitido bombardear instalaciones de la ONU cuando su Secretario General, Ban Ki-moon, se encontraba en la mismísima Jerusalén. Esto equivale realmente a poner a las Naciones Unidas a los pies de los caballos. El divorcio entre la ONU e Israel, una pareja en la que hasta ahora una de las partes ha prodigado toda clase de desplantes y desprecios mientras la otra asistía modosita y callada a los insultos, puede empezar a hacerse realidad.”

Desde entonces hemos asistido a una extraña sucesión de acontecimientos: primero, en febrero de este año, sale a la luz que agentes de los servicios secretos israelíes se registraron con pasaportes europeos (ingleses, franceses, italianos), convenientemente falsificados, para liquidar a un dirigente de Hamás en un hotel de Dubai. El asunto resultó tan embarazoso para las potencias europeas que el Reino Unido (¡el Reino Unido de la Gran Bretaña!) se vio obligado a expulsar a un par de diplomáticos israelíes como señal de pública sanción.

Poco después, en marzo, un comunicado del Gobierno israelí declarando sus intenciones de proseguir con la construcción de viviendas en Jerusalén Este se da a conocer durante la estancia en Israel de Joe Biden, vicepresidente de Estados Unidos, quien se ha acercado por la región para intentar reconstruir la cara neutral de América y poner en marcha un nuevo plan de paz. Todo el mundo se queda alucinado. La publicación no puede ser más torpe e inoportuna, en un momento en que el gobierno de Obama se propone recuperar su papel de apaciguador, hasta el punto de que a Biden no le queda más remedio que expresar su “condena” al proyecto. Resulta difícil recordar cuándo había EE UU condenado algo de Israel con anterioridad. El daño causado a la misión de Biden es tan evidente, que Netanyahu llega a sugerir un acto de sabotaje.

Y, ahora, como todo el mundo sabe, un comando de la armada asalta un buque botado por un país miembro de la OTAN y plagado de ciudadanos de la Unión Europea. Todavía en estos momentos, varios días después, ignoramos con exactitud cuántos muertos y heridos ha habido, y quiénes son.

Para cualquiera que sepa leer los nombres de los países e instituciones implicados en los desprecios y las provocaciones, tantos errores que coinciden, uno tras otro, en dinamitar no sólo la reputación de Israel ante la opinión pública mundial, sino sobre todo sus relaciones con sus aliados y valedores, sólo pueden explicarse, racionalmente, como resultado de algún tipo de sabotaje desde posiciones cercanas a la cúpula del poder.

Pero, no, no es eso lo que parece. No he leído ni rastro de esa posibilidad por ningún rincón de la prensa internacional, ni siquiera en Pravda, que es el periódico más pro-sionista y más aficionado a la teoría conspirativa del mundo mundial. En la tele, ningún experto, entendido o simple enteradillo parece considerar la idea. La tesis más reiterada es, simplemente, que las autoridades israelíes son estúpidas o, como alternativa, que están locas. El periodista Uri Avnery cuenta un chiste sobre los generales israelíes que corre por su país: “Era tan estúpido que incluso los otros generales se dieron cuenta.” El profesor Norman Finkelstein describe a Israel como un “Estado lunático”, y se pregunta qué piensan nuestras autoridades, tan inquietas con la posibilidad de que Irán consiga el arma nuclear, de un Estado con doscientas o trescientas ojivas nucleares, que se ha vuelto manifiestamente loco de remate.

A mí la idea me da tanto miedo, que prefiero seguir haciéndome ilusiones de que Netanyahu tiene razón -e Israel es, la pobre, víctima de un poderoso quintacolumnista.

domingo, 30 de mayo de 2010

Autoagresión, servicio y dos preguntas más


AUTOAGRESIÓN

Uno de los mitos retóricos que nos confunden metódicamente desde el púlpito es la idea de que, cuando se habla de la economía nacional, ‘todos estamos en el mismo barco’. Antes, por lo menos, era bien sabido que no era así, y bastaba mirar a Botín o Florentino Pérez o Amancio Ortega para darse cuenta de que ellos iban en otro yate. Pero quizá nunca ha estado tan claro como ahora, para quien abrigase dudas, que no es así – que, en lo tocante a embarcaciones, esto se parece más bien a las regatas de Oxford contra Cambridge.

