miércoles, 3 de marzo de 2010

La gran industria del empleo

El chantaje, el gran y vil chantaje de los tiempos que corren, consiste en la formulación ‘el problema es que no hay empleo’. ¿Por qué es un problema? Que no hay trabajo para todos es un hecho, un dato de la realidad que ni siquiera las épocas de mayor bonanza han conseguido disipar. No, no hay empleo para todos, nunca lo habrá. Pero la cuestión es, ¿y por qué tendría que haberlo?
La gente no necesita empleo: necesita dinero. Eso es todo. Abra usted la revista Hola! y encontrará una serie interminable de desempleados, o de subempleados, o de empleados ficticios que pasan su tiempo libre (llamado ocio, y no paro) jugando al golf en las islas Caimán. Es gente que no trabaja, y sin embargo no hace cola ante las oficinas de empleo. ¿Por qué? Muy sencillo: porque tiene dinero.

No solamente usted, el sistema entero trabaja para ellos. En buena medida son jugadores de Bolsa cuyo objetivo declarado consiste en hacer con su dinero más dinero sin trabajar. Es decir, cada vez que a usted le exigen trabajar, y trabajar más, en peores condiciones y por más tiempo, lo hacen en nombre de los llamados ‘inversores’, que son esa legión de parásitos adinerados visualizada como entes ‘creadores de empleo’. ¿Lo entiende?
Puesto que no se puede hacer que el dinero vaya allí donde hace falta, hay que
atraerlo, seducirlo. Y no hay movimiento más seductor para el dinero (también llamado ‘capital’) que los trabajos forzados, sin derecho a huelga, sin vacaciones pagadas, sin seguridad social. A todo eso se le llama ‘reforma laboral’. Como moscas a la mierda, nada atrae más a los ‘inversores’ que las empresas que se deshacen de sus ‘costes laborales’.
En última instancia, no hay contoneo más seductor para el dinero de los ociosos que el desfile de trabajadores despedidos.
La inversión en Bolsa no es, pues, un sistema ideal para activar la ‘economía’, si no, como demuestra mejor que nada la actual crisis, un camino directo a la destrucción de puestos de trabajo. Irónicamente, podría decirse que el sistema bursátil ha liquidado de tal manera a los trabajadores, visualizados como enojosos ‘costes laborales’ para las llamadas ‘empresas’, que, con todos en la calle y las manos en los bolsillos, no hay nadie en condiciones de gastar un dinerito que no tiene en ‘consumir’, asunto éste del que depende que la ‘economía’ carbure.
Sin embargo, si usted tiene dinero, si usted tiene suficiente dinero, el problema del paro no existe para usted. En buena lógica: repártase dinero para todos y se acabó con el problema. ¿Qué?, ¿que eso no es posible? Vaya si es posible. Y no sólo es posible, es necesario.

¿Por qué hay que vincular inexcusablemente empleo y dinero para sobrevivir? Pues porque, como pasa con las comisiones bancarias, esas pesetillas que nos proporciona mensualmente nuestro curro (ahora concebido como ‘empleo’) y que nos permiten subsistir a la mayoría, se convierten en fortunas exorbitantes en los bolsillos de quienes promueven, gestionan y explotan nuestros empleos. Hubo tiempos en que las grandes fortunas se hacían conquistando nuevos continentes o traficando con esclavos. Hoy todos somos potenciales pesetillas de la única industria: la gran industria del empleo. Por eso ‘es imposible’ que se nos dé dinero sin trabajar o, lo que es lo mismo, por eso ‘el problema’ que nos ahoga es la falta de empleo, y nuestros salvadores los llamados ‘creadores de empleo’.

Pero, al contrario: hay que empezar a comprender que se debe pagar a la gente por no trabajar. Sí, ha leído usted bien… No es solamente una cuestión de equidad entre quienes salen en el Hola! y quienes no. A estas altura, es ya un acuciante problema de supervivencia: es evidente, a quien quiera ver, que el planeta Tierra agradecerá inmensamente una moratoria inmediata de la actividad humana.
Todo el mundo entiende que, para salvar a las ballenas, hay que dejar de cazarlas; en realidad el asunto es mucho más grave: como resultado de la actividad humana (o sea, del empleo) las especies animales y vegetales se extinguen, las tierras se desertizan, el cielo se contamina, el clima se modifica y con él las condiciones mismas de habitabilidad. La crisis no solamente ha sido resultado de un éxito espectacular, e inesperado, en la reducción de ‘costes laborales’; la llamada ‘crisis’ está siendo también un experimento esperanzador, e igualmente inesperado, en la reducción de ‘costes ecológicos’.
La lógica productivista obliga a la gente a trabajar, pero, como no hay trabajos suficientes para todos (somos más de seis mil millones, y subiendo), los trabajos que se inventan los ‘creadores de empleo’ no solamente son inútiles (como en un gran cuartel lo importante es que la gente haga algo, aunque no sirva para nada), sino directamente contraproducentes. La costa española, y una buena parte de su interior, ha sido destruida de forma irreversible convirtiéndose en un lamentable muladar de hormigón y pasto con agujeros que nadie quiere comprar – con la coartada de que así se ganaban su salario mensual unos miles de albañiles (y algunos, un accidente laboral). ¿No hubiéramos ganado todos si en lugar de hacer su trabajo hubieran cobrado su sueldo por quedarse en casa? No se hizo así porque un puñado de llamados constructores no se hubiera enriquecido sin esa explotación laboral y esa destrucción material y paisajística.

¿Para qué hemos necesitado el trabajo cotidiano de miles de agentes bancarios y bursátiles, si no para provocar una solemne crisis financiera?, ¿para qué trabajan decenas de miles de personas en las fábricas de armamento de todo el mundo, si no para ayudar a sembrar la muerte, la catástrofe y los beneficios económicos de un puñado de tipos sin escrúpulos llamados ‘creadores de riqueza’?
Empleo significa riqueza para unos pocos, subsistencia para algunos más y catástrofe para todos.
Basta. No acepte usted ni una sola ‘receta’ más para ‘salir de la crisis’ que implique una ‘reforma laboral’. ¿Es que todavía no se ha enterado usted de qué significa toda esta farfolla? Le resumo: aumento de trabajo (en intensidad, en tiempo, en dedicación), desaparición de los derechos conquistados durante siglos ya de luchas y reducción de los salarios ‘para estimular el empleo’. ¿Que los ‘creadores de ídem’ quieren pagar todavía menos por enriquecerse?, replique usted entonces que maldita la falta de empleo. Diga usted que es posible que no haya trabajo, pero que está seguro de que hay dinero. Proponga en cambio una ‘reforma capital’ (o ‘dineral’, si usted quiere): saqueemos los llamados ‘paraísos fiscales’, empecemos a repartir los colosales beneficios del desastre capitalista y, cuando nos los hayamos fundido, ya pensaremos en algo. Mientras tanto, es posible que el planeta Tierra (sin comillas) se haya recuperado un poco.