martes, 15 de julio de 2014

Fútbol y bombas

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Permitidme que, por una vez, me cite a mí mismo: "El mes de junio de 1982 puso a prueba el orgullo de los argentinos. En Barcelona, en el partido que inauguraba el campeonato mundial de fútbol, su selección nacional perdió cero a uno contra la de Bélgica. De nada sirvió frente a los defensas europeos la presencia en el terreno de juego de Diego Armando Maradona, su grandísimo genio. Al día siguiente, el general Mario Menéndez (quien se había ganado el ascenso reprimiendo sin piedad a la guerrilla urbana de Tucumán) se rendía al ejército británico en las islas Malvinas desoyendo las órdenes de su jefe, el general Galtieri, que le exigía resistir a toda costa. A la misma hora en que los mimados futbolistas jugaban a la pelota al calor del Mediterráneo, sus compañeros de quinta se desangraban en las trincheras heladas del Atlántico Sur. Entre el desastre y el absurdo, a sus compatriotas quizá les quedase el consuelo de saber que ese día señalaba también el principio del fin de su siniestra dictadura. Mientras el mundo veía a Argentina perder su partido, la aviación israelí bombardeaba a la población de Beirut sin respetar siquiera a los que estaban ingresados en los hospitales. O quizá mejor sería decir que, mientras la aviación israelí bombardeaba a la población de Beirut sin respetar siquiera a los que estaban ingresados en los hospitales, el mundo veía a Argentina perder su partido."
            El pasaje anterior es inédito. Forma parte de un libro en el que estoy trabajando hace algún tiempo. La cita no tiene otro propósito que demostrar el carácter reiterado y por tanto programado de las agresiones israelíes. Lo mismo que en 1982 sucedió en 2006, cuando Israel lanzó una guerra contra el Líbano de la que salió escocido, coincidiendo con el campeonato del mundo de fútbol de Alemania. Al revés que las antiguas Olimpiadas, que suponían una tregua a la guerra, la inauguración de los campeonatos de fútbol dan la señal a Israel para recrudecer sus agresiones. Y una vez que uno advierte esto, se pregunta: ¿cómo es posible que se sigan celebrando Mundiales como si tal cosa, a pesar de que se sabe que actúan como cobertura de los instintos asesinos del sionismo? Y también, ¿cómo es posible que la FIFA no denuncie esa política de Israel, aunque sólo sea para librarse de la acusación de tapadera consciente de sus crímenes? O, ¿cómo es posible que, sabiendo que todos sabemos esto, no expulse a Israel de la organización? Etc, etc, etc. Y donde digo "FIFA" digo "ONU" y digo cualquier gobierno "democrático" de la "comunidad internacional". Todos ellos carecen de legitimidad como resultado (sobre todas las cosas) de su silencio al respecto.
            No, no es casualidad que las generosas contribuciones israelíes al sufrimiento de este mundo coincidan con campeonatos mundiales de fútbol u otros fenómenos de alelamiento colectivo. Las navidades 2008-9, mientras los países cristianos se dedicaban a cantar villancicos y asar pavos, fueron testigo de uno de los más crueles ataques contra la franja de Gaza. Eso desnuda a las aparentes razones -los adolescentes asesinados, los cohetes de Hamás- de toda su apariencia. Ni siquiera vale la excusa de que son Netanyahu y sus gobiernos de extrema derecha los responsables de este tipo de iniquidades. Aprovechar los acontecimientos en los que la conciencia pública occidental está abducida es un patrón habitual de conducta de las autoridades israelíes mucho antes de Netanyahu.
            Y ahora sólo quiero añadir: estoy hasta las narices de escuchar a los sermoneros que nos hablan del doloroso "conflicto" y de la necesidad de llamar a las partes a la paz. No, no necesitamos paz. Necesitamos justicia. Las partes no son Israel y los palestinos: las dos partes son Israel y la humanidad. Palestina necesita justicia y la humanidad entera necesita justicia. Sin ella, "paz" no es más que una palabra prostituida para denominar al período entre campeonato y campeonato, o sea, entre bombardeo y bombardeo.