Sin andar haciendo mucha sociología, resulta palmario incluso a quien se informa sólo por la tele que los intereses de los llamados inversores (es decir, de todos aquellos que, de un modo u otro poseen ahorros o capitales que les producen réditos o rentas) están directamente enfrentados a los de aquellos que podemos llamar trabajadores (o sea, de los que tienen serios problemas para llegar a fin de mes, si es que acaso llegan), puesto que a cada avance de los beneficios de los ‘mercados financieros’ se produce un retroceso correspondiente e imparable en la capacidad adquisitiva y los derechos del ‘mercado laboral’. Si hay huelgas, no hay inversión; y para que corra el dinero, debe cundir el semi-esclavismo. Cuando unos pierden, otros ganan, y viceversa. Cuanto más fácil le pueden poner a uno en la calle, más sube la bolsa.

Esa fractura social es más compleja de lo que parece, puesto que no pocos de los ciudadanos del hemisferio norte podemos entrar a la vez en ambas categorías, la de rentistas y la de trabajadores. Es mi caso: como tantos otros tengo una más que modesta, humillada cantidad de dinerito en una cuenta de colorines en ‘tu otro banco’ que me ingresa a cambio del depósito 30 ó 40 euros mensuales. Pues bien, la conclusión de semejante contradicción es evidente: a cambio, o como resultado, de la presión ejercida por mi ganancia mensual de 30 euros, que retribuye mi participación en las bolsas dinerarias en nombre de las cuales se le exigen ‘medidas radicales’, el presidente socialista de mi país ha decidido que ‘no había otra solución’ que, en mi condición de funcionario, quitarme en torno a 200 de mis ingresos mensuales.

Sé que soy un privilegiado porque a la mayoría de los que les quitan 200, les quitan 200, mientras que a mí, gracias a mi astuto cálculo o raciocinio económico, sólo me quitan 160 ó 170. Aunque también sé que si nunca me hubiera dedicado a inyectar ahorros en un banco de especuladores financieros (yo y todos los demás), tal vez el poder político no hubiese encontrado argumentos para birlarme los 200 del ala.

Y lo peor es que, en nombre de mis 30 ó 40 euros mensuales, a quienes aspiran a beneficiarse de la generosidad de los ‘creadores de empleo’ les espera, además, una bonita reforma laboral.

SERVICIO

El mejor servicio que el presidente Zapatero podría hacer a la gente en cuyo nombre dice que gobierna, y posiblemente el único servicio ya a estas alturas, consistiría en sentarse delante de las cámaras de televisión, a la hora de máxima audiencia, y hablar claro por una vez. Decirle al público, reunido en casa a la hora de la cena: “Españoles, he aprobado el decretazo a punta de pistola. Los banqueros de FMI, los burócratas de Bruselas, la prensa de la mafia financiera, los empresarios españoles y hasta el presidente del país más poderoso de la Tierra se han puesto de acuerdo para apuntarme a la cabeza y exigirme que lo hiciera.” Zapatero debería tener el coraje de señalar uno por uno a los poderes nacionales y extranjeros que le tienen cogido por la pechera y le obligan a tomar medidas en contra de su voluntad y la de su electorado. Y, después de hacer eso, dimitir fulminantemente por razones obvias: “Yo no soy ya el que manda en el país. Me limito a cumplir órdenes. Y no sólo yo, sino que cualquier otro en mi lugar estaría incapacitado para gobernar el Estado español. La democracia ha muerto y yo no quiero hacerme cómplice de ese asesinato.”

Si Zapatero nos prestase ese servicio, incluso después de habernos birlado la cartera a quienes menos podemos defenderla, pasaría a la historia. Pero no hacerse ilusiones, no da la talla.

Y DOS PREGUNTAS MÁS

Primera: ¿Por qué cuando ETA apunta a la cabeza de alguien y lo chantajea, el PP y las personas decentes salen al grito de “No se negocia con terroristas”, mientras que cuando son “los mercados” los que nos apuntan y chantajean a todos, el PP, el gobernador del Banco de España, los señores de la CEOE y tutti quanti se ponen a gritar “Denles todo lo que exigen”?

