martes, 22 de noviembre de 2011

Meditación post-electoral


Bienaventurados sean


los que llaman “responsables y prudentes” a quienes les roban

esos pobres seres vulnerables que llaman “valientes” a las medidas que toman quienes, desde la comodidad y seguridad que les da el poder y la riqueza, diseñan planes para esquilmarles

esa gente que llama “moderados” a los extremistas y “extremistas” a los moderados

esos que llaman “líderes” a los asesinos y “terroristas” a quienes se les resisten

los que llaman “conservadores” a los depredadores y “lunáticos” a quienes quieren conservar lo que aman

esa gente que considera “infantiles” a los que protestan y “gente seria” a los que les rompen las piernas y la cabeza

los condenados a muerte que bendicen a sus verdugos y les dan la bienvenida en nombre de un futuro mejor

los que, detestando con asco ser lo que son, se identifican fervorosamente con lo que sueñan que son

los que, frente a un espejo roto, ven a un millonario en ciernes

esos pobres que sienten, con desprecio, que la corrupción es cosa de pobres

esas pobres gentes que votan a los ricos y corruptos y que, con los resultados en la mano, proclaman risueños: “¡Hemos ganado!"

los que, cuando tienen miedo de un incendio, huyen corriendo hacia las llamas

los que, cuando tienen miedo de un naufragio, gritan “¡Más agua, más agua!"

los que creen que, si cada uno se salva a sí mismo, nos salvaremos todos

esa pobre gente incapaz de comprender que los malos de las películas de James Bond son los jefes de James Bond

esos Rompetechos que, frente a un lobo feroz que enseña los incisivos chorreando sangre, exclaman arrobados: “¡Qué corderito tan bonito!"

esos españoles que, cuando oyen "Hay que salvar a España", piensan que verdaderamente España es alguien que está pidiendo auxilio

esos catalanes que, cuando les cobran impuestos desde Madrid protestan por el “agravio” y cuando les saquean sin piedad sus compatriotas gritan con euforia: "¡Independencia!"

esos que, cuando oyen decir "Hay que hacer las cosas como Dios manda", oyen un concepto definido, nítido y claro de cómo hay que hacer las cosas - y de qué cosas se está tratando

esas gentes que, cuando sienten que les meten la mano en el bolsillo, respiran aliviados pensando que alguien está “combatiendo el déficit público”

todos esos que cuando sufren, son maltratados, son pisoteados, son despojados y ninguneados tienen la íntima sensación de que, por fin, se están haciendo bien las cosas (y lo de antes, ja, era una ingenuidad sin remedio)


Bienaventurados sean, y perdónalos, tú, Señor, que yo no puedo.


Oración final:

Líbranos, Señor, de los sensatos, de la buena gente, de los pacíficos, de los moderados, de los serios, de los prudentes - y danos cualquier cosa a cambio, cualquiera, da igual - no puede ser peor.


Amén

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Democracia griega

Papandreu dio marcha atrás en su plan de convocar un referendum en Grecia. No se esperó a conocer el resultado; ni siquiera es el contenido de un hipotético referendum lo que se sabotea: aunque cualquier referendum hubiera podido ser manipulado con descaro, es simplemente el amago, el gesto de proponer algo a la gente lo que resulta intolerable.

Todo el mundo ha visto la presión: las bolsas se hundieron; los medios de comunicación serios hablaron de 'caos'; los alemanes y franceses paralizaron la transferencia de dinero - el mundo entero le apuntó a la cabeza a Papandreu.

No, no se puede consultar al pueblo. Ya no es el soberano.

Eso es Grecia, sí, Grecia: la patria de la democracia. ¿Alguien necesita algún otro signo de que el pacto democrático ha fenecido?

Con un cinismo capaz de sorpender incluso a quien ha teorizado sobre él, en lugar de ponerse inmediatamente a modificar las circunstancias que hacen posible que alguien tengan nada que corregir de la decisión política de los ciudadanos, todo lo que se hace es intentar, desesperadamente, acertar con la voluntad de los 'mercados'. Su voluntad es superior a la de los ciudadanos y debe guiar la de estos. Dicha superior voluntad, cual la de un moderno Yahve, es interpretada cada día por sus sacerdotes y sacerdotisas, a quienes podemos llamar 'las Siglas': FMI, OCDE, BM, UE, CEOE, PP y otro montón de espontáneos.

Por ese camino, y para salvar la mascarada, los 'mercados', por boca de las Siglas, acabarán directamente por señalar el candidato al que deben votar los ciudadanos en las elecciones. Los políticos actuarán, ya sin rebozo, como gestores puros y duros de los 'mercados'. A continuación, ante el antagonismo irresoluble cada vez más patente entre el sistema político (democracia) y el sistema económico (capitalismo), se obligará a los ciudadanos a elegir entre uno y otro. Al final se intentará, sin muchos rodeos, convencerles de que deben salvar el dinero sacrificando la libertad. Eso no resultará difícil de aceptar a quienes piensan que con Franco no estábamos tan mal.

Y al revés: en el pellejo de Grecia queda meridianamente claro que, para que un sistema político democrático pueda sobrevivir, no queda más remedio que liquidar el sistema económico actual. Para ello, precisamente, hay que conseguir un modelo económico en que el dinero no pueda comprar o estrangular, sino acatar la voluntad política de los ciudadanos.

Y bien, ¿qué hacer? ¿Qué puede usted hacer para empujar todo esto en la dirección correcta? Le propongo algunas medidas al alcance de cualquiera, para empezar, un poco a bote pronto:

1. Exija siempre pagar el IVA (mientras existe): denuncie a quien le proponga no cobrárselo. Duele pagarlo, de acuerdo, pero es una manera inicial de combatir el fraude fiscal. Ahora le están recortando a usted el sueldo porque en su día aceptó no pagar el IVA.

2. Denuncie sistemáticamente a 'su' banco: presente quejas y reclamaciones por todo (comisiones, para empezar, pero también vale un error en la dirección postal a la que le escriben). Considere 'su' banco aquél al que más denuncia: denuncie ante el Banco de España los incumplimientos y arbitrariedades de 'su' oficina bancaria. Si no obtiene respuesta, denuncie al Banco de España. No deje pasar ni una. Entierre a los bancos en papel.

3. En el colegio de sus hijos exija saber cuánto ganan los profesores y sus horarios laborales - si es concertado o privado, ya verá qué flojera le da.

4. Respete estrictamente su horario laboral: no acepte horas extras, ni siquiera remuneradas. Sólo eso: entre y salga exactamente a la hora que indica su contrato.

Ah, y no presuma usted de trabajar, por dios. Los 'mercados' ganan cada vez que usted dice "Esos malditos funcionarios no hacen más que tomar café". A los 'mercados' les gustan los esclavos felices de serlo, así que tome usted café, hombre (o mujer).

5. La llamada 'crisis' tiene cosas buenas. No poder gastar en tonterías es muy educativo. No espere que se la impongan los gobiernos títeres de los 'mercados': impóngase usted mismo la austeridad voluntaria. Si la 'crisis' no le mata de hambre, disfrute de vivir una vida sin lujos - todos los sabios la han recomendado. Combata el consumo. Si todavía puede, ahorre en un calcetín y dispóngase a liquidar el sistema.

6. Sabotee la publicidad: no compre nada que se le ofrezca por vía de la publicidad. Castigue a las empresas que gastan mucho en publicidad. No compre ningún producto o servicio que se publicite en inglés o con un nombre en inglés - verá qué difícil se le hace comprar y todo lo que ahorra.

7. No compre ningún producto de ninguna multinacional (verá qué difícil, también). Aplique la 'trazabilidad' a todas sus compras, no sólo a las de alimentos: compre siempre el producto manufacturado más cerca de su casa y sobre cuya manufactura tenga usted garantías (dentro de lo posible, vaya).

8. Exija a su Gobierno que la evasión fiscal y el fraude fiscal sean considerados crímenes muy graves. Exija para ellos, en los casos más ejemplares, cadena perpetua y el cumplimiento íntegro de las penas. Exija que no se negocie con los defraudadores. Asóciese a la Asociación de Víctimas del Fraude Fiscal. Exija a su Ayuntamiento que les dediquen una plaza.

