Llevo casi dos
meses sin decir esta boca es mía. Y no es que no lo haya intentado: he escrito
esbozos, arranques, ideas, frases. Tengo archivados varios proyectos de artículo,
con un bonito título cada uno, en la carpeta BLOG, subcarpeta 2012. Pero
llegado un momento, después de darle muchas vueltas a lo que quería decir (la
imaginación neoliberal, la mitología neoliberal, el absurdo neoliberal),
siempre pensaba que no merecía la pena. He escrito y he guardado, incapaz de
publicar una sola entrada. Al final, siempre pensaba "¿Qué más da?, ¿qué
necesidad hay de decir nada?"
Sí: qué decir que
no esté dicho. Qué decir que no se diga
solo. ¿Tiene sentido sacarle punta a algo?, ¿es que hay alguien que lo
necesite? La realidad es tautológica, pleonástica, chulesca. Como nunca. La
realidad está delante de los ojos de todos con una desvergüenza de
exhibicionista, tan desnuda y clara, tan evidente que sólo un ciego -y que me
perdonen los inevidentes- puede
necesitar que alguien se la cuente.
Después de años
de analizar el discurso del poder, tratando de comprender cómo nos la cuelan,
detectando sus giros, sus expresiones, sus trucos y estrategias - me he dado
cuenta de que lo importante no es cómo lo hacen ellos, sino cómo nos lo
tragamos. Cómo es posible que se lo trague la gente, o sea, nosotros, no nos
engañemos.
Y he llegado a la
conclusión de que, a fin de cuentas, no hace falta que hagan mucho. Dejémonos
de estupideces: hay cosas más importantes que la razón. Cosas más poderosas y
más determinantes.
¿Qué es lo que
permitió que los judíos europeos fueran deportados a los campos de exterminio
sin el menor acto de rebeldía, como corderos al matadero? Tendrá que explicarlo
la psicología social, convertida así en la ciencia de la sumisión. Mi impresión
es que si algo ofende en este momento a los poderosos es no haber sido antes
conscientes de esa docilidad "sistémica" y haberse atrevido a hacer antes
lo que están haciendo ahora de viernes en viernes; les enfurece haber esperado
tanto tiempo entre concesiones, seguros cada día más de que pueden hacer lo que
quieran, cuando quieran, sin respuesta.
Durante
la última temporada trabajo en una traducción de Cornelio Tácito, el
historiador romano. El interés de este hombre
que escribía a finales del siglo I a. C. consiste esencialmente en su
descarnada mirada sobre un poder incomparable: la Roma imperial que le tocó
vivir. Lo que escribe suena como cuando pillan a un político con el micro
abierto sin que lo sepa, pero Tácito escandaliza con una finura insuperable y a
plena conciencia.
El
pasaje que transcribo debajo, copiado y pegado del borrador de mi traducción,
pertenece al libro que dedicó a la memoria de su difunto suegro, Julio
Agrícola, el general que conquistó para el imperio la isla de Gran Bretaña. Es el
capítulo veintiuno de su halagadora biografía. El gobernador Agrícola hacía la
guerra a los rebeldes britanos durante el verano. Los diezmaba y los
aterrorizaba sin piedad innecesaria. Pero, al llegar los fríos, cuando acababa
la temporada bélica, no acababa por eso la misión de este conquistador. Dice su
yerno Tácito:
El
invierno siguiente se invirtió en una política de lo más saludable. Para que
una población diseminada y primitiva, y por eso más propensa a la guerra, se
habituase al sosiego y al ocio con ayuda de los placeres, Agrícola animaba a
los particulares y proporcionaba ayudas a las comunidades para la construcción
de templos, de mercados o de viviendas elogiando a los emprendedores y
censurando a los remisos. De ese modo, la competencia por el premio se
convirtió de hecho en una exigencia.
Además,
instruía a los hijos de los prohombres en estudios liberales y ponderaba los
talentos britanos por encima de la ciencia de los galos, logrando así que
quienes hasta hacía poco rechazaban la lengua de Roma suspiraran por dominarla.
También adquirió prestigio nuestra forma de vestir y la toga se puso de moda, y
poco a poco los britanos cedieron a la seducción de vicios, tiendas, termas y
fiestas elegantes. Y entre aquellos incautos se llamaba "civilización"
a lo que sólo era parte de su esclavitud.
¿Qué
se puede añadir? Supongo que este texto sobre el invierno 78-79 en la isla de
Gran Bretraña constituye la más antigua (o una de las más antiguas) documentaciones
del soft-power. Y una de sus más sarcásticas formulaciones también. Resulta muy irónico
leer a un latino mofarse de los bárbaros y rústicos indígenas británicos. Hoy
día, en que los latinos se afanan con entusiasmo en aprender inglés, puede uno
admirarse de cuán mudable es la historia y de cuánto nos venga sin que
lleguemos a saberlo; de cómo puede cambiar tan drásticamente el papel de los
protagonistas y, sin embargo, de qué parecidas son las cosas que nos hacemos
unos a otros.
Esa
"política sanísima", cuya descripción ofrece Tácito con toda la sorna
del mundo, explota el entusiasmo masoquista que produce colaborar en el propio
encadenamiento.
La
idea de poner a los esclavos a construir casinos, iglesias y centros
comerciales como instrumento de su dominación, así como la de que aprendan
ciertos idiomas para no entender nada, se las dedico a Esperanza Aguirre, que
debe sentir la misma sorna por nosotros, sus súbditos.
Que grande la traducción del texto y que grande Tácito... Muchas gracias!
ResponderEliminarY sin embargo ¿es Tácito menos esclavo por haber sido "civilizado" con anterioridad?
OPZ
Supongo que Tácito fue menos esclavo, por lo de ser la autoridad. Lo mismo que Aguirre y todos los demás que han elegido estar en el poder y tutelar a la sociedad actual, modificar las leyes que consideran convenientes y arbitrar el juego democrático imponiéndonos, sancionándonos y obligándonos a cumplir las normas. Ser esclavo desde arriba debe tener otra perspectiva de la esclavitud. El mejor esclavo de este país, sin duda es el Rey, que dice que sirve a su pueblo y se da la gran vida y vive como tal.
ResponderEliminarPor lo menos Tácito tenía claro como tenía que realizar la Romanización. Estos no tienen ni la más remota idea de cómo llevar la Europeización, por eso nada ha cambiado. Ese es el sistema, si, el mismo sistema que explica el Sr Conde… después de tanto tiempo.
y desde aquella epoca nos tienen dando vueltas como tontos, igual que a los down en la Plaza Mayor
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