Segunda: ¿Dónde está el ejército, nuestro ejército, para protegernos de esos mercenarios financieros que, de acuerdo con todos los titulares de prensa y a juzgar con lo que está sucediendo ya en Grecia, nos atacan?, ¿qué hacen por ahí persiguiendo talibanes?, ¿cómo pueden estar tan despistados, coño?

viernes, 23 de abril de 2010

Las partes del monaguillo

Vivimos tiempos de comunicación alta, gravementemente contaminada, una era lingüísticamente tóxica. Vayan dos ejemplos no muy rebuscados de lo que, con fuerte dolor de oídos, quiero decir.

Asistimos en estos días a una pugna entre dos recuas que han tomado como rehén a una pobre chiquilla de dieciseis años. La prenda: un pañuelo o toquilla llamado ‘hiyab’. Por un lado, un grupo de ultraderechistas e integristas cristianos dispuestos a humillar y ofender a los musulmanes (en su gran mayoría de origen marroquí) a la menor oportunidad; por el otro, una rancia hornada de machistas disfrazados de espiritualidad. Estos espectáculos no son insólitos. Pero lo peor (aparte del sufrimiento de la pobre menor atrapada entre dos bandos de descerebrados), lo que hace que me ponga a escribir al respecto después de haberme resistido a hacerlo en lo que va de mes, es que, en su disputa, tanto los racistas como los sexistas se apropian de argumentos que han sido afinados históricamente por un tercer grupo de tipos a los que ambas pandillas enfrentadas desprecian y han combatido de toda la vida: los progres y ateos. Así, los ultras racistas recurren, para abofetear a todo un colectivo de extracción humilde y extranjera en la persona de una frágil jovencita, a la bandera de la lucha contra la sumisión de la mujer; mientras que los machistas recalcitrantes alegan por su parte la libertad de creencias y achacan a la discriminación religiosa las dificultades que encuentran para imponer a las chicas su discriminación sexual.

De esa triste manera, los antiilustrados reciclan para lavar su suciedad un lenguaje que nació precisamente para librarnos de ellos.

Otro tema: expertos de todas las tallas, edades y capacidades craneanas (el último un tal Solchaga) insisten en la necesidad de que el gobierno tome ‘medidas impopulares’, sic, contra la crisis. No hace falta, en cualquier caso, tener muchos centímetros de diámetro cerebral para comprender por qué han de ser ‘impopulares’: todas y cada una de las que insinúan tienen como objetivo lesionar los intereses de las capas populares y trabajadoras. Como, obviamente, la gente no aprobaría ni una sola de esas medidas si se les pidiera opinión, han de ser por tanto ‘impopulares’. Obsérvese que, por las mismas razones y si usáramos el griego en lugar del latín, serían sencillamente ‘antidemocráticas’. Y, ¿en nombre de qué se solicitan? En nombre, ya se sabe, de los ‘mercados’ y de los ‘inversores’, en nombre de los ‘creadores de empleo’ – todos esos tipos que, en lo fundamental, pretenden ganar dinero sin trabajar. Esa partida de vagos que nos quiere poner a todos a currar de la manera más precaria posible representa, pues, la nueva soberanía del país: manifiestamente, son sus voluntades y no las del pueblo las que han de satisfacerse. ¿Por qué, entonces, se sigue hablando de ‘democracia’ y no de ‘corporocracia’, ‘inversocracia’ o ‘mercadocracia’?

En resumen: desde el púlpito, el predicador habla de libertad, tolerancia, respeto y presunción de inocencia mientras le toca sus partes al pobre monaguillo.


miércoles, 3 de marzo de 2010

La gran industria del empleo

El chantaje, el gran y vil chantaje de los tiempos que corren, consiste en la formulación ‘el problema es que no hay empleo’. ¿Por qué es un problema? Que no hay trabajo para todos es un hecho, un dato de la realidad que ni siquiera las épocas de mayor bonanza han conseguido disipar. No, no hay empleo para todos, nunca lo habrá. Pero la cuestión es, ¿y por qué tendría que haberlo?
La gente no necesita empleo: necesita dinero. Eso es todo. Abra usted la revista Hola! y encontrará una serie interminable de desempleados, o de subempleados, o de empleados ficticios que pasan su tiempo libre (llamado ocio, y no paro) jugando al golf en las islas Caimán. Es gente que no trabaja, y sin embargo no hace cola ante las oficinas de empleo. ¿Por qué? Muy sencillo: porque tiene dinero.

