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En
el sueño de Esperancita, su país era bilingüe. Pero bilingüe
perfecto, perfecto: todo el mundo hablaba inglés y español (el
resto de los dialectos regionales había, simplemente, desaparecido, maldita la falta que hacían).
Como
siempre había sucedido, la gente hablaba en casa preferentemente
español: el idioma en que soñaba Esperancita era el que se usaba
"en las interacciones informales entre familia, amigos y
vecinos". Pero, ah, de acuerdo con los estudios de los
lingüistas y sus encuestas sociológicas, los jóvenes escolarizados
preferían el inglés para "las actividades sociales y lúdicas":
ver la tele y el cine, leer, escuchar música... Daba gusto lo bien
que entendían los jóvenes las canciones de los Beatles, leían
Spiderman en versión original y ya no se subtitulaban las películas.
Como el vasco y el catalán, la SGAE había finalmente sucumbido
(algo que daba a Esperancita una felicidad especial un poco morbosa,
poco importaba que de paso hubieran desparecido todos los
escritores, cantantes, cineastas o actores que usaban el español).
Por
supuesto, en el sueño de Esperancita el inglés era la lengua de
rigor en la escuela, insustituible en la relación entre los
profesores y los alumnos. Naturalmente, por fin, no había clases de
inglés, sino que las clases, todas las clases, se daban en
inglés. El castellano había desaparecido de la vida académica, soñaba, y casi casi se le abrían los ojos de felicidad. No obstante, los análisis estadísticos demostraban que el español se seguía utilizando surrepticiamente en los recreos, a
pesar de las recriminaciones y sanciones de los profesores. Éstos,
exigentes e insatisfechos, se lamentaban también del poco uso del
inglés en los hogares, y recomendaban a los padres que hablaran en
inglés con sus hijos. Esperancita estaba feliz: los profesores, por
fin, lo habían comprendido todo, estaban poniendo de su parte y
cooperaban en el bilingüismo perfecto de sus sueños. Ayudaba mucho
traer profesores directamente de los países de habla inglesa, aunque
en el camino el paro entre los profesionales españoles se hubiese
disparado. Para el alma anglófila de Esperancita era una enorme
satisfacción contribuir a paliar el paro en los países anglosajones
y, de paso, presumir en España de la cantidad de empleo que genera
hablar inglés.
Esperancita
no sabía, sin embargo, que su sueño era la realidad de otros: sí,
amigos, esta bonita situación que ella soñaba puede encontrarse
desarrollada con pelos y señales en un sesudo artículo científico
titulado "El inglés y el español en Gibraltar: usos y
actitudes entre la población joven"
(http://www.um.es/tonosdigital/znum19/secciones/estudios-23-Gibraltar.htm),
y cada vez que pongo algo entre comillas es cita literal de ese
artículo.
Esperancita
no sabe (¿o sí?) que el futuro que sueña es el presente de
Gibraltar, el único lugar de la tierra habitado por perfectos
bilingües en castellano (de Cádiz) y en inglés. Ni siquiera Puerto
Rico se ajusta al sueño de Esperancita tan bien.
Ese lugar
mediterráneo donde juran y perjuran que jamás serán españoles,
también es el único lugar de la tierra habitado por ciudadanos
británicos donde el inglés no tiene uso mayoritario: en la colonia
de Gibraltar, los niños hablan con sus padres, con sus hermanos y
juegan con sus amigos en español, pero cuando tienen que hacer
cuentas, lo hacen en la lengua de Milton Friedman, que es el idioma
en el que han estudiado aritmética, como dios manda. Esa realidad
entra por los oídos, no por la vista: en la colonia de Gibraltar
todos los carteles y rótulos de los establecimientos públicos o
comerciales están en la lengua de Reagan, Thatcher y Bush - pero
para que ésa sea también nuestra realidad sólo falta que se
rotulen en inglés el Palacio de la Moncloa y el Palacio de la
Zarzuela. Las tiendas ya lo han hecho espontáneamente.
Ni
siquiera Esperancita parece haberse dado cuenta (¿o sí?) de su
enorme perspicacia política: ya que no hay manera de que Gibraltar
sea español, ¡viva España gibraltareña!
Si
ella se diera cuenta de eso, de que lo que pretende simplemente es
que España sea como la colonia de Gibraltar, iniciaría quizá una
hermosa cruzada, señalando al Peñón no como una espina clavada en
el alma patria, sino como su modelo de futuro más digno y anhelable
(todo esto por no mencionar a la innovadora economía financiera de
la Roca). A la larga, quizá, vaciado por fin de sentido el pleito
entre las dos caras de la Verja, y bilingües perfectos ya a un lado
y a otro, la unidad caería como fruto maduro, poco importaría si
Gibraltar se hacía español o España entera se siente gibraltareña.
Por algo así de hermoso se puede renunciar hasta a la rojigualda.
Aunque
no hay por qué suponer que Esperancita no tenga un poquito de
patriotismo en el corazón y quizá le dolería sentimentalmente
saber que, de acuerdo con los resultados de este estudio, no muy bien
redactado, la verdad, "el
inglés es valorado como el idioma más importante frente al español,
el cual se califica como idioma cuyo futuro en Gibraltar es bastante
pesimista." Quizá Esperancita recordase que no se llama Little
Hope y derramara alguna lagrimilla. Pero, fuerte como es ella,
enseguida se repondría y se iría tan tranquila a hacerse la
manicura: a fin de cuentas, a quien el pasado le importa un comino y el presente le parece de saldo, ¿qué le importa el futuro de su futuro?
"Si ella se diera cuenta de eso, de que lo que pretende simplemente es que España sea como la colonia de Gibraltar..." Perfecto. ¿Habrá algún próximo que se lo diga?
ResponderEliminarColonia o proconsulado, tanto da. Esta "individua", y sin embargo castiza, que empezó, en comparación tímidamente, cuando desterró el clásico plano de metro de Madrid para, dando unos eurillos a unos pelanas amiguetes, convertirlo en réplica emocionante del de Londres, está cumpliendo su fanatismo con el apoyo de todo el Españolismo.