9. Exija que el derroche de dinero público sea tipificado legalmente como delito: en este momento (¿lo sabía?) no existe la figura delictiva del derroche de dinero público por parte de los gestores de ese dinero.

10. Exija que se instituya por ley la obligación de que los cargos públicos (y, ya puestos, sus familiares directos) sólo puedan acceder a servicios públicos: salvo para suicidarse, un cargo electo sólo podrá recurrir a la sanidad pública, y sus hijos sólo podrán acudir a centros educativos públicos.

11. Exija topes salariales (como en la NBA): nadie, en ninguna profesión podrá ganar ilimitadamente. Ni siquiera Kobe Bryant. Difunda públicamente los datos fidedignos de los ricos de que disponga -o pasadme la información, por favor.

12. Exija a su Gobierno que el comercio justo internacional se imponga por ley: sólo se importarán productos de aquellos países que demuestren fehacientemente que mejoran las condiciones de vida de sus trabajadores.

13. No acepte la respuesta "No hay dinero". Sí, sí hay dinero. Exija a su Gobierno que investigue el monto de las ganancias privadas durante la 'bonanza' y el destino de ese monto. Exija que ese dinero se confisque y reinvierta de inmediato en beneficio colectivo.

14. Exija a su Gobierno que persiga el dinero donde se esconde. En primer lugar, que se imponga un 'corralito' a los paraísos fiscales: nadie podrá enviar o sacar dinero de ellos (salvo para entregarlo a los poderes públicos) sin incurrir en delito grave. Es un paso previo a la declaración de guerra...

15. Hable sin pelos en la lengua con sus vecinos y amigos: convénzales de lo que le proponemos (si es que usted está convencido, claro).

domingo, 6 de noviembre de 2011

La muerte de un (moto)ciclista

Recientemente falleció un corredor de motocicletas italiano, apellidado Simoncelli. Al parecer (yo no lo he visto, no soy capaz) perdió el equilibrio en una maniobra cuando conducía la moto a toda velocidad entre otros motociclistas que conducían las suyas con la misma prisa o mayor. Al parecer, también, decidió no soltarse del manillar, así que la moto lo arrastró por mal sitio y los otros motociclistas, con serio peligro de sus propias vidas, lo atropellaron hasta matarlo.

Yo, que he vivido épocas de mucha censura y mucha prohibición, no soy prohibicionista de casi nada. Así que tampoco voy a decir que estoy a favor de que se proscriba una actividad, como las carreras de motocicletas, que consiste en consumir gasolina sin ir a ningún lado, contaminar el aire sin producir nada a cambio, provocar un ruido insoportable a kilómetros y, llegado el caso, jugarse el físico hasta, como se ha comprobado una y otra vez, la muerte de los concursantes. Venga, va: si se quieren matar, que se maten...

Pero de no prohibir a fomentar, promocionar y encumbrar, como hacen los medios de comunicación públicos (vamos a limitarnos aquí a los públicos), ya hay un buen trecho. ¿Qué es lo que tiene todo eso de educativo?

Pero, bueno, ¿qué está pasando? A ese mismo piloto de carreras, que en paz descanse, hace cuatro días sus compañeros de fatigas lo denunciaban públicamente, indignados con sus maniobras temerarias - que ya habían propiciado alguna rotura de huesos de sus compañeros, en concreto de un tal Pedrosa. Por lo visto no era raro que un profesional de la velocidad en motocicleta se quejara de la conducción "agresiva" del difunto. Había tirado a uno en Mugello, a otro en Assen, a otro en... Sin ir más lejos, este verano, el 25 de junio, otro de estos corredores de motocicletas llamado Jorge Lorenzo, quien por lo visto tiene jerarquía, afirmaba de Simoncelli (si hay que hacer caso de la publicación Marca): "Es un inconsciente, yo le quitaría la licencia".

En fin, si ya hay que ser bastante inconsciente para dedicarse a lo que se dedican, imagínese usted cómo tenía que ser el fallecido, que en paz descanse, ya digo, para que un compañero de profesión le echara ese piropo. La muerte de Simoncelli no ha sorprendido a los lectores de prensa deportiva: estaba de Dios que iba a matarse... Bueno, pues ese insensato, ese conductor agresivo, a juicio de los expertos, se convirtió, de la noche a la mañana, por el mero hecho de morirse sin soltar la moto o, más bien, a pesar de ello, en un "héroe", un "gran profesional", un personaje carismático y extraordinario y no sé cuántas cosas más, según los medios de comunicación que se financian con el dinero público. Se lo escuché personalmente a un locutor titular de Radio Nacional de España, casi le costaba contener la emoción que sentía.

¿Se imaginan?: "Ese muchacho se estaba ahogando, pero decidió no salir a la superficie. Es un héroe,", o "Ese chico es un ejemplo: el piano se le venía encima, pero se puso farruco y no se apartó". El recorrido que ha de hacer el sentido común es excesivo, ¿no?

Esta línea editorial sólo puede explicarse, entiendo, porque este tipo de promociones forman parte de la política de empleo del Gobierno. Como faltan empleos para todos los que somos y/pero, no habiéndolos, debe haberlos porque sí, porque hay que emplearse o joderse, últimamente observo que las ideas para que la gente se gane la vida (y, por lo tanto, la pierda) se ajustan a un patrón: de cualquier tara se hace una profesión de moda.

Así, de un inconsciente se puede siempre hacer un inconsciente profesional, y ya tenemos un superferolítico corredor de motocicletas (o de motos de agua, pongo por caso). La economía se ha enriquecido con esta visión. Con un buen máster, de un chanchullero de la hostia se puede sacar un chanchullero de la hostia profesional, y ya tenemos un banquero astuto, un trader osado o un broker consumado. Según esta agenda oculta del Gobierno para el empleo de la que hablamos, para obtener un CEO profesional de primera fila o un sales manager de primera fila profesional o cualquiera otra de todas esas nuevas profesiones que se anuncian en la Business School del barrio, uno profesional-profesional, no se necesita más que un tarado bien profesionalizado.

En último extremo, si desgraciadamente uno no tiene verdaderas taras que profesionalizar, siempre se puede uno emplear como estafador de ancianos profesional, trabajando para una variedad de empresas legales dedicadas a sacarles muy profesionalmente los ahorrillos a esos inútiles a quienes ya se les ha pasado el arroz y no quieren el dinero para nada.

Y bien, esta política de empleo (producir, por ejemplo, insensatos profesionales a quienes, cuando se matan, hay que encomiar como héroes para que los niños quieran imitarles), ¿no es un poco forzada? A ver, vuelva usted a leer el paréntesis. Claro que a lo mejor no, y soy yo al que le chirrían las bujías.

martes, 4 de octubre de 2011

Castellano doblado

Queridos amigos, sé que algunos echáis de menos mis salidas de tono, pero en estos tiempos de asombro absoluto apenas se me ocurre otra cosa que no sea "¡A las barricadas!"
En todo caso, no dejo de escribir: os remito al siguiente enlace donde encontraréis un artículo mío publicado por Punto y Coma, revista de los traductores de castellano de las instituciones europeas. Se titula "Castellano doblado. Interferencias del inglés en el castellano contemporáneo". En espera de que escriba un buen artículo para despacharme a gusto sobre la llamada "educación bilingüe" en España (y en el mundo), quienes tenéis interés por el lenguaje y sus víctimas colaterales podéis echarle un vistazo. Seguro que no os defraudará.

http://ec.europa.eu/translation/bulletins/puntoycoma/122/pyc1224_es.htm

martes, 9 de agosto de 2011

Mamelucos financieros


A Manolo S.


Amenazas de los mercados. Ataques de las agencias de calificación. Ofensiva de los especuladores financieros: el lenguaje de los titulares periodísticos no es totalmente metafórico. Es verdad que no se ven pasar cadáveres, ni hay desfiles de lisiados por la calle de Alcalá – pero hay en marcha una guerra en toda regla.