No solamente usted, el sistema entero trabaja para ellos. En buena medida son jugadores de Bolsa cuyo objetivo declarado consiste en hacer con su dinero más dinero sin trabajar. Es decir, cada vez que a usted le exigen trabajar, y trabajar más, en peores condiciones y por más tiempo, lo hacen en nombre de los llamados ‘inversores’, que son esa legión de parásitos adinerados visualizada como entes ‘creadores de empleo’. ¿Lo entiende?
Puesto que no se puede hacer que el dinero vaya allí donde hace falta, hay que
atraerlo, seducirlo. Y no hay movimiento más seductor para el dinero (también llamado ‘capital’) que los trabajos forzados, sin derecho a huelga, sin vacaciones pagadas, sin seguridad social. A todo eso se le llama ‘reforma laboral’. Como moscas a la mierda, nada atrae más a los ‘inversores’ que las empresas que se deshacen de sus ‘costes laborales’.
En última instancia, no hay contoneo más seductor para el dinero de los ociosos que el desfile de trabajadores despedidos.
La inversión en Bolsa no es, pues, un sistema ideal para activar la ‘economía’, si no, como demuestra mejor que nada la actual crisis, un camino directo a la destrucción de puestos de trabajo. Irónicamente, podría decirse que el sistema bursátil ha liquidado de tal manera a los trabajadores, visualizados como enojosos ‘costes laborales’ para las llamadas ‘empresas’, que, con todos en la calle y las manos en los bolsillos, no hay nadie en condiciones de gastar un dinerito que no tiene en ‘consumir’, asunto éste del que depende que la ‘economía’ carbure.
Sin embargo, si usted tiene dinero, si usted tiene suficiente dinero, el problema del paro no existe para usted. En buena lógica: repártase dinero para todos y se acabó con el problema. ¿Qué?, ¿que eso no es posible? Vaya si es posible. Y no sólo es posible, es necesario.

¿Por qué hay que vincular inexcusablemente empleo y dinero para sobrevivir? Pues porque, como pasa con las comisiones bancarias, esas pesetillas que nos proporciona mensualmente nuestro curro (ahora concebido como ‘empleo’) y que nos permiten subsistir a la mayoría, se convierten en fortunas exorbitantes en los bolsillos de quienes promueven, gestionan y explotan nuestros empleos. Hubo tiempos en que las grandes fortunas se hacían conquistando nuevos continentes o traficando con esclavos. Hoy todos somos potenciales pesetillas de la única industria: la gran industria del empleo. Por eso ‘es imposible’ que se nos dé dinero sin trabajar o, lo que es lo mismo, por eso ‘el problema’ que nos ahoga es la falta de empleo, y nuestros salvadores los llamados ‘creadores de empleo’.

Pero, al contrario: hay que empezar a comprender que se debe pagar a la gente por no trabajar. Sí, ha leído usted bien… No es solamente una cuestión de equidad entre quienes salen en el Hola! y quienes no. A estas altura, es ya un acuciante problema de supervivencia: es evidente, a quien quiera ver, que el planeta Tierra agradecerá inmensamente una moratoria inmediata de la actividad humana.
Todo el mundo entiende que, para salvar a las ballenas, hay que dejar de cazarlas; en realidad el asunto es mucho más grave: como resultado de la actividad humana (o sea, del empleo) las especies animales y vegetales se extinguen, las tierras se desertizan, el cielo se contamina, el clima se modifica y con él las condiciones mismas de habitabilidad. La crisis no solamente ha sido resultado de un éxito espectacular, e inesperado, en la reducción de ‘costes laborales’; la llamada ‘crisis’ está siendo también un experimento esperanzador, e igualmente inesperado, en la reducción de ‘costes ecológicos’.
La lógica productivista obliga a la gente a trabajar, pero, como no hay trabajos suficientes para todos (somos más de seis mil millones, y subiendo), los trabajos que se inventan los ‘creadores de empleo’ no solamente son inútiles (como en un gran cuartel lo importante es que la gente haga algo, aunque no sirva para nada), sino directamente contraproducentes. La costa española, y una buena parte de su interior, ha sido destruida de forma irreversible convirtiéndose en un lamentable muladar de hormigón y pasto con agujeros que nadie quiere comprar – con la coartada de que así se ganaban su salario mensual unos miles de albañiles (y algunos, un accidente laboral). ¿No hubiéramos ganado todos si en lugar de hacer su trabajo hubieran cobrado su sueldo por quedarse en casa? No se hizo así porque un puñado de llamados constructores no se hubiera enriquecido sin esa explotación laboral y esa destrucción material y paisajística.

