miércoles, 13 de enero de 2010

El guerrero pacifista

Dedicado a Jonathan Favreau, el 'negro' de Obama.

Querido Jon, he leído con detalle el discurso que le escribiste a Barak para Oslo. Tengo que admitir que es hábil, muy hábil. Y valiente: nada de andarse por las ramas o hacer concesiones a la situación, nada de silbar hacia el techo y sacar a relucir la habitual cháchara de ocasión. No. Como era propio de ti, Jon Favreau, el mejor de tu clase en esa universidad de los jesuitas donde estudiaste, has cogido el toro por los cuernos desde el primer minuto y te has ido sin complejos a sacar pecho con lo imposible de la situación. Por si al jurado le quedaba alguna duda sobre a quién le había concedido el Premio Nobel de la Paz, le has hecho decir a Barak, literalmente: “Soy el general en jefe de un ejército en medio de dos guerras. Estoy al frente de la única superpotencia militar de la Tierra.”
Y a continuación de semejante presentación te has puesto a hacer un discurso filosófico que volviese razonable el absurdo. Chapeau. Hay que tenerlos cuadraditos…
Has hecho que Barak se presentara sin disimulos: soy un guerrero. Y después, para que sus anfitriones no sintiesen demasiado el ridículo que estaban haciendo, le has obligado a añadir: pero pacifista. O más bien al revés: sí, de hecho ha sido al revés – Obama decía, soy pacifista… pero un guerrero. Una vez, y otra vez y otra. Y así ha avanzado todo el discurso, en zigzag, con un contoneo de vaivén, un swing con una bonita sucesión de mundos soñados e irreales, en los que el pacifista premiado podía exhibir su corazón lleno de paz y amor, contrapunteados por la fórmula recurrente, as yet, as yet… “y sin embargo”, “y sin embargo”, tras la que Barak el guerrero nos devolvía a la dura realidad, una realidad plagada de violencia por todos los rincones, mientras enseñaba con fiereza los dientes. En esos momentos me recordaba a Hermann Tertsch despotricando contra el ‘buenismo’.
Tienes un sentido excelso de la construcción, Jon. Para hacer posible que los noruegos pudieran aplaudir el final del tétrico discurso un poco aliviados, en la conclusión inviertes el péndulo y la adversativa se plantea al contrario: “Podemos admitir que la opresión siempre estará con nosotros, y sin embargo luchar por la justicia, que habrá guerra, y sin embargo luchar por la paz.”
Hasta aquí, Jon, aplausos a la audacia, y a la pericia, quizás en el mismo sentido en el que debes interpretar la ovación con que los asistentes premiaban tu exhibición de contrasentido por boca del presidente. Puede que los noruegos sean cínicos, pero a lo mejor no son tontos del todo. Como yo, tal vez también ellos aplaudían asombrados con la retórica y muertos de miedo con el mensaje.
Tú ya sabes que yo me divierto comparando los discursos que cocináis en la Casa Blanca con los que se urdían en la Curia y el Palatino hace un par de miles de años. Así que sólo diré de éste que me parece una hábil interpretación del ya clásico Si vis pacem, para bellum (si amas la paz, prepárate para la guerra), gran paradoja amada por los pacifistas que no son, ea, pacíficos.
Esa gente suele tener, como tu guerrero, un argumentario bien afilado por la erosión de siglos. La pieza clave de ese argumentario consiste en la naturalización de la violencia y la guerra – la guerra es como la lluvia o el granizo, como la explosión de los volcanes, una de las plagas de la naturaleza, de la que no vale lamentarse, sino protegerse. El eslabón ineludible de esa cadena lógica destinada a avergonzar al iluso y emocional militante por la paz es antihistórico, como decía Barak desde prontito: “La guerra ha estado aquí desde el primer hombre”. “No erradicaremos la violencia jamás”, añade más abajo. La guerra se pierde en el pasado y se proyecta hacia el futuro como un horizonte ilimitado: no es un producto de una determinada etapa de la historia humana. El silogismo sale solo: si la violencia y la guerra son inevitables, hay que prepararse para ellas. “El Mal existe en el mundo”, hay que combatirlo. Siempre habrá que combatirlo: siempre serán necesarios los guerreros del bien.