Es una guerra con el aire de una invasión: los puestos de trabajo desaparecen, la precariedad laboral cunde como una mancha de aceite; los desahucios por impago se suceden; las condiciones y las esperanzas de vida se deterioran y, junto a todas esas calamidades, la soberanía nacional para hacerles frente se ha perdido.

El portavoz oficial de los invasores, el Wall Street Journal, proclama: “España ha dejado de ser dueña de su destino”.

El gobierno, muerto de miedo, se limita a cumplir de buena o mala gana las obligaciones que los invasores le imponen cañonazo tras cañonazo: rescates bancarios, recortes de los servicios sociales, reducción del sueldo a los funcionarios y, simultáneamente, de los impuestos a los pudientes y las empresas, incremento inverso de impuestos indirectos, desmantelamiento de los sindicatos y la fuerza de negociación laboral, etc, etc, etc.

De manera inexplicable, paralizado como si una pistola le apuntase a la sien, el gobierno se muestra incapaz de actuar como corresponde: incrementar los impuestos directos a las mayores fortunas y las grandes empresas, perseguir con toda la saña del mundo el fraude fiscal, coordinar con otros gobiernos perjudicados el asalto a los paraísos fiscales. Ni siquiera está dispuesto a dar la orden lógica: “Ciudadanos, saquen ustedes todo su dinero de los bancos y adquieran deuda pública.” De ese modo, al menos estaríamos como en Japón, cuya deuda es mucho mayor que la nuestra, pero está en manos de los ahorradores nacionales. Si sus acreedores son los ciudadanos, el Estado estará endeudado, pero tiene garantizada una mínima independencia.

Pero, no: incapaz de plantar cara a los señores de la economía o a los bancos privados, sin valor para denunciar a los mercados de capital internacional, el poder público incluso ha hecho desaparecer de nuestros televisores (¡en momentos como estos¡) la publicidad en otro tiempo tan frecuente que invitaba a las familias a invertir en los bonos y letras del Tesoro, en la deuda pública.

Durante el último teatrillo parlamentario conocido como “el debate sobre el estado de la nación”, el presidente Zapatero respondió a quienes le hacían tímidos reproches desde la tribuna del hemiciclo sobre su obediencia servil a los poderes fácticos tachándolos de ilusos y alegando con condescendencia que, si ellos estuvieran en la responsabilidad del poder, como él, tendrían un “sentido de la realidad” que les impondría, como a él, las medidas que tomar. Resultaba pasmoso contemplar al señor presidente del gobierno reconociendo con una amable sonrisa que su consejo de ministros no es más que una correa de transmisión de deseos ajenos. En fin, si el sentido de la realidad le dice a Zapatero que el gobierno no puede gobernar, ¿por qué no lo explica sin risitas y dimite?

Sometidos por el invasor y en manos de un gobierno títere, ¿quién nos defiende?

La cabeza se vuelve instintivamente hacia el ejército. Pero, ¿dónde está el ejército? Según parece, persiguiendo fantasmas por las montañas de Afganistán. Bonita maniobra de distracción: ¿qué demonios hace allí mientras el enemigo pisotea sin contemplaciones nuestro país?, ¿es que no se han enterado de lo que ocurre?

Si tenemos cuerpos de ejército especializados en la guerra convencional, en la atómica, la bacteriológica o la química, ¿dónde está el cuerpo de ejército español especializado en guerra financiera?

¿Dónde anda el comando preparado para asaltar la sede de Moody’s o de S&P’s o de Fitch, para investigar sus archivos y hundir en sus propios papeles a esos acorazados mercenarios que nos bombardean cada día? ¿En qué piensa la ministra de Defensa – a la que me imagino horrorizada: “¡Oh, dios mío! ¿Atacar en Nueva York?”

Y si llegamos a la triste conclusión de que en esta guerra nuestro gobierno está en manos del invasor y el ejército está incapacitado para defendernos, ¿qué debe hacer, en fin, el pueblo?

En 1808, con el rey y la nobleza cómplices o cautivos, el gobierno entreguista y el ejército maniatado frente a la invasión, fue el pueblo el que, consciente de lo que todas las instituciones parecían ignorar, se levantó contra la ambición de Napoleón. Fueron los líderes populares y las guerrillas las que llevaron el peso de una lucha de desgaste que se ganó.

¿Dónde están los Daoiz y Velarde contemporáneos, dónde están las Manuela Malasaña o Clara del Rey?, ¿quiénes se enfrentan hoy a los mamelucos financieros dispuestos a aplastar la independencia y la soberanía del pueblo?, ¿dónde están los héroes cuyos nombres llevarán las calles de Madrid el próximo siglo?

Tal vez el movimiento 15-M, que comparte mayo y Puerta del Sol con aquel levantamiento, ocupe un lugar en esa memoria. Su actividad, lejos de haber languidecido bajo la presión policial, se ha diversificado e incluso revigorizado: están activos en muchos frentes, arrastrando cada vez a más gente, integrando colectivos cada vez más especializados.

Pero, ¿será suficiente para acabar con la invasión? Su buenismo (como diría la rata de Tertsch), su pacifismo, su consensualismo, ¿podrán hacer frente a la maldad de unos poderes que disponen a su arbitrio de las fuerzas represivas? Puede detenerse un desahucio, o más bien puede retrasarse, pero, ¿puede detenerse y anularse la maquinaria que los produce?

Una guerra es un pulso de miedos: el que ejercen los mercados sobre nuestras autoridades resulta más que evidente – se les da todo cuanto piden y nada parece suficiente para calmarlos. ¿Quién ejercerá el miedo que contrapese el entreguismo, quien demostrará que la traición no sale gratis, quién responderá en nombre de la gente?

Esta es una cuestión que se plantean ya muchos en Europa aunque, desgraciadamente, semejante horizonte de resistencia no parece haber sido previsto por esos tipos encaramados al poder y dispuestos a seguir haciendo sacrificios humanos en el altar de la diosa Economía. Sometida a un grado tal de violencia social e institucional, la respuesta de la población es efectivamente imprevisible, ya que no en cuanto a sus causas, sí en sus consecuencias, y puede adquirir formas preocupantes, cada vez más incontroladas, en las que pesquen a río revuelto los violentos sin compromiso mientras proveen de pretextos al Estado para intensificar la espiral represiva y su transición del fascismo económico al político, puro y duro, bajo la etiqueta de “seguridad”.

La responsabilidad de esas olas de violencia contra objetivos a veces aleatorios, como está sucediendo ya en Inglaterra, deberá atribuirse no solamente a quienes saquean a la sociedad en su exclusivo beneficio, arrojando el resto al estercolero, sino, sobre todo, a quienes los toleran, los comprenden o les sirven de amparo ideológico, jurídico y político.

Pero, en interés de la lucha, las formas de respuesta no deben redundar en beneficio de los intereses del invasor. Deben realmente ponerlo en jaque.

En 1808 en España había guerrillas y guerrilleros locales, verdaderos artífices de la erosión paulatina e irreversible del poder napoleónico. ¿Dónde está “El Empecinado” hoy, dónde están Espoz y Mina o Julián Sánchez “El Charro”? Por desgracia los que a la fecha podrían equipararse recuerdan al Castroforte del Baralla que imaginara Gonzalo Torrente Ballester: en su novela La saga-fuga de J. B. este pueblecito levitaba cuando sus habitantes estaban ensimismados con sus problemas. Alguien debería explicarles a los castroforteños que, en esto, su pueblo es víctima en la misma medida que el pueblo de Madrid. Quizá así pudieran salir de su ensimismamiento, dejar de levitar y, en lugar de resignarse a desmantelar estructuras de resistencia popular consolidadas durante generaciones, podrían reorientar sus estrategias en beneficio de un objetivo más amplio y generoso, más acuciante, más solidario y menos parroquial.