¿Para qué hemos necesitado el trabajo cotidiano de miles de agentes bancarios y bursátiles, si no para provocar una solemne crisis financiera?, ¿para qué trabajan decenas de miles de personas en las fábricas de armamento de todo el mundo, si no para ayudar a sembrar la muerte, la catástrofe y los beneficios económicos de un puñado de tipos sin escrúpulos llamados ‘creadores de riqueza’?
Empleo significa riqueza para unos pocos, subsistencia para algunos más y catástrofe para todos.
Basta. No acepte usted ni una sola ‘receta’ más para ‘salir de la crisis’ que implique una ‘reforma laboral’. ¿Es que todavía no se ha enterado usted de qué significa toda esta farfolla? Le resumo: aumento de trabajo (en intensidad, en tiempo, en dedicación), desaparición de los derechos conquistados durante siglos ya de luchas y reducción de los salarios ‘para estimular el empleo’. ¿Que los ‘creadores de ídem’ quieren pagar todavía menos por enriquecerse?, replique usted entonces que maldita la falta de empleo. Diga usted que es posible que no haya trabajo, pero que está seguro de que hay dinero. Proponga en cambio una ‘reforma capital’ (o ‘dineral’, si usted quiere): saqueemos los llamados ‘paraísos fiscales’, empecemos a repartir los colosales beneficios del desastre capitalista y, cuando nos los hayamos fundido, ya pensaremos en algo. Mientras tanto, es posible que el planeta Tierra (sin comillas) se haya recuperado un poco.

lunes, 1 de febrero de 2010

Corporocracia

Me ahorran otros (por ejemplo http://filipicasmorote.blogspot.com/) tener que detenerme a comentar el hecho: que el Tribunal Supremo de los Estados Unidos, nuestro sagrado norte, ha decidido suspender toda limitación a las aportaciones de lobbies, corporaciones y empresas a las campañas de los partidos políticos. Espero no caer en la preterición si digo que se consuma así, el 21 de enero de 2010, el fin de la democracia bufa en ese país y da comienzo la era de lo que, en justa atribución terminológica, habría que denominar por infausto nombre ‘corporocracia’.

Como es de rigor en mi blog, quisiera, eso sí, comentar brevemente el dicho: el Tribunal Supremo de aquella república corporocrática alega como fundamento legal de su decisión la llamada Primera Enmienda de la Constitución, es decir, la libertad de expresión.

Permitidme hoy que, en primer lugar, me autoplagie: hace algún tiempo, a propósito de un sarcasmo semejante, llamado Berlusconi, escribí:

En otro tiempo se decía simplemente “Dios”, y hay que reconocer que algo hemos avanzado. Pero, en defensa de lo de siempre, los privilegiados se han ido quedando poco a poco con el lenguaje de los críticos, con los eslóganes de sus manifestaciones callejeras y hasta con la calle misma de sus manifestaciones.

Libertad: dícese del derecho del dinero a gozar de sus privilegios. Otros sinónimos: “elegir”, “elección”, “elecciones”.

Quod erat demonstrandum…

Además, quisiera recordaire una cita de Henri-Dominique Lacordaire, cristiano comprometido, en el señalado año de 1848: ‘Entre el fuerte y el débil, entre el rico y el pobre, entre el amo y el siervo, es la libertad la que oprime y la ley la que redime’.

