Según la mitología griega, Proteo era un dios marino que podía predecir el futuro, pero cambiaba de forma para evitar tener que hacerlo, contestando sólo a quien era capaz de capturarlo. Inatrapable y enigmática, como Proteo, la llamada crisis no para de transformarse y mutar, al parecer imposible de ser contenida y sin respuesta sobre su evolución. Y, sin embargo, no hace falta mucha ciencia para aventurar sus inclinaciones y perversiones más íntimas.
Los países de Europa son su objetivo manifiesto: después de la remota periferia, después de Islandia y los paises bálticos, los que más prisa se dieron en ‘liberalizarse’, la zona euro es ahora la víctima preferida de “los mercados”, que actúan como expertos timadores cebándose sobre quienes más les creyeron.
El tornado sigue girando hacia el centro: primero fue Grecia, sacrificada en el altar de los bancos alemanes, y es ahora Irlanda, esa misma Irlanda que hasta antes de ayer era presentada por los serviles y estupidificados medios de comunicación como el ‘Tigre Celta’, la esmeralda del neoliberalismo, ejemplo inmarcesible del éxito, del boom y del bang de las teorías privatizadoras - la que debe ser “rescatada” por un Monopoly siniestro. Con sus cientos de miles de millones bajo el brazo, los técnicos de la UE y el FMI llegan al rescate con sus contrapartidas tipo ángel exterminador: hay que reducir drásticamente el “déficit público”, causado en último extremo por los desembolsos públicos para “rescatar” bancos en apuros.
Dicen que los próximos somos nosotros, los portugueses y los españoles… El presidente del Banco de España ya anda por ahí diciendo que a quién se le ocurre no recortar las pensiones, que qué van a pensar de “nosotros” “los mercados” (todo tiene que ir entre comillas porque todo es lenguaje figurado y nada significa nada), que ya no confían en “nosotros” porque no tenemos suficiente sadismo para joder a los trabajadores.
En conclusión: hay que arrojar a la gente a la intemperie, desmantelar a toda costa el Estado protector, que debe pagar de ese modo su papel de Noé de la gran banca. Los “mercados” apuntan, el FMI ejecuta.
Puesto que no se recogen impuestos (los ricos están exentos o defraudan impunemente y los pobres, en el paro, no cotizan), hay que pedir prestado a los mismos ricos a quienes se exime de tributar y a quienes se ha transferido cantidades industriales de dinero público. Con aire paternal, los ricos que no pagan y se llevan el dinero público acuden a adquirir bonos y letras de la deuda pública a un interés cada vez más exorbitante que reduce aún más la holgura del lazo que estrangula al Estado. Nadie parece hacerse la pregunta evidente: ¿por qué no se les confisca ese dinero en forma de impuestos, en lugar de pretenderlo como préstamos, que son el precio de nuestra soberanía?
La amenaza de no poder vender más deuda pública y entrar en bancarrota hace sonar la campanilla de auxilio de los Estados. Los paniaguados de los ricos, políticos de la UE o economistas del FMI, hacen entonces su entrada triunfal… exigiendo a cambio más ventajas para los poderosos y más sufrimientos para los débiles. Y vuelta a empezar.
En ese ciclo infernal, la moneda común se debilita como resultado de la “desconfianza” de “los mercados” (es decir, esos fondos de inversión nutridos de dinero robado, evadido o subvencionado y, según el presidente del Banco de España, lo único que debe preocuparnos en el mundo). Mi hipoteca en yenes, de la que no he conseguido escapar, se dispara. Pero eso importa poco en comparación con la desesperación de otros muchos.
¿Los beneficiarios? El submarino angloamericano, concertando sus poderes financieros en Wall Street y Londres para torpedear cualquier sombra de competencia monetaria con el dólar; los industriales alemanes, a quienes un euro bajo les facilita la exportación y también el propio Estado alemán, cuya deuda pública se convierte en refugio de quienes huyen de la incertidumbre de las demás (a esa estrategia juega, con su sonrisa de adolescente loca, Angela Merkel); los ideológos neoliberales, que en lugar de recibir su castigo merecido como promotores de la “crisis” (¿cómo se explica que nadie pida explicaciones por el fracaso de Irlanda?), sacan pecho y, aprovechando el anonadamiento general, reclaman más de lo mismo para conjurar el demonio del “déficit público”; los oportunistas de la gran industria del empleo (vampiros del motor en gran número, desde el sector del automóvil a los explotadores de autopistas privadas), que se apresuran a chantajear a los poderes públicos con la amenaza de dejar en el paro a más gente si no se les “ayuda”, impulsando aún más el socialismo para ricos en que se ha transformado nuestro proteico sistema.
Regalárselo todo a quien puede pagar mucho, y cobrarle hasta el último céntimo a quien no puede pagar: ese es el lema de la buena economía al uso. Hace ya tiempo que las llamadas “corporaciones” no solamente no tributan al fisco sino que obtienen dinero público vía subvenciones, “vacaciones fiscales” u otras fiestas fiscales de guardar.
En el futuro, mientras se reduce el déficit público, nuestro impuestos irán cada vez menos a gastos sociales y cada vez más por el mismo sumidero abajo – a las arcas de quienes tienen dinero para poner en el casino de la economía. Y otro piquito quedará para pagar a la policía que debe rompernos la cabeza cada vez que la levantemos, de manera que, en el colmo de la sofisticación, seamos nosotros quienes paguemos nuestro propio vapuleo. Conviene tenerlo en cuenta a la hora de plantearnos nuestras futuras relaciones con Hacienda.
¿Qué te parece la propuesta de Eric Cantoná de que dejemos de pasearnos por las calles con pancartas y vayamos a sacar nuestro dinero de los bancos? Parece de lo más sensato. Se puede encontrar facilmente en youtube. Un abrazo.
ResponderEliminar