domingo, 15 de enero de 2012

Referéndum de unidad



La propuesta de un referéndum de independencia en Escocia anunciada por el primer ministro británico, el conservador (que ya es decir) David Cameron, se parece mucho a lo que hace tiempo vengo sugiriendo en este país a propósito de Vasconia/País Vasco/Euskalherría (vamos a utilizar todos esos nombres provisionalmente aunque cada uno de ellos significa cosas distintas).

Hace tiempo que vengo sugiriendo que la situación es aburrible, que el desgaste provocado por esa fricción permanente (alias conflicto) es, en el mejor de los casos, un encubrimiento falaz de los verdaderos problemas de la sociedad, tanto “española” como “vasca”.

No creo en derechos históricos ni en hechos diferenciales. Soy renanista. Creo en un principio insoslayable: cada uno es lo que quiere ser. Y punto. Eso explica que haya vascos que se llaman Peñalba o Pérez y son ultravascos, y otros que se apellidan Basagoiti o Juaristi y son ultraespañoles. En último extremo hay una evidencia: no se puede convivir, no tiene sentido convivir con quien no quiere convivir contigo. No se puede ser compatriota de quien quiere ser tu extranjero. Y no hay mucho más que añadir.

Dicho esto, resulta evidente que muchos en la Comunidad Autónoma Vasca (la CAV) y la Foral de Navarra, se apelliden como se apelliden, sueñan con un Estado independiente. ¿Cuántos? Eso no es fácil de establecer. En realidad sólo podría establecerse meridianamente frente a un referéndum cuya pregunta fuera: ¿Está usted a favor de la independencia de Vasconia/País Vasco/Euskalherría? Así que ya ve usted lo difícil que es.

Por lo visto hasta la fecha, la cosa podría contabilizarse así: si nos atenemos a los resultados electorales, sucede que hay unos 200.000 ciudadanos vascos (votantes irreductibles de Batasuna/PCTV/Amaiur) que parecen no tener ninguna duda. A estos hay que sumar aquellos del PNV que estén también a favor. Pero, ¿cuántos son? Dejemos por un momento al margen a Navarra, donde el PNV ni pincha ni corta. Si decidimos incluir a los votantes del PNV en el sí y no falseamos las cosas con prohibiciones, entonces tenemos a una sociedad, en la CAV, con una ligera mayoría nacionalista. Pongamos un 55%, o un 51%, o un 60%. No dejaría de ser una mayoría.

Bien, pero, ¿eso signfica que todos los votantes nacionalistas están a favor de la independencia? Los resultados que arrojan las encuestas sociológicas al respecto se empecinan en un dato: a la pregunta directa del encuestador, en torno a un tercio de los encuestados responde tajantemente con el sí. La cosa está bastante estancada ahí.

¿Por qué sucede que más de un 50% son votantes nacionalistas pero sólo un 33% está a favor de la independencia? Respuesta: porque sí. Otra respuesta: porque casi un 20% de los vascos juegan con el “a que me voy”, es decir, con la espada de Damocles de la secesión. ¿Por qué pueden jugar con ella? Respuesta: porque nunca han tenido que afrontar seriamente la cuestión.

Y ahí está la cosa: mientras no se obligue a afrontar seriamente la cuestión a los ciudadanos, tendremos un 20% de emboscados que, en realidad, no están muy interesados en la independencia, pero que hacen como si la quisieran porque en ese tira y afloja han aprendido a sacar su parte de la tajada. Unos son los del “soy de aquí y también soy de allí”, otros son los del “ora soy de aquí, ora soy de allí” y otros son los del “ni soy de aquí, ni soy de allí”, que probablemente son los más sensatos.

En cualquier caso, esa tensión nunca podrá resolverse mientras, ciegamente, se haga valer el absurdo constitucional que consagra la España una e indivisible. En una democracia verdadera todo, absolutamente todo, es discutible y negociable, incluido quiénes forman parte de ella. Es, en definitiva, el propio dogma españolista el que permite mantener la tensión social, proporcionando al mismo tiempo a quienes se les niega el referéndum la coartada victimista que alimenta su frustración.

Si yo tuviese alguna responsabilidad de poder (cosa que, como ya sabéis, no sucede) lo que haría sería, con ocasión de las próximas elecciones autonómicas vascas, prometer, mejor, jurar, que si la sociedad vasca vota a una mayoría nacionalista, yo me sentaría a negociar, al día siguiente, con la autoridad local resultante para acordar una secesión civilizada y pactada. Eso supondría, de entrada, que ese 20% acomodaticio dejaría de jugar con la pelotita y tendría que mojarse: si usted vota nacionalista, mañana mismo puede usted encontrarse viviendo en “otro” país.