En el abismo del subconsciente colectivo, el Dragón (Dracón) ayudó al pueblo a escribir las leyes para protegerse de la libérrima interpretación del poderoso. Estamos deshaciendo ese camino.

miércoles, 13 de enero de 2010

El guerrero pacifista

Dedicado a Jonathan Favreau, el 'negro' de Obama.

Querido Jon, he leído con detalle el discurso que le escribiste a Barak para Oslo. Tengo que admitir que es hábil, muy hábil. Y valiente: nada de andarse por las ramas o hacer concesiones a la situación, nada de silbar hacia el techo y sacar a relucir la habitual cháchara de ocasión. No. Como era propio de ti, Jon Favreau, el mejor de tu clase en esa universidad de los jesuitas donde estudiaste, has cogido el toro por los cuernos desde el primer minuto y te has ido sin complejos a sacar pecho con lo imposible de la situación. Por si al jurado le quedaba alguna duda sobre a quién le había concedido el Premio Nobel de la Paz, le has hecho decir a Barak, literalmente: “Soy el general en jefe de un ejército en medio de dos guerras. Estoy al frente de la única superpotencia militar de la Tierra.”
Y a continuación de semejante presentación te has puesto a hacer un discurso filosófico que volviese razonable el absurdo. Chapeau. Hay que tenerlos cuadraditos…
Has hecho que Barak se presentara sin disimulos: soy un guerrero. Y después, para que sus anfitriones no sintiesen demasiado el ridículo que estaban haciendo, le has obligado a añadir: pero pacifista. O más bien al revés: sí, de hecho ha sido al revés – Obama decía, soy pacifista… pero un guerrero. Una vez, y otra vez y otra. Y así ha avanzado todo el discurso, en zigzag, con un contoneo de vaivén, un swing con una bonita sucesión de mundos soñados e irreales, en los que el pacifista premiado podía exhibir su corazón lleno de paz y amor, contrapunteados por la fórmula recurrente, as yet, as yet… “y sin embargo”, “y sin embargo”, tras la que Barak el guerrero nos devolvía a la dura realidad, una realidad plagada de violencia por todos los rincones, mientras enseñaba con fiereza los dientes. En esos momentos me recordaba a Hermann Tertsch despotricando contra el ‘buenismo’.
Tienes un sentido excelso de la construcción, Jon. Para hacer posible que los noruegos pudieran aplaudir el final del tétrico discurso un poco aliviados, en la conclusión inviertes el péndulo y la adversativa se plantea al contrario: “Podemos admitir que la opresión siempre estará con nosotros, y sin embargo luchar por la justicia, que habrá guerra, y sin embargo luchar por la paz.”
Hasta aquí, Jon, aplausos a la audacia, y a la pericia, quizás en el mismo sentido en el que debes interpretar la ovación con que los asistentes premiaban tu exhibición de contrasentido por boca del presidente. Puede que los noruegos sean cínicos, pero a lo mejor no son tontos del todo. Como yo, tal vez también ellos aplaudían asombrados con la retórica y muertos de miedo con el mensaje.
Tú ya sabes que yo me divierto comparando los discursos que cocináis en la Casa Blanca con los que se urdían en la Curia y el Palatino hace un par de miles de años. Así que sólo diré de éste que me parece una hábil interpretación del ya clásico Si vis pacem, para bellum (si amas la paz, prepárate para la guerra), gran paradoja amada por los pacifistas que no son, ea, pacíficos.
Esa gente suele tener, como tu guerrero, un argumentario bien afilado por la erosión de siglos. La pieza clave de ese argumentario consiste en la naturalización de la violencia y la guerra – la guerra es como la lluvia o el granizo, como la explosión de los volcanes, una de las plagas de la naturaleza, de la que no vale lamentarse, sino protegerse. El eslabón ineludible de esa cadena lógica destinada a avergonzar al iluso y emocional militante por la paz es antihistórico, como decía Barak desde prontito: “La guerra ha estado aquí desde el primer hombre”. “No erradicaremos la violencia jamás”, añade más abajo. La guerra se pierde en el pasado y se proyecta hacia el futuro como un horizonte ilimitado: no es un producto de una determinada etapa de la historia humana. El silogismo sale solo: si la violencia y la guerra son inevitables, hay que prepararse para ellas. “El Mal existe en el mundo”, hay que combatirlo. Siempre habrá que combatirlo: siempre serán necesarios los guerreros del bien.
