Permitidme que, por una vez, me cite a mí mismo: "El
mes de junio de 1982 puso a prueba el orgullo de los argentinos. En Barcelona,
en el partido que inauguraba el campeonato mundial de fútbol, su selección
nacional perdió cero a uno contra la de Bélgica. De nada sirvió frente a los
defensas europeos la presencia en el terreno de juego de Diego Armando
Maradona, su grandísimo genio. Al día siguiente, el general Mario Menéndez
(quien se había ganado el ascenso reprimiendo sin piedad a la guerrilla urbana
de Tucumán) se rendía al ejército británico en las islas Malvinas desoyendo las
órdenes de su jefe, el general Galtieri, que le exigía resistir a toda costa. A
la misma hora en que los mimados futbolistas jugaban a la pelota al calor del Mediterráneo,
sus compañeros de quinta se desangraban en las trincheras heladas del Atlántico
Sur. Entre el desastre y el absurdo, a sus compatriotas quizá les quedase el
consuelo de saber que ese día señalaba también el principio del fin de su
siniestra dictadura. Mientras el mundo veía a Argentina perder su partido, la
aviación israelí bombardeaba a la población de Beirut sin respetar siquiera a
los que estaban ingresados en los hospitales. O quizá mejor sería decir que,
mientras la aviación israelí bombardeaba a la población de Beirut sin respetar
siquiera a los que estaban ingresados en los hospitales, el mundo veía a
Argentina perder su partido."
El
pasaje anterior es inédito. Forma parte de un libro en el que estoy trabajando
hace algún tiempo. La cita no tiene otro propósito que demostrar el carácter
reiterado y por tanto programado de las agresiones israelíes. Lo mismo que en
1982 sucedió en 2006, cuando Israel lanzó una guerra contra el Líbano de la que
salió escocido, coincidiendo con el campeonato del mundo de fútbol de Alemania.
Al revés que las antiguas Olimpiadas, que suponían una tregua a la guerra, la
inauguración de los campeonatos de fútbol dan la señal a Israel para recrudecer
sus agresiones. Y una vez que uno advierte esto, se pregunta: ¿cómo es posible
que se sigan celebrando Mundiales como si tal cosa, a pesar de que se sabe que
actúan como cobertura de los instintos asesinos del sionismo? Y también, ¿cómo
es posible que la FIFA no denuncie esa política de Israel, aunque sólo sea para
librarse de la acusación de tapadera consciente de sus crímenes? O, ¿cómo es
posible que, sabiendo que todos sabemos esto, no expulse a Israel de la
organización? Etc, etc, etc. Y donde digo "FIFA" digo "ONU"
y digo cualquier gobierno "democrático" de la "comunidad
internacional". Todos ellos carecen de legitimidad como resultado (sobre
todas las cosas) de su silencio al respecto.
No, no
es casualidad que las generosas contribuciones israelíes al sufrimiento de este
mundo coincidan con campeonatos mundiales de fútbol u otros fenómenos de
alelamiento colectivo. Las navidades 2008-9, mientras los países cristianos se
dedicaban a cantar villancicos y asar pavos, fueron testigo de uno de los más
crueles ataques contra la franja de Gaza. Eso desnuda a las aparentes razones
-los adolescentes asesinados, los cohetes de Hamás- de toda su apariencia. Ni
siquiera vale la excusa de que son Netanyahu y sus gobiernos de extrema derecha
los responsables de este tipo de iniquidades. Aprovechar los acontecimientos en
los que la conciencia pública occidental está abducida es un patrón habitual de
conducta de las autoridades israelíes mucho antes de Netanyahu.
Y ahora
sólo quiero añadir: estoy hasta las narices de escuchar a los sermoneros que
nos hablan del doloroso "conflicto" y de la necesidad de llamar a las
partes a la paz. No, no necesitamos paz. Necesitamos justicia. Las partes no
son Israel y los palestinos: las dos partes son Israel y la humanidad. Palestina
necesita justicia y la humanidad entera necesita justicia. Sin ella, "paz"
no es más que una palabra prostituida para denominar al período entre
campeonato y campeonato, o sea, entre bombardeo y bombardeo.