La respuesta a la invasión de dragones financieros, si quiere triunfar, debe ser colectiva y total. Nadie con un mínimo atisbo de conciencia social puede quedar excluido. En la lucha que tenemos por delante, necesitamos gente aguerrida.

sábado, 28 de mayo de 2011

FC Barcelona-Madrid CF

Esta mañana, la policía de la Generalitat ha agredido sin contemplaciones a la población de Barcelona. Aunque fueran muy capaces de hacerlo, y lo hicieran, yo nunca vi a los “grises” de Franco ensañarse con la gente tan a lo bestia.

Probablemente, las autoridades que los enviaron armados como guerreros del Más Allá contra una multitud pacífica que ocupaba la Plaza de Cataluña, están preocupadas, casi casi angustiadas, preparando la máxima prioridad pública del sábado: la futbolística. (Me gustará, por cierto, comprobar la actitud de los jugadores del Barça mañana, cuando tengan que dar la cara urbi et orbi por su ciudad con los colores de la senyera en la zamarra.)

Sin embargo, esto no se airea mucho. La coartada que alegan desde el Gobierno de Cataluña para justificar en términos ilustrados su demencial iniciativa contra sus ciudadanos son “problemas de higiene” en la zona. A juzgar por lo visto, los problemas de higiene y salubridad no están en la plaza pública, sino en las instituciones.

Por primera vez en mucho tiempo, me pongo a ver los telediarios españoles. Ante unas imágenes de cargas policiales contra gente sentada tranquilamente en el suelo, espeluznantes a pesar del cuidado con que la televisión de todos las habrá montado, los tertulianos mejor intencionados, los “palomas” del plató, no hablan de crimen, pero sí de “error”. Esa forma de actuar da alas al movimiento, dicen con seriedad, preocupados verdaderamente por las alas de la protesta, no por los chichones, contusiones, heridas, cardenales, lesiones y ataques de histeria sufridos por sus pacíficos compatriotas. Y a continuación pasan a concentrarse en la digestión técnica de los acontecimientos.

En Madrid, los comerciantes andan diciendo que la gente no puede seguir en la calle cuándo y dónde les dé la real gana porque los negocios de los que son propietarios no les dan el dinero que calculaban. “Conflicto de derechos”, traducen los tertulianos más razonables, conflicto entre dos grupos de “indignados”, ironizan, por mucho que sean veinte de un lado y veintemil del otro. Pero, me digo yo: ¿de derechos?, ¿y desde cuándo hacer dinero es un derecho?

Si los respetables señores y señoras negociantes y negociantas que tienen su negocio nada menos que en la Puerta del Sol de Madrid, en el Kilómetro Cero de la nación, en el ombligo de la españolidad (¡calcúlense los alquileres!), si estas personas, digo, tienen problemas para hacer negocio allí porque la gente quiere juntarse precisamente allí para charlar en paz y buena compaña, deberían, entiendo yo, haber comprobado antes que las pólizas de los seguros que firmaban les cubren esas eventualidades, por ejemplo, igual que les cubre el incendio, el robo, el granizo o la malaria entre sus empleados. ¿Los tenderos de la Puerta del Sol (El Corte Inglés über alles) no están cubiertos contra la libertad de movimiento, reunión y manifestación? ¿Sus pólizas no tienen en cuenta la Constitución española? Mal pensado, mal pensado…

Con mucha más propiedad y exactitud que de “conflicto de derechos” habría que hablar de conflicto de intereses, me parece a mí. Unos tienen interés en ganar dinero y otros tienen interés en reunirse y ser felices, ¿no? Y de parte de qué intereses y los de quién se pone la fuerza de la ley ha quedado en Barcelona sangrientamente claro.

Mientras tanto, en Madrid, la traducción savante aducida por las autoridades para amenazar, por el momento, a los concentrados en Sol, y repetida por los tertulianos “halcones”, los entrevistados mejor informados o los que se dedican a enviar emails a las redacciones, vamos, por el sector menos higienista de los programas informativos de la televisión de todos, no es por ello menos moderna y convincente: en la Capital, las personas sensibles están agobiadas por la cantidad estadística de “puestos de trabajo” que están en riesgo de perderse o de hecho perdiéndose por la mala cabeza de los acampados en Sol. Amigo Sancho, con la Iglesia hemos topado… “Puesto de trabajo”: ¡la palabra tótem que permite a sus sacerdotes la conculcación de todos los derechos políticos y laborales!

Tenía su gracia siniestra (y que me perdonen, por dios), ver a la policía de Barcelona rompiéndoles la cabeza a los parados reales de la plaza en nombre de los parados de las estadísticas.

El mensaje no ha necesitado esta vez de carteles explicativos o de eslóganes rimados. El chantaje cínico y desinhibido de la economía, que administran las instituciones, contra el que protestan airadamente los “insolados” como angina misma de su descontento y premisa de su argumentación, ha resultado evidente en Barcelona con la fuerza contundente de los golpes de porra y las imágenes de televisión.

Sí, efectivamente, como se temen los tertulianos “palomas”, la “cosa” ha dado una prueba insuperable de su naturaleza, infantil y cruel, cargando de razones la causa de los concentrados a ojos hasta del más tuerto (con perdón naturalmente de los invidentes). Los análisis de los asambleístas se han encarnado y han quedado retratados en un vídeo con perfecta resolución.

Esto es precisamente lo que los concentrados en Madrid, en Barcelona, en toda España y en muchos otros sitios están tratando de explicar al resto de la población, la “cosa”, lo que no conseguían acabar de consensuar en los manifiestos que redactaban fatigosamente sus asambleas: que vivimos en una sociedad cuyos conductores y adláteres están dispuestos a defender sin transigencia al dinero y servir al más burdo artilugio de descerebramiento colectivo, el football – que su servicio de orden está preparado para poner de rodillas hasta el más elemental atisbo de queja, la más cortés y civilizada forma de protesta sin contemplar alternativas, por encima de todo, arrollándolo todo, pisoteando a quien haga falta e ignorando la seguridad y la vida misma de la gente.

Con resignación sugiero que, para prevenir estos hechos en el futuro, solicitemos una Semana Santa pagana para todas las primaveras, con derecho a ocupar las calles durante ese tiempo cada año, decir lo que nos dé la real gana, tocar la música que más nos guste y rezar a los santos de nuestra devoción. Así los jefes de las fuerzas de seguridad vendrán a nuestras procesiones con uniforme de gala en lugar de llegar remangándose el mono de trabajo.

sábado, 21 de mayo de 2011

El himno de Sol

Amigos, durante casi un par de meses os he tenido olvidados, he estado callado, incapaz de escribir nada, alelado, posiblemente superado por una realidad extrañamente acelerada. Pero ante los acontecimientos que vive la ciudad en la que trabajo, y de la que por fin puedo sentirme orgulloso como un niño, no puedo por menos que ponerme al teclado.

Toda esa gente de la Puerta del Sol, que no se siente representada por la oferta electoral, nos ha dado ya algo que no han sido capaces de darnos los insignificantes dirigentes de esta sociedad: una causa.

Y sin embargo no voy a decir nada de particular: bastante he venido largando ya en este blog durante los últimos meses y años. Tiempo habrá en lo sucesivo para ir desgranando poco a poco el montón de lecciones que está dando a todos los enteradillos ese movimiento.

Hoy solo quiero hacer mi pequeña contribución a la causa, que no serán palabras ni ideas, sino música: ahí va el himno de Sol. Pincha aquí debajo y escucha, inevitablemente, IN-SOL-ACIÓN (pronúnciese EN SOL, ACCIÓN).

http://www.youtube.com/watch?v=8CTiFP8lx9k


jueves, 24 de marzo de 2011

Los nuevos alquimistas

Los antiguos alquimistas tenían (por emplear el lenguaje de rigor en la empresa contemporánea) una visión: transformar el plomo en oro. La idea, luminosa, podría condensar en su misma formulación la misión (otro término al día) de todo el capitalismo. Para sacar de la pobreza riqueza, de la vulgaridad excelencia, de la grisalla lustre, de la nada todo, los alquimistas habían recurrido a los modernos conocimientos que proporcionaba la metrología, la ciencia de las medidas y los pesos.