Las naturalizaciones organizan programas de futuro basados en luchas imposibles: se nos propone perseguir lo inalcanzable. Siempre aspiraremos a la paz, nunca la tendremos; siempre anhelaremos la moral (y a la justicia y a la libertad) y nunca la alcanzaremos. Esos programas nos preparan para aceptar la guerra, la inmoralidad, la injusticia y la tiranía como medios para conseguir sus opuestos. Es como buscar el pleno empleo a través del trabajo precario, y otras bonitas paradojas.
Pero todo este discurso tuyo, todito, va de paradojas…
Tu sabías, Jon, que incluso aceptando el blablablá sobre la existencia eterna de los malvados y la necesidad intrínseca de la violencia para ponerlos en su sitio, aún quedaba un pequeño problema, un eslabón débil en la cadena argumental de tu discurso. La principal pega a ‘la guerra es necesaria’, reside en la cuestión: ‘Ya, pero, ¿quién la declara?’ ¿Quién decide qué guerras hay que guerrear o, dicho de otro modo, quién le ha dado a EE UU el derecho a convertirse en el guerrero justiciero del mundo y a decidir por su cuenta de quién tiene que defendernos? Tu sabías, Jon, que el chismoso de turno preguntaría: ‘¿No teníamos ya instituciones internacionales cuyo objetivo era precisamente analizar, enjuiciar y gestionar esos conflictos?’
Consciente de la necesidad de argumentar al respecto, primero reiteras esa atávica justificación: nosotros nunca atacamos, sólo nos defendemos. Pero como, por mucho que la teoría defensiva se estire, no puede explicar todas las intervenciones militares de tu musculado país, después de desacreditar a los organismos internacionales a cuyo servicio debería ponerse su fuerza, alegando que no son suficientes (como efectivamente prueba el hecho de que no han sido capaces de pararle los pies a tu país), le has hecho decir a Obama que, en atención a esa insuficiencia, tu país se ha dedicado durante sesenta años a desangrar generosamente a sus propios chicos para garantizar la paz en el mundo y defender la democracia - una idea que, pensaste, Barak puede decir tranquilamente en Oslo, donde no hay chilenos ni palestinos ni vietnamitas, ni siquiera españoles, portugueses o griegos.
Por supuesto, nunca habéis actuado ciega y burdamente en nombre de vuestros intereses, ¿a quién se le ocurre?, sino del ‘egoísmo ilustrado’ (enlightened self-interest), caballeroso principio que se parece mucho a esa otra idea de Adam Smith, tan chic y tan paradójica, sobre los beneficios colectivos del interés personal, fundamento filosófico y antropológico del capitalismo.
El compromiso con los derechos humanos lo remachas, pero tampoco es quijotesco. Parece un cambio honesto con respecto a Bush que debiera aliviarnos, pero, en realidad, la maniobra sirve hábilmente para atornillar su utilidad como excusa de cara a las intervenciones en curso y para otras nuevas en el futuro: nuestro compromiso con los derechos humanos y la democracia son mayores que antes, dices, las “protegeremos” más. Temblemos, pues, porque a nuestro ilustrado guerrero egoísta “la inacción le desgarra la conciencia”. Además de justiciero, es hiperactivo…
Acabo.
Una parte verdaderamente escalofriante de tu discurso, Jon, es aquella en la que el Jefe reparte tareas para los lacayos (los aliados, a obedecer y a domar a sus opiniones públicas; las inmaduras instituciones internacionales, como sacerdotes feciales del nuevo imperio, a legitimar lo que el egoísmo ilustrado de USA tenga a bien emprender) y, sobre todo, sobre todo, serias amenazas para los díscolos: ‘Tiene que haber consecuencias’, se le dice a Irán a próposito de sus cabreantes pretensiones de hacerse con la bomba atómica. ‘Tiene que haber consecuencias’... Hoy, cuando me entero de que un profesor de la Universidad de Teherán, un colega, al fin y al cabo, especialista en energía nuclear, ha sido asesinado con una bomba, ya te puedes imaginar, querido Jon, lo que estoy pensando de tus paradojas.