Pero hemos aceptado que, con eso y con todo, esa mayoría se diese: entonces habría que sentarse a negociar. Y toda negociación implica que las dos partes están dispuestas a ceder de alguna manera. Los representantes de “España” estarían ya de entrada dispuestos a ceder, puesto que están aceptando el hecho de que una parte de su territorio va, efectivamente, a separarse. Ahora bien, ¿qué estarían dispuestos a ceder los nacionalistas?

De entrada, también, tendrían que aceptar que el mapa de una Euskalherría entre el Adour y el Ebro no era más que el mapa del tiempo de ETB. Una secesión pactada no resultaría en la independencia íntegra ni siquiera de la CAV, cuya legitimidad procede exclusivamente de las leyes españolas. Mucho menos imaginable aún sería la inclusión de toda Navarra en esa escisión. Contra viento y marea, en Navarra nunca sale más de un 15% de nacionalismo - radical, eso sí. Pero junto a él (como sucede en otras comunidades multiidentitarias) hay un alto porcentaje ferozmente españolista que no aceptaría por nada de este mundo incorporarse al nuevo país. Quienes creen en los porcentajes, no tendrían más remedio que aceptar que la secesión no podría afectar a aquellos territorios donde se produjese una clara mayoría de voto “españolista”. Eso al menos sería lo que defenderían, con ahínco, los negociadores “españoles”.

Los negociadores nacionalistas vascos tendrían que aceptar que, a la salida de las negociaciones, en un porcentaje o en otro, “Euskalherría” no se convertiría en un país unido e independiente, sino que sus territorios estarían repartidos no ya entre dos Estados como hasta ahora (España y Francia), sino entre tres: España (que se quedaría con algo así como un 80% de Navarra, probablemente la provincia de Álava entera y largos trechos de la margen izquierda del Nervión así como el corredor S. Sebastían-Irún), Francia (a quien todo esto se la sopla y se quedaría con toda naturalidad con Lapurdi y Zuberoa) y “Euskalherría”, reducida a un complicado rompecabezas de bantustanes.

A la mañana siguiente de firmar la secesión, los ciudadanos de Euskalherría se encontrarían en un país fuera de la Unión Europea (que a lo mejor, tal como están las cosas, mola) fuera del euro (que, a lo mejor, también) y a la cola de las instituciones europeas y mundiales esperando a ser aceptada en unas condiciones difíciles: dos Estados del tamaño, el peso político y la influencia de España y Francia, ¡sobre cuyos territorios tendría reclamaciones territoriales el miniEstado pirenaico!, tendrían que dar el visto bueno a sus aspiraciones. En el caso de Francia, no sólo es uno de los capitostes de la UE, sino que está sentada en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Chungo.

Los nuevos ciudadanos vascos tendrían que pedir visados para viajar a San Juan de Luz y, probablemente, para ir de compras a Bilbao o San Sebastián.

Esa es la realidad, la mejor realidad posible. En el peor de los casos (pero no inimaginable) es posible que las tropas españolas salieran de Hernani por la tarde y entraran las francesas por la mañana.

Si la situación se mantiene como se mantiene (ya sin pistolas, con presos, manifestaciones, odios y demás) es porque la Constitución española, irracionalmente, se niega a enfrentar a los ciudadanos vascos con esta realidad. Sólo un demente puede pretender sostener la situación de este modo sine die: el 20% de nacionalistas vascos de opereta seguirán vacilando a los demás y el tercio de idealistas radicales continuarán educando a sus hijos en la repugnancia por el Estado en el que nacen y la fantasía moruna de un Estado que nunca existirá. Debe ser muy triste vivir así.

La actitud de Cameron (¡en este asunto!) es perfectamente realista, y debería imitarse: por el bien de todos, propóngase, ya, un referéndum con ciertas condiciones.

Aunque sólo fuese vinculante en “Euskalherría peninsular” (la CAV y el Reino de Navarra), desde mi punto de vista debería celebrarse en todo el Estado, de modo y manera que se compruebe fehacientemente que el “sí” a la secesión es mayoritario en el resto de España (de lo que no me cabe ninguna duda, porque, sin animosidad, la peña está hasta el colodrillo de la cuestión vasca y, hasta donde yo sé, la mayoría estaríamos porque se marchen), mientras que es minoritario en la CAV y Navarra, de lo que no me cabe tampoco la menor duda.

Eso demostrará de una vez por todas, a los ojos del Señor y de la “comunidad internacional”, que el problema vasco no es un problema de los vascos (sean estos quienes sean) con España (sea esto lo que sea), sino de los vascos entre sí.

Arreglar ese asuntillo es peliagudo, porque la quimera de la unicidad identitaria no se da en casi ningún sitio: por ejemplo, a mí también me gustaría autodeterminarme, pero no está claro cuántos hay que ser para ser un “pueblo”. Lo que sí está claro es que yo soy un “hecho diferencial” incuestionable (nadie me confunde con otro), que mi lengua es única y personal (nadie confunde mi voz con la de otro) y que mi territorio está claramente delimitado dentro de lo que Ikea reconoce como “la República independiente de mi casa”. Todo esto sin entrar en creencias y convicciones personales, que eso ya es la de dios. Pero me toca aguantarme con la ocupación extranjera...