Con esos tools positivistas en la mano, los alquimistas creían firmemente que, para obrar lo que cualquiera en su sano juicio consideraría arte de birle-birloque, no había más que poner en marcha (implementar sería más apropiado) el “sencillo” método de alterar el peso específico del metal, modificar en el sentido adecuado las números y las comas que conforman, cualquiera diría que aleatoriamente, esa cifra mágica cuya existencia es hoy día seriamente contestada por la ciencia pero que, a la fecha, poseía para quienes creían en ella la consistencia severa y majestuosa de la realidad. De ese empírico modo, se conseguiría el milagro, y la humanidad entera se habría convertido en Midas.

¿No tiene ese mismo aire de fe alquimista la idea circulante de que una institución, una economía e incluso un país entero, no son más que un conjunto de programas, medidas, regulaciones y normativas cuya reforma en cierto sentido dará como resultado otra institución, otra economía e incluso otro país, predeterminados y apetecidos, más (como corresponde a la visión de los nuevos Midas) ricos, más eficientes, más dinámicos y competitivos?

Tomemos por ejemplo la Universidad. Toda su reforma actual ha sido desencadenada por un par de folios, firmados por los ministros de Educación de los países de la Unión Europea allá por 1999 y conocidos como “Declaración de Bolonia”. Uno puede acordarse perfectamente del estilo de los viejos alquimistas, de sus principios y sus bienintencionadas supersticiones (esa fe positivista, ay, ay, ay) cuando lee que, según la letra de esa declaración, “la validez y eficacia de una civilización puede medirse”.

Sí, señores, eso firman y afirman, quizá al final de un cóctel, los ministros de educación de los países más civilizados de la tierra con rotundidad científica: que una civilización (sea eso lo que sea) puede ser medida – como quien afirma tranquilamente, “la especificidad de un metal puede medirse”.

Dejaré unos instantes para la estupefacción y, tras la comprensible estupefacción, la también comprensible curiosidad. ¿En qué consiste, se preguntará impaciente el lector, el peso específico de las civilizaciones y, más interesante aún, cuál es el sistema de medidas que nos permita valorar la calidad de cada una de ellas? ¿Cómo demonios puede mesurarse objetivamente una civilización? Orgullosa de su descubrimiento, la Declaración de Bolonia satisface, a renglón seguido, esa legítima curiosidad: “a través del atractivo que tenga su cultura para otros países”.

No me detendré ahora a discutir teóricamente la validez de esta sorprendente segunda premisa, pero, dadas ambas, la posibilidad de medición y la unidad de medida, la conclusión se impone por sí sola. Por consiguiente: “necesitamos asegurarnos de que el sistema de educación superior Europeo adquiera un grado de atracción mundial igual al de nuestras extraordinarias tradiciones culturales y científicas” – firman y afirman los ministros describiendo así su alta misión, con la alegría que da la seguridad de hacerse rico racional y científicamente en un pispás, como quien dice: “cambiemos el peso específico del plomo hasta hacerlo igual al del oro.”

No discutiré teóricamente, ya digo, la unidad de medida elegida, pero hay ejemplos… Algunos ya han tenido oficialmente éxito. Así, el hecho de que un hijo de Gadafi, irresistiblemente atraído por el prestigio de la London School of Economics, haya comprado allí su carrera entera y su doctorado (con una tesis defendiendo la democracia, como dios manda) prueba, siempre según la Declaración de Bolonia, el grado de civilización de Gran Bretaña.

Para alcanzar, como poco, ese grado de civilización, también las universidades españolas deben someterse a la transubstanciación o metahipóstasis de su peso específico. Si se aplica correctamente el método prescrito, la Universidad Complutense de Madrid, pongamos por caso, se convertirá en Harvard, sostienen farrucos los nuevos alquimistas.

Así que para obrar la nueva transformación del plomo en oro, hemos tomado alambiques, retortas, probetas y catafractos, sí, pero sobre todo, máquinas fotocopiadoras: para asegurarse de que la plúmbea UCM se convertirá en la dorada Harvard se han fusilado los niveles, la duración e incluso los nombres del currículum norteamericano, se ha copiado simiescamente el tono y la meticulosidad de sus programaciones, los objetivos de sus asignaturas, su número de créditos y hasta la misma palabra “crédito”, las referencias de consulta básicas, el tiempo estimado del trabajo del estudiante - se ha conseguido, en fin, ponderar la duración racional del pipí de profesores y alumnos entre clase y clase con la misma metódica precisión con que se bareman estos asuntos en la School of Law de Harvard.

Ahora sólo hay que trabajar mucho y confiar en que los hijos del jeque de Kuwait, o los herederos del sultán de Brunei, o los tiburones rusos o los delfines chinos vendrán a reunirse a Madrid (e intentar comprar aquí sus carreras), en lugar de ir a Boston o a Cambridge, Massachussetts.

Pero creer semejante cosa, creer sencillamente que vendrán, ineluctablemente atraídos porque ya tenemos los mismos programas con los mismos nombres, los mismos métodos de evaluación y porcentaje en la calificación final, los mismos cronogramas de actividades e incluso el mismo implacable sistema de inspección interna, es, efectivamente, fe de alquimistas, delirio de Midas ofuscados por la ambición, cosa de quienes no entienden nada de nada.

A Midas, la mitología le colocó al final de sus peripecias una grandes orejas de burro. ¿Cómo calificar como se merece semejante abstracción de todo, ese desprecio exhibido por las autoridades educativas hacia los hombres y la historia, hacia la cultura, las costumbres, el clima, el grado de especiado de las comidas y, sobre todo, (tal y como se les enseñaría a los nuevos alquimistas en cualquiera de las facultades de ciencias humanas o sociales que con tanto empeño pretenden sepultar) una ignorancia tan despampanante de las relaciones de poder?

Entiéndase: no es la posibilidad de un cambio en las instituciones o las organizaciones, sino el sentido ideológico de ese cambio y la superstición sobre los medios para producirlo lo que me tienen estremecido y asombrado. Descartemos a los ideólogos, de acuerdo, hablemos de los ilusos. Creer (o poco menos) que si aplicamos las reformas que Angela Merkel ha impuesto en Alemania (la jubilación a los 67 años, la vinculación del aumento de salarios a la productividad, el control del déficil público, etc, etc) España se convertirá en Alemania, supone tomar palabras como “flexibilidad” o “dinamismo” por fuerzas de la historia en lugar de burdos eufemismos. Eso sí que es creer en la transubstanciación de los metales por alteración del peso específico. ¡Pero esta vez los creyentes están en el gobierno! Estamos en manos de alquimistas, ¡corramos a los refugios!

Desde allí escribo… A título de mera crítica programática, me permitiré introducir una pequeña variable etno-económica en los parámetros considerados por el programa de reformas. De acuerdo con esta modesta corrección, España fabricará tantos Mercedes como Alemania, y con la misma tecnología o mejor, el día en que Alemania produzca a su vez la interminable serie de Velázqueces, Goyas o Picassos que ha producido España – o más.

Como se ha podido comprobar al aplicarse sobre naciones y pueblos, aunque basta con echarle un ojo a los procesos sugeridos, la transubstanciación o metahipóstasis económica (da igual) es dolorosa: ¿por qué tendríamos que intentarla nosotros? ¡Que transubstancien ellos! ¿Es que acaso la economía alemana es más rentable que la nuestra? ¿Según qué idea de economía?

Ciñámonos a los precios del mercado, por favor. Habida cuenta de que el precio de un solo picasso equivale a varios miles, e incluso varias decenas de miles, de Mercedes o BMWes, yo diría que hay aquí un error de bulto en la valoración económica de cada economía. Mi impresión es que deberíamos ser nosotros los que propusiéramos a Carita-de-ángel Merkel las medidas adecuadas. Sin ánimo de agotar todas las posibles rrreformas que implementarrr, he estado pensando algunas sugerencias para que los alemanes consigan mejorar su hoja de resultados:

1) Dormir la siesta al menos 5 días por semana y en condiciones más relajadas (pijama, orinalín, persianas bajadas, manos sobre la panza, etc.)