Las naturalizaciones organizan programas de futuro basados en luchas imposibles: se nos propone perseguir lo inalcanzable. Siempre aspiraremos a la paz, nunca la tendremos; siempre anhelaremos la moral (y a la justicia y a la libertad) y nunca la alcanzaremos. Esos programas nos preparan para aceptar la guerra, la inmoralidad, la injusticia y la tiranía como medios para conseguir sus opuestos. Es como buscar el pleno empleo a través del trabajo precario, y otras bonitas paradojas.
Pero todo este discurso tuyo, todito, va de paradojas…
Tu sabías, Jon, que incluso aceptando el blablablá sobre la existencia eterna de los malvados y la necesidad intrínseca de la violencia para ponerlos en su sitio, aún quedaba un pequeño problema, un eslabón débil en la cadena argumental de tu discurso. La principal pega a ‘la guerra es necesaria’, reside en la cuestión: ‘Ya, pero, ¿quién la declara?’ ¿Quién decide qué guerras hay que guerrear o, dicho de otro modo, quién le ha dado a EE UU el derecho a convertirse en el guerrero justiciero del mundo y a decidir por su cuenta de quién tiene que defendernos? Tu sabías, Jon, que el chismoso de turno preguntaría: ‘¿No teníamos ya instituciones internacionales cuyo objetivo era precisamente analizar, enjuiciar y gestionar esos conflictos?’
Consciente de la necesidad de argumentar al respecto, primero reiteras esa atávica justificación: nosotros nunca atacamos, sólo nos defendemos. Pero como, por mucho que la teoría defensiva se estire, no puede explicar todas las intervenciones militares de tu musculado país, después de desacreditar a los organismos internacionales a cuyo servicio debería ponerse su fuerza, alegando que no son suficientes (como efectivamente prueba el hecho de que no han sido capaces de pararle los pies a tu país), le has hecho decir a Obama que, en atención a esa insuficiencia, tu país se ha dedicado durante sesenta años a desangrar generosamente a sus propios chicos para garantizar la paz en el mundo y defender la democracia - una idea que, pensaste, Barak puede decir tranquilamente en Oslo, donde no hay chilenos ni palestinos ni vietnamitas, ni siquiera españoles, portugueses o griegos.
Por supuesto, nunca habéis actuado ciega y burdamente en nombre de vuestros intereses, ¿a quién se le ocurre?, sino del ‘egoísmo ilustrado’ (enlightened self-interest), caballeroso principio que se parece mucho a esa otra idea de Adam Smith, tan chic y tan paradójica, sobre los beneficios colectivos del interés personal, fundamento filosófico y antropológico del capitalismo.
El compromiso con los derechos humanos lo remachas, pero tampoco es quijotesco. Parece un cambio honesto con respecto a Bush que debiera aliviarnos, pero, en realidad, la maniobra sirve hábilmente para atornillar su utilidad como excusa de cara a las intervenciones en curso y para otras nuevas en el futuro: nuestro compromiso con los derechos humanos y la democracia son mayores que antes, dices, las “protegeremos” más. Temblemos, pues, porque a nuestro ilustrado guerrero egoísta “la inacción le desgarra la conciencia”. Además de justiciero, es hiperactivo…
Acabo.
Una parte verdaderamente escalofriante de tu discurso, Jon, es aquella en la que el Jefe reparte tareas para los lacayos (los aliados, a obedecer y a domar a sus opiniones públicas; las inmaduras instituciones internacionales, como sacerdotes feciales del nuevo imperio, a legitimar lo que el egoísmo ilustrado de USA tenga a bien emprender) y, sobre todo, sobre todo, serias amenazas para los díscolos: ‘Tiene que haber consecuencias’, se le dice a Irán a próposito de sus cabreantes pretensiones de hacerse con la bomba atómica. ‘Tiene que haber consecuencias’... Hoy, cuando me entero de que un profesor de la Universidad de Teherán, un colega, al fin y al cabo, especialista en energía nuclear, ha sido asesinado con una bomba, ya te puedes imaginar, querido Jon, lo que estoy pensando de tus paradojas.