jueves, 26 de noviembre de 2020

La posesión de la vida

 


 


 

 

            

            La posesión de la vida es un título ambiguo: ¿es uno el que posee la vida (“mi vida”) o es la vida la que le posee sin remedio - a uno y a todos? “Este libro trata”, se dice no sin audacia, “de cómo modificar nuestro destino”. En realidad trata precisamente de ese territorio ambiguo, de que somos sujetos y objetos al mismo tiempo, de la lucha por ser sujetos y de la imposibilidad de dejar de ser objetos. Pero comprende, eso sí (y perdón por arruinar el final), la posibilidad de victoria en ese tira y afloja.

            El gran escritor taoísta Zhuangzi escribió: “La mente pequeña es analítica; la mente grande, sintética”. Ferrero ha hecho en este libro los dos viajes, rindiendo homenaje a la humildad, primero, y a la grandeza, después. Ha deshecho primero una madeja enmarañada de cabos sueltos para exponerla luego hebra a hebra sobre la página en blanco con una sintaxis tersa, sin nudos ni trabas, limpia. Es éste un libro que se devora. O mejor, que se bebe, porque devorar implica algo sólido que se mastica y este texto pasa con la fluidez de un buen elixir. En un autor como Ferrero, que asegura muy serio que no hay buena novela que no sea barroca, sorprende y admira ese pulso tan sereno. Da la impresión de que, fuera de la novela, ha encontrado una expresividad madura, ni precipitada ni morosa, un poco su propio clasicismo.

            También su contenido tiene esa naturaleza de destilado, de asunto pensado y madurado con paciencia. Ferrero ensambla un montón de piezas heterogéneas, lecturas de todas las coordenadas temporales y espaciales, pero lo hace sin que el lector lo note, como si las hubiese pulido para el ajuste. Esa síntesis deja regalos memorables, empezando por ese gran descubrimiento (iba a decir “invento”, pero yo me he convencido de su existencia) que es la “aconciencia”, tercera zona de nuestro psiquismo, la más extensa y superficial, “alerta como la conciencia y amoral como el subconsciente”: “Cuando un político piensa que hay que eliminar a este o aquel hombre, exterminar este o aquel pueblo, en presunto beneficio del bien común, se está colo­cando en la aconciencia.” Su denuncia de esta capa del yacimiento moral es también una denuncia de los Absolutos, esos designios que pretenden superponerse a la conciencia particular de cada uno como una coartada que la inhibe y desarticula.

            Todo el texto subraya el hecho fundamental de nuestra plasticidad. Los humanos somos arcilla que se moldea a sí misma. Somos nuestro propio dios creador o, mejor dicho, nuestra propia diosa creadora - puesto que es mujer la que nos da la vida. La imagen o el relato son los instrumentos de semejante conformación o, según se mire, deformación. Podría decirse que no existe una realidad con la que tengamos una relación directa: siempre estamos mediatizados por una celosía de palabras y representaciones.

            Para su prospección, Ferrero sigue dejándose iluminar por la sabiduría antigua y la mitología pagana. Recurre a su formación clásica para recuperar dos mitos bien conocidos pero de los que extrae, parece mentira, nuevas posibilidades: el libro es un mano a mano entre Narciso y Pigmalión. Si “narcisismo” es una afección bien conocida con efectos autodestructivos, debería llamarse “pigmalionismo” a nuestra manera de intervenir en los otros para adecuarlos a nuestros deseos, desde el simple e inocente hecho de imponer un nombre a un recién nacido, que se convierte en un destino con el que tendrá que apechar o contra el que tendrá que combatir el resto de su vida.

            Y porque Jesús Ferrero nunca elude el abismo que bordeamos todo el rato mientras vivimos, la última parte, titulada “Salidas del laberinto” está, contra pronóstico, sembrada de optimismo. Sin caer nunca en la ingenuidad, se subraya la capacidad de rectificar, de escapar a destinos indeseables, como si, gracias a esos instrumentos de alfarería psíquica, no hubiera más destino fatal que aquel al que uno se resigna inexplicablemente. El libro termina, así, con un brindis a la salud de un lector a quien se le han entregado las llaves del arcón de los secretos. ¿Tiene usted amigos atrapados en el laberinto? Corra a conseguirles un ejemplar de La posesión de la vida: aprenderán de un maestro y, al llegar al final, les verá usted esbozar una sonrisa.

 

 

Jesús Ferrero, La posesión de la vida, Siruela 2020

 

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