2) Ilegalizar la cerveza e imponer el vino como bebida nacional por medio de una activa campaña publicitaria costeada con dinero de los cerveceros.

3) Agarrar alguna vez un pincel (en lugar de pasarse todo el rato con una llave inglesa o un electrodo).

4) Previo pago del correspondiente impuesto especial para extranjeros, hacerse de Sanlúcar de Barrameda, Figueras o Cilloruelo.

Y ahora, en serio: ¿qué es lo que impide que un objetivo económico de orden superior (cual es la transformación de Alemania en un pueblo de pintores geniales, borrachos y juerguistas, cuyos cuadros valgan más caros que los diamantes) no se vea seguido de las medidas y pasos necesarios para su consecución? Desde luego, no es la lógica…

domingo, 13 de febrero de 2011

Desenmarcado

“El último que descubre el agua es el pez”: ese antiguo aforismo me venía de manera recurrente a la cabeza mientras leía Out of the frame (Pluto Press, N. York 2010), el texto autobiográfico que acaba de publicar Ilan Pappe. Pappe (Haifa, 1954) es un profesor israelí de historia que ha tenido que emigrar a Inglaterra en busca, en sus propias palabras, de un “refugio académico más seguro”. La vida en su país de origen se había vuelto imposible desde que sus trabajos de investigación desvelaran el proceso de limpieza étnica llevado a cabo por las autoridades israelíes a lo largo de 1948, que supuso la expulsión planificada de los palestinos de sus pueblos y aldeas o, si se resistían, masacres como la de Tantura, un pueblecito costero donde más de 200 hombres fueron ejecutados a sangre fría.

Ilan Pappe, que durante su juventud había nadado con naturalidad en el acuario sionista y había participado, por obligación pero sin remordimiento, en las actividades bélicas de su país, comenzó a principios de los años 80 a descubrir “el agua”, es decir, a sentir la ofuscadora atmósfera ideológica en la que respiraban él y sus compatriotas. Una ideología “racista y bastante perversa de la moralidad y de la vida”, como él mismo la define. Su proceso de intelección de la cuestión Israel/Palestina en el marco de la “nueva historia” israelí; su descubrimiento de la perversidad de una doctrina que, nacida de un impulso noble se condenó moralmente en cuanto se propuso apropiarse de la tierra de otros para sus fines; su comportamiento a partir de ese momento inicial de lucidez en su calidad de activista y conferenciante anti-sionista, que le llevó a enfrentarse irremisiblemente con todo su entorno – todo eso da muestra del coraje extraordinario de este hombre “desenmarcado”.

Su peripecia personal ilustra la grandeza del traidor cuando la traición es un acto de conciencia en el que uno arriesga todo lo que tiene. Sobre todo, si tu tribu es la más poderosa… En esas condiciones, la traición es el acto más difícil, más generoso y más noble. En un mundo en que la menor crítica a Israel es seguida por un temporal de acusaciones de antisemitismo, Pappe nos sirve de escudo moral cuando afirma con serenidad que es precisamente su condición de judío y la idea de decencia que esa herencia cultural le aporta las que le sostienen en su enfrentamiento con quienes han usurpado los emblemas y atributos de su tribu.

El libro lleva por subtítulo “La lucha por la libertad académica en Israel”, y se comprende. La actitud miserable de la Universidad de Haifa, donde Pappe trabajaba, y, en general, de la comunidad universitaria israelí sirven de tristísimo contraejemplo: una institución que, al servicio incondicional del poder, traiciona sus principios, su misión fundamental de investigar y difundir la verdad por la verdad, encabezada por profesores y académicos dispuestos a condicionar los límites de su propio conocimiento al consenso oficial y a la promoción personal.

Al explicar la causa de Israel desde el único ángulo profano posible, el del colonialismo, Ilan Pappe ha desafiado todas las “narrativas” no teológicas de la cuestión generadas en su propio bando (es posible que la decisión divina sea un argumento que pueda circular por los kibbutz, pero no por las universidades). Al mismo tiempo, reconoce que la narrativa de la verdad es también la de la justicia y pertenece a su víctima, los palestinos. No se trata de una simple denuncia de atrocidades. Pappe señala con el dedo a los profesores israelíes, empeñados en reescribir la historia de Palestina enterrando cualquier posible alegación de los desposeídos, y exclama: “¡El emperador está desnudo!”

Leyendo las páginas de este Out of the Frame se comprende mejor por qué el caso de Israel y el sionismo funcionan como símbolo por excelencia de los dilemas y de las vacilaciones y de las crueldades del mundo desarrollado contemporáneo. La escandalosa traición de las universidades a su objetivo irrenunciable colaborando de manera entusiasta en el falseamiento de la historia de Palestina y su imperdonable damnatio memoriae, la rendición de esa última trinchera de la verdad y su servilismo al poder y el dinero (la “estabilidad” y la “economía”), son ciertamente parte de nuestro propio y muy occidental drama académico.

La lectura que hace Pappe del desapego democrático de Israel en nombre de la mitología sionista y del miedo inducido al islamismo es también un trasunto muy específico pero clarísimo de la dimisión democrática de nuestras sociedades, dispuestas a vender su alma a cualquier mercachifle o caudillito que garantice su ventaja y disipe su pánico a perderla. La libertad de expresión en “la única democracia de Oriente Medio” sirve de bien poco cuando existe un vergonzoso pacto de silencio. La actitud insolidaria de los israelíes con la lucha árabe por la democracia deja en evidencia la responsabilidad de una sociedad ocupante a quien le va mejor si sus vecinos son aplastados por dictaduras sangrientas.

Para combatir el racismo y la dictadura israelí, Pappe propone decididamente una activa campaña de deslegitimación del sionismo, así como el boicot contra su país siguiendo el paradigma de la lucha internacional contra el apartheid en Sudáfrica. En ese boicot a las empresas israelíes y a los intercambios académicos, militares o de cualquier otro orden con ese país (al que Pappe describe como “un ejército con un Estado”), deberían incluirse toda aquella institución o personalidad que colabore de una u otra manera con el avance de las posiciones israelíes.

Mi sugerencia es que anotemos cuidadosamente los nombres de quienes ahora farfullan pseudoargumentos a favor del Estado racista, miembros de un lobby muy bien retribuido, porque quizá dentro de no tan poco jurarán que en su vida fueron aliados de un poder desmochado - y les hagamos pagar a la menor oportunidad el precio íntegro de su vileza.

viernes, 4 de febrero de 2011

Diccionario para entender la sublevación árabe

“Estabilidad”, dícese de nuestra conveniencia. (Aznar: “¿Democracia en Egipto? Ante todo hay que pensar en la estabilidad.”)

“Nuestra” conveniencia: la de las petroleras y la del sionismo. Véase también “la única democracia de Oriente Medio.” (La operación, habitual en los concursos, se denomina técnicamente dumping politico: el ganador paga a los otros para que no lo sean.)

“Moderado”, dícese de los fontaneros que trabajan para nosotros, como en la expresión “Líderes árabes moderados”. (“Nosotros”, véase la definición de “nuestra”.) Véase asímismo “lideres latinoamericanos moderados.”

“Pro”: “anti” (“Manifestantes anti-Mubarak”: “Manifestantes pro-democracia”)

“Anti”: “Pro” (“Manifestantes pro-Mubarak”: “secuaces y policías camuflados”.)

“Choques entre grupos ideológicamente enfrentados”: agresiones de los “pro” (véase “anti”) a los “anti” (véase “pro”).

"Amenaza islamista": peligro de que "nuestros" (sic) "moderados" (sic) fontaneros pierdan el control de la situación.

“Transición ordenada”, dícese del maquillaje facial. 1) Obama, Clinton et alii: “En Egipto debe haber una transición en orden.” (Lampedusa: “Todo debe cambiar para que nada cambie.”) 2) Cambio a la orden de Washington.

