miércoles, 3 de junio de 2009

El precio del té

Unas palabras sobre Sri Lanka, ex-Ceilán. Aunque daría lo mismo para afirmar lo que quiero afirmar, empezaré diciendo que visité el país en el año 1990, en plena guerra. Una guerra sorda, que dejaba un paisaje de puentes volados, controles militares permanentes y zonas inaccesibles, en concreto la franja nororiental de la isla. Recuerdo la vista desde la enorme roca de Sigiriya, sobre la serena e interminable jungla que, según se nos decía, estaba poblada de terroristas tamiles.
Traté de comprender entonces cuáles eran los orígenes de una guerra que arrojaba cada mañana titulares en la prensa local cuyas cifras, limitándose a reflejar el cómputo oficial de bajas, parecían marcadores de partidos de baloncesto. Lo que descubrí es que se trataba de un (otro) legado del colonialismo.
Cuando se apoderaron de la isla, los británicos decidieron convertirla en el emporio del té que después sería. Para soportar el duro trabajo en los extensos campos que se concentran en las tierras altas del centro de la isla, los nativos cingaleses, budistas y habituados a una naturaleza provisora y ubérrima, no daban la talla. Sin arredrarse ante la dificultad, a los británicos no se les ocurrió mejor idea que importar unos centenares de miles de fornidos trabajadores del territorio colindante de la India, Tamil Nadu, cuyas señas de identidad no podían ser más ajenas a las de los cingaleses: eran hinduístas e, igual que su religión, su lengua era perfectamente ajena a la de los isleños. Cuando los británicos se marcharon allí dejaron el problema: una comunidad minoritaria (un par de millones), a quienes los nuevos detentadores del poder, la mayoría budista, no habían invitado y que, en lugar de volverse por donde habían venido, reclamaban un reconocimiento de sus derechos nacionales. La respuesta del gobierno de Colombo fue intransigente y una guerra atroz, ajena a cualquier repercusión y mediación internacional, se puso en marcha.
Lo terrible a fecha de hoy es la manera en que (por el momento) se ha concluido: se trata de la aplicación más descarada de la lección israelí en Gaza. Si eres amigo de la potencia adecuada, nada de lo que hagas te pasará factura. Aplicando esa lógica, el ejército de Sri Lanka ha bombardeado todo lo bombardeable en la franja controlada por los Tigres de Tamil Eelam (LTTE), incluyendo hospitales o escuelas, esta vez sin agobio de fechas límite, hasta que llegó la rendición de los combatientes. Un cálculo neutral arroja un balance de 20.000 muertos en la ofensiva final, a unos 1000 muertos diarios – jóvenes, ancianos, mujeres y niños.
De esta grotesca manera, el viejo y el nuevo colonialismo se dan la mano en un mundo que, demasiado precipitadamente, creíamos civilizado.