No nos engañemos: endulzado por el romanticismo de las selecciones de fútbol, detrás del problema de Escocia está el petróleo del Mar del Norte, detrás del problema vasco están las rentas per cápita comparadas, igual que detrás de la secesión de La Moraleja de Alcobendas hay, ciertamente, un hecho diferencial: la pasta.

En todo caso, y en conclusión: por favor, hagan ustedes referendos, referenda, referéndumes e incluso referendums - pero hagan algo de una maldita vez que enfrente a la gente con la puñetera realidad y dejen de ocupar las páginas de los periódicos con sus cositas en lugar de permitir que hablemos de lo importante. Que te llames como te llames, hables en lo que hables, tengas el pasaporte que tengas, la soberanía nacional no existe ya hace mucho y los “mercados” nos tienen a todos jodidos si no actuamos contra ellos unidos. Sí, unidos.

¡Víctimas del fraude fiscal de todo el mundo, uníos!

miércoles, 4 de enero de 2012

Caminito

No se venden coches, pero los de lujo han aumentado un 83% el año pasado. Ese mismo año, el más terrible desde que vivimos al borde del abismo, los diez españoles más ricos han aumentado su patrimonio hasta acumular algo así como 35.000 millones de euros – capaces de resolver por sí solos el problema de déficit público que acumulamos los restantes cuarenta y cuatro millones.

El retorno a la jungla preilustrada continúa su avance siguiendo unas pautas ya muy claras que sorprenden por su implacable mecánica. De puro perfectas, cuesta creer que hayan sido planificadas, pero una vez en este punto, hay que reconocer que el neoliberalismo recicla todo y todo lo aprovecha, tanto las supersticiones ideológicas y discursivas como más la cruda realidad, prevista o no, para sus fines.

El implacable mecanismo que destruye el espacio público y las estructuras construidas en torno al llamado Estado de Bienestar, transformándolo en pasta privada, es el siguiente:

1 Con la excusa de la globalización “imperfecta”, que permite la libre circulación del dinero pero no de las personas, e implica el sometimiento de los trabajadores del mundo a una competencia que los iguala hacia abajo, se evita reclamar ni un duro a las grandes fortunas, alias “creadores de empleo”.

2 A cambio, se les da todo lo que se ha recaudado por vía impositiva a esos pobres trabajadores de clase media y baja en forma de exenciones, subvenciones a “emprendedores”, “vacaciones fiscales” o, sencillamente, dádivas con protocolo (como se puede comprobar estos días en torno al caso Urgangarín).

3 Cuando, por este procedimiento, ya no queda en las arcas públicas ni con que sonarse los mocos, se alega que las empresas y servicios públicos son deficitarios, o ruinosos, o cualquier otra fórmula que permita demostrar que no funcionan – y a renglón seguido se “recortan” o directamente se eliminan. Con la llamada “crisis”, la cosa se ha puesto a huevo.

Hablemos en Generalitat: los tipos que manejan la de Valencia, después de llenarles de pasta la cartera a los amigotes hasta hacerse “rescatar” por el gobierno de España, dicen que para arreglarlo hay que liquidar no sé cuántas empresas públicas. Los de la catalana, por su parte, se han propuesto enriquecerse con el negocio de la sanidad y no ha encontrado mejor manera que machacar, con gran seriedad y para evitar ser “rescatados” (por allí la independencia es buena excusa), la Seguridad Social.

Todo esto sucede delante de las narices de periodistas, comentaristas, expertos y público en general sin que dé la impresión de que a ninguno, atrapados en el detallito concreto de cada día (como si Pulgarcito se quedase mirando cada miguita sin sospechar siquiera que pudieran formar un caminito), el cuadro general le parezca especialmente intolerable, espeluznante o escandaloso. Nadie parece caer en la cuenta de que una economía que proporciona 35.000 millones a diez personas, pero dice que no puede garantizar salud, estudios y jubilación a la población, es una farsa.

Bueno, por este trágico camino sólo nos queda el consuelo de que cuando nos hayan quitado todo, ya no tendrán nada más que quitarnos... Una vez haya desaparecido el espacio público en su conjunto, transformado en el embudo por el que acaban en el bolsillo de cuatro o de cuarenta y cuatro las perras del conjunto, ¿de qué vivirán las grandes fortunas, de dónde seguirán alimentándose?

Claramente, tendrán que inventarse otro sistema. Supongo que ya lo estarán estudiando, pero si no se les ocurre nada, ya improvisarán. Total, con el público tan tonto que tienen...