“Vacío de poder”: “nuestros enemigos ganan” (Sobre el vacío de poder y sus consecuencias, véase Bélgica, que lleva un año sin gobierno, y como si tal cosa.)

“Caos”: “yo pierdo” (Mubarak: “Si me marcho será el caos.”), “nosotros perdemos” (véase otra vez la definición de “nuestra”.) “Yo gano, tú ganas, él gana, nosotros ganamos, vosotros ganáis, los egipcios ganan.”

martes, 25 de enero de 2011

Contra el día de hoy

La modernidad se ha convertido en justificante último de todo: de la tecnología o los objetos de consumo, por supuesto, de la naturaleza de las relaciones, naturalmente, pero también como criterio para juzgar la bondad o perversidad de la política o de la economía. Si una “reforma” “moderniza” algo se da por bien acometida – aunque conduzca directamente a la más repugnante de las injusticias. Tampoco importa ya si una decisión política o incluso judicial es justa o injusta – importa si es moderna o no. Más, mucho más que un cómodo sinónimo de lo actual, lo moderno es la gran coartada del poder hoy.

La modernidad es, también, el juez definitivo en materia de lenguaje. Poco importa si el lenguaje que se usa es preciso, intenso, jugoso, adecuado o incisivo; sólo (solo) importa si es moderno.

El gran truco operado por la ideología del poder consiste en haber transformado a todo bicho viviente (o casi) en adorador de la modernidad por encima de todo y, a continuación, en proporcionarle esa modernidad por medio de un lenguaje que oculta por sistema la realidad de las relaciones de poder. La modernidad se pasea, efectivamente, con la chulería de una victoria militar. Por esa vía se han hecho presentables las propuestas más infames, se ha relegitimado el racismo, el clasismo, la desigualdad e incluso la impunidad del poderoso: Berlusconi es un ejemplo acabado de lo que significa la modernidad en las relaciones mundanas de poder.

La convicción de que todo lo de antes –la tecnología y los objetos de consumo, claro, pero también la naturaleza de las relaciones y las razones de las luchas sociales y políticas- ha quedado obsoleto es el reverso tenebroso de esa misma promoción de la modernidad: la lucha por la igualdad de géneros, o por la libertad de opciones sexuales, o por el multiculturalismo son modernas; la lucha por la igualdad social es antigua. Todo persigue arrinconar uno y lo mismo: la lucha de clases, relegada por el modernísimo reconocimiento de la diversidad.

En este marco en que lo nuevo vende y lo de siempre malvende quiero situar mi crítica a George Lakoff, un lingüista estadounidense por quien siento el mayor de los respetos e interesado en el análisis del lenguaje político desde una perspectiva de, digamos, izquierda - aunque él evita cuidadosamente ese término para hablar estrictamente de “democracia”.

En un reciente artículo del que he tenido conocimiento (Obama’s missing moral narrative, http://www.huffingtonpost.com/george-lakoff/obamas-missing-moral-narr_b_593528.html?view=print) admite con pesar que la estrategia discursiva del presidente Obama le resulta decepcionante.

En fin, Obama está condenado a decepcionar a Lakoff: pensar que Obama (o, para el caso, cualquier otro presidente de EE UU) va a defender algo así como una política de izquierdas (es decir, democrática) es simplemente un sueño alcohólico – por la sencilla razón de que pertenecen a la clase que tendría que perder seriamente con esa política.

Dicho esto, quiero centrarme en el análisis de su análisis. Obama aparece a la defensiva, dice Lakoff, dentro de un cuadro que favorece a los conservadores. No ata los hilos, no es capaz de denunciar rotundamente lo que hay detrás del incesante goteo de escándalos y convocar a la nación a hacerles frente. Debería oponerse claramente al discurso del beneficio y el dinero de la corporocracia. ¿En qué debería consistir la alternativa? Un discurso donde prevaleciese la idea de empathy que, según Lakoff, es la seña de identidad de la izquierda (de la “democracia”): Empathy, and acting on it effectively, is the main business of government.

Su énfasis a ese respecto es tal que al final de su artículo sugiere enviar correos a Obama con dos “sencillas” palabras: Empathy now!

Pero, ¿qué demonios quiere decir empathy? Consciente de que la idea no se da por supuesta, Lakoff nos la explica, por supuesto en inglés: Democracy is based on empathy, on people caring about one another and acting to the very best of their ability on that care, for their families, their communities, their nation, and the world. Government must also care and act on that care.

Y yo traduzco para monolingües como puedo: “La democracia se basa en la empatía, en personas que se preocupan/interesan las unas por las otras y que actúan lo mejor que pueden en nombre de esa preocupación/cuidado por sus familias, sus comunidades, su nación y el mundo. El gobierno debe también preocuparse y actuar a partir de esa preocupación/cuidado/interés.”

En esa definición se incluye otra palabra-clave de nuevo diseño, care, tan dependiente de la lengua inglesa que es difícil de traducir y repetida hasta la extenuación, como hace quien quiere imbuirla, inculcarla. Con todo y con eso, ¿empathy no quiere decir simplemente “solidaridad”?, ¿hay algo en el significado de empathy que no se cubra con esa vieja palabra - solidaridad? Entonces ¿por qué usar semejante palabro - empatía?

En ese mismo artículo reincide también en la noción de empowerment, de la que, sin que nos conste la patente, es inventor. Lo hace en un contexto casi sinonímico del anterior: Government's job is to protect and empower its citizens.

Si a alguien se le propusiese completar la línea “La principal tarea del gobierno es”, quizá se le ocurriese “proteger a sus ciudadanos”, pero dudo mucho que a nadie se le ocurriese algo como empower sin haber leído jamás a Lakoff. Es natural: en contextos como éste la palabra no se está usando, se nos enseña usarla.

Empowerment es, como digo, otra palabra de diseño, nueva en inglés (al menos en su uso político) y, sospechosamente, sin correspondencia exacta en castellano.

He observado que ciertos grupos del activismo feminista intentan naturalizar el constructo en castellano llenando las paredes de pintadas que dicen “Mujer, empodérate”. Pero esas pintadas suelen estar cerca de las facultades universitarias. Fuera de allí, mucha gente se rascaría el colodrillo preguntándose “¿Ahora se dice así?”

Del mismo modo otros, ya veréis, no ofrecerán de aquí a poco el producto “empatía” y el producto care en algún envase castellanizado, como si la redención de la opresión pasase por calcar las ocurrencias que Lakoff tiene en inglés.

Pero en mi humilde opinión, la inventiva del propio Lakoff es contraproducente porque 1) pretende ignorar y condenar por no-modernas las palabras clave de la izquierda y la ilustración europea (incluso, y que el Señor me perdone, pre-cristiana), y 2) considera a los ciudadanos como un público de consumidores de política a los que es posible mercadear productos del lenguaje y manipular a través de ellos.

Y sin embargo 1) el enemigo más peligroso es la convicción de que las viejas luchas han caducado, están pasadas de moda, no son “modernas” – cuando entonces, ahora y siempre no hay otra lucha que la lucha en torno a los privilegios: la que sostienen los privilegiados para mantenerlos y ampliarlos y la que sostienen los desfavorecidos para eliminarlos. A esa lucha la llamó Marx (Carlos) “lucha de clases” y cada vez veo menos razones para darle un nombre más coqueto.

Y 2) con su actitud, Lakoff se comporta exactamente como un vendedor de palabras nuevas-modernas (empowerment, care, empathy), que repite machaconamente para ver si las compra el consumidor snob que cree que todos llevamos dentro. Como efecto inmediato, y en términos de su propia teoría, sólo consigue reforzar el frame, el marco de referencia, dominante - la modernidad.

En mi propia teoría: el lenguaje construye su propio destinatario, el destinatario adecuado; un lenguaje “moderno” construye un destinatario “moderno”, y es precisamente ese destinatario “moderno” el sumidero por el que se nos escapan los significados.

