sábado, 21 de julio de 2012

La mani



Este jueves pasado hemos vivido una situación insólita, extraordinaria, propia solamente de un verdadero estado de guerra: todos se han unido contra el bando agresor. Todos, desde los anarquistas a los jueces, los bomberos o los actores, los médicos y los enfermeros, los profesores, los administrativos, los policías y hasta los militares, de todos los gremios, los géneros, edades y opciones sexuales; sindicatos que nunca coincidían; ondeaban todas las banderas políticas, la republicana y la monárquica juntas. Cuando digo todos, digo todos.
Una representación nutrida de sectores fundamentales de la sociedad se ha reunido para lanzar un mensaje común: a diferencia del gobierno (que trabaja para una casta), nosotros luchamos contra la “crisis”. Aquí estamos para demostrarlo. No nos cruzaremos de brazos. Estamos dispuestos a dar la batalla. Y somos muchos, somos incluso más de los que hubiéramos imaginado. La razón: hemos entendido de una maldita vez qué es la “crisis”. La Crisis, con mayúscula. Ese tema.
Llevo años combatiendo, modestamente, contra el lenguaje oficial y sus mistificaciones. He comprobado su naturaleza coriácea: hace no tanto escribía con desesperación, resignado a aceptar que la indestructible pantalla del discurso propagado por todos los voceros del poder parecía suficiente para abotargar las mentes e impedir la reacción adecuada – pero eso está cambiando.
La manifestación de este jueves 19 de julio (malditas coincidencias) es la prueba palpable de una sensación creciente: la gente ya no se lo cree. La ciudadanía ya no se lo traga. Ya no nos lo creemos. En cierto modo, hemos asistido al fracaso del discurso oficial, a su entierro multitudinario. El significado real de la ideología de la Crisis, aprovechada para justificar el desmantelamiento sin debate y por decreto del llamado Estado de Bienestar, ha quedado por fin desvelado a los ojos de todos como por ensalmo.
Ahora redoblarán sus amenazas de apocalipsis y, después, a partir de aquí, comenzará la represión pura y dura. Pero los ministros saben que tendrán una actitud social enfrente. Entramos en otra fase, ¿qué ha obrado el milagro?
La diputada Andrea Fabra tradujo espontáneamente los sentimientos del gobierno y de esa casta para la que trabaja el gobierno con respecto a la llamada “crisis”: “¡Qué se jodan!” ¿Puede haber algo más claro y sencillo de interpretar? Ese alivio espontáneo de una diputada evidente haciendo su trabajo, disfrutando sádicamente al hacer su trabajo – que consiste básicamente en desposeer a los que no tienen nada, a gente que efectivamente se está jodiendo, para dárselo a los que les sobra todo-, ese pedo verbal ha sido capaz de sacar de su sueño hasta al más alelado. “Una expresión de júbilo así, un grito orgásmico tan sentío, tan irreprimible, ¡debe oírse también sinceramente en tantas mansiones lujosas, al amparo de sus cuatro paredes con cuadros caros y sin cámaras ni micros indiscretos¡”, ha pensado hasta el más distraído. Esa exclamación ha hecho más por la desilusión y el descreimiento del pueblo que años de proclamas antisistema.
Un cartel con esa leyenda se desplegó al sol durante unos instantes desde la azotea del nuevo Ayuntamiento, la Casa de Correos – justo el tiempo que tardaron en ser reducidos sus muñidores. La gente que ocupaba Cibeles aplaudía fervorosa a la exhibición, coreaba el exabrupto transformado mágicamente en consigna, en la consigna, y animaba a su bando en la lucha que se libraba a brazo partido en la azotea.
Lástima los petardos de los bomberos. Aparte de que me aturden, soy un clásico y para mi gusto no combina bien el ambiente fallero con las ocasiones serias. Después de hora y pico tuve que irme a comer un bocadillo y creo que mientras tanto se leyeron manifiestos y esas cosas. Me los perdí. Bueno, gracias a la diputada Fabra ya no hacen falta.