Desde mi punto de vista toda la ventaja y la razón de la izquierda descansa no en un uso particular del lenguaje o de la retórica, sino en los objetivos al servicio de los cuales está ese lenguaje. Son esos objetivos morales los que (como el propio Lakoff reconoce y propugna) deben reiterarse, pero si la disputa es entre empathy (por la izquierda) y compassion (por la derecha) todo parece reducirse a un concurso de palabras bonitas – a una batalla publicitaria. Hay que hablar de “igualdad”, “justicia” y “solidaridad”: esos son, claramente, los términos históricos de combate contra los privilegios.

Obama nunca usará ese lenguaje simplemente porque no comparte esos objetivos. Punto.

Como él, si la gente negocia y acepta otro discurso entonces es que realmente no tiene ningún interés por esos valores, es decir, ansían su cupo de privilegios, es decir, son aliados de la derecha, es decir, son lacayos de los poderosos, esperando su ración de migajas más que el poder colectivo de los desfavorecidos. Ésa es una mina de la que históricamente se han servido los privilegiados, efectivamente: el ingente número de los insolidarios, en especial la abundantísima clase media insolidaria o, como diría Lakoff, sin “empatía”. Y esa gente no va a sentir solidaridad por mucho que la llamemos (o mucho menos si la llamamos) “empatía”. A esa gente no les concierne el lenguaje. Esa gente solo espera del lenguaje (si acaso) una coartada a su comportamiento. Digamos que saben distinguir entre la jerga al uso la que corresponde a sus señores y no van a dejarse confundir con palabras.

Lo que ha conseguido la derecha en estos tiempos es, precisamente, haber vaciado el campo de quienes optan por la solidaridad y la lucha por el beneficio colectivo y haber engrosado las filas de los que esperan un beneficio personal de su alineamiento con los poderosos, sin que les importe un pimiento el destino de la clase trabajadora o de la especie humana, no digamos ya de la biosfera o del planeta entero. En los países capitalistas occidentales del hemisferio norte, la bonanza y la consiguiente “elevación del nivel de vida” dio razones a estos arribistas, traidores o tránsfugas sociales, mientras que en los países del cinturón de miseria basta con prometer un poco de pan, aunque sea duro, para que muchos se rindan (como ha sucedido con Duvalier en su vuelta a Haití).

Palabras aparte, estoy de acuerdo con Lakoff. Lo que se ha roto, efectivamente, es el vínculo solidario, la convicción de que o somos todos o no es ninguno. Hay que recuperar esa convicción. Y ese discurso no se ve por ningún lado en el “marco referencial” de los planteamientos de Lakoff, del que la contundente noción de “revolución”, por poner un ejemplo, está totalmente proscrita: sus términos son edulcorados y blanditos - empowerment es suavemente atenuante con respecto a power; care es sentimental, casi fofo; empathy es condescendiente e ideal para psicoanalizados – como la clase media alta norteamericana en la que está pensando.

En ese sentido y 3) quizá sin quererlo, Lakoff contribuye a sostener la vía de influencia asentada y actúa como oficiante del imperio: habla desde el púlpito. Romper esa vía dominante de influencia es parte indispensable de cualquier proceso de emancipación.

Desengañémonos: es la comprensión de la realidad y, como requisito indispensable, la voluntad de entenderla la que hace conversos. Como ejemplo de este tipo de intelección, véase Túnez. Mientras tanto, aceptar que las viejas palabras de la lucha están gastadas significa arrojar dudas sobre las razones de sus contenidos y empezar a darles la razón a los vendedores de humo.

(De todos modos, me encantaría recibir opiniones sobre este tema)

lunes, 17 de enero de 2011

La metáfora deportiva

En la Grecia antigua, cuando se convocaban las olimpíadas, se detenían las guerras. O, mejor dicho, se continuaban deportivamente. Si von Clausewicz pudo escribir que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, yo me atrevería a afirmar que el deporte ha sido, desde aquellas remotas fechas, la continuación de la guerra por otros medios: la competición atlética era una sublimación de la disputa bélica en la que unos atletas derrotaban a otros y se llevaban a casa las recompensas para orgullo y regocijo de sus paisanos; su victoria era también, seguía siendo, una victoria – eso sí, incruenta. En más de un sentido, el enfrentamiento atlético era una metáfora de la guerra, la suplía, la substituía y representaba, ahorrando de ese modo a los bandos enfrentados la realidad de la batalla, su tragedia y sus padecimientos.

El deporte era una metáfora de la guerra entonces y siempre ha pretendido serlo – el recinto ideal para aislar el ansia de rivalidad y enfrentamiento de los hombres, para desvirtuar y reconducir las consecuencias de la violencia y de la fuerza, el lugar donde el débil podía asistir sin humillación ni temor a las proezas del fuerte. Por eso cuando el deporte, la metáfora y substituto de la guerra, se proyecta sobre la vida misma y pretende servirle a su vez de modelo y metáfora privilegiada, es como si se desenterrase un monstruo que había sido enterrado para alivio de todos. Es una nueva resurrección de los titanes.

Por eso la metáfora deportiva, la que articula el discurso de la vida como competencia, competición o competitividad, como esfuerzo, como meta, como triunfo o como fracaso, como terreno de ganadores y perdedores – resulta aterradora, resuena con el estruendo de una gigantomaquia. Es un movimiento ilógico y criminal.

Saturno enterró a los titanes y a otros monstruos y gigantes, transformándolos en montañas majestuosas, pacíficas, inertes. Y fundó así la Edad de Oro. Eso era el deporte, la sublimación olímpica. Júpiter desenterró a los titanes, monstruos y gigantes, declaró la guerra a su padre Saturno y, con la ayuda de tan formidables fuerzas, lo derrocó. Impuso su propio reinado, que trajo a los hombres el sufrimiento, la muerte y la ignorancia. Eso es la metáfora deportiva proyectada sobre la vida, la des-sublimación olímpica.

Agresividad. Sacrificio. Lucha. Desafío. Reto. Superación. Espíritu de: monstruos que campan sueltos, a sus anchas por la vida. ¿Quién volverá a enterrarlos bajo las montañas?

Tras el golpe de mano, la metáfora y sus monstruos de cien manos han adquirido rápidamente legitimidad en todos los ámbitos. Su discurso ha calado incluso hasta el lugar más insospechado, el aparentemente más al abrigo de la monstruosidad: la república de los sabios, la Universidad.

Hace poco, en algún periódico de gran difusión (¿qué más da cuál?) leí a alguien (¿qué más da quién?, un profesor de física, por si alguien quiere más datos). Ante la noticia de la concesión del premio Nobel a dos investigadores rusos a sueldo de una Universidad británica, este hombre suspiraba: también nosotros deberíamos hacer lo mismo en España, decía, fichar rusos – igual que nuestros equipos de fútbol, que pueden competir mejor gracias a sus fichajes de extranjeros.

Uno no puede por menos que estremecerse ante este monstruo de la razón. Nótese que no se dice que deberíamos fichar sabios rusos para aprovecharnos de su conocimiento y saber más. No: es para poder competir mejor, literalmente como equipos de fútbol. ¿En qué liga? Supongo que en esos escalafones, clasificaciones o rankings de Universidades que pululan por ahí oficial o extraoficialmente – nadie sabe bien para qué. (Suelen usarse para sacarles los colores a los mal clasificados, como si nadie hubiera hecho la observación de que no pueden ser otra cosa que publicidad y que, por lo tanto, han de estar pagados a escote por las primeras de la lista).

Naturalmente este profesor de física, que con tan preclaras ideas ha llegado a merecer un espacio en tribuna tan excelsa, no parece haberse planteado jamás la pregunta más sencilla: ¿qué pensarán de esto en Rusia? Su exclamación, lamento o exabrupto periodístico da por supuesta la idea de que, como en el fútbol, hay equipos de primera y equipos de segunda y que, como en el fútbol, los de primera son los que tienen la guita. Punto final. Allá los rusos…

Los cíclopes redivivos, cretinos con dinero, vuelven a sentirse fuertes y a enseñar los dientes sin complejos. ¡Hay que combatir a toda costa la metáfora deportiva!, ¡por Saturno!