sábado, 26 de diciembre de 2009

Perros de la Patagonia

Están por todas partes, pero nadie me había hablado de ellos. Son eso omnipresente que todos ven y de lo que todos callan. Peludos, lanudos, greñudos, blancos o negros, pero siempre bien arropados – supongo que es la única manera de sobrevivir al clima. Libres, sin collar, sin dueño.
Se mueven solos o en pandillas de distintas razas y tamaños detrás de un líder. Él y sus secuaces trotan de acera en acera meneando mansamente la cola. Los de ciudad son felices en comparación con los del campo: tienen más basuras que escarbar. En el campo a lo sumo van en parejas. Son prudentes: se apartan de tu camino y te observan, se desplazan con enorme sigilo y agilidad. Nunca ladran. Tienen más miedo de ti que tú de ellos.
No puedes mirarles. Si tu mirada se cruza con la suya, entonces menean la cola con timidez, estiran las patas delanteras y te siguen, decididos a dejarse apadrinar. Si pones los ojos en ellos, deciden que eres tú quien va a saciar su hambre de comida y de afecto. Y se pegan a tus talones andando muy silenciosos, sin que te des cuenta. Cuando te vuelves y los descubres, se paran y vuelven a alzar la vista – una mirada acuosa, sumisa, nada intimidante incluso en perros grandes como osos.
Y, sin embargo, entre ellos pueden ser fieros. Se disputan a ‘su’ persona, o sea, a ti o a mí, enseñándose los dientes y gruñendo. Seres débiles contra seres débiles. Uno piensa que, todos juntos, serían un ejército formidable.
Hay algo commovedor en esos perros callejeros que pululan a la intemperie por la Patagonia, en el extremo sur del hemisferio sur, tan llenos a la vez de necesidad y de miedo a la gente. Tan humanos…

lunes, 14 de diciembre de 2009

Bolonia para cinéfilos

Cuando se presentó en España, en el año 1969, el título de la película El graduado, versión (censurada) de la cinta de Mike Nichols The Graduated, no era precisamente evidente en un país donde el verbo “graduar” apenas se usaba para otra cosa que para hablar de las gafas de ver y otros artefactos de la óptica. El 22 de abril de aquel remoto año, en tiempos en que imperaba la visión de Martín Vigil sobre la adolescencia, el diario ABC publicaba una crónica sobre su estreno en el cine Gran Vía en la que elogiaba esta historia “moderna”, calentorra y ñoña porque aleccionaba sobre el hastío y pena que termina produciendo el sexo desordenado. Bajo el titular “El adolescente ‘made in USA’”, el crítico (Antonio de Obregón) escribía: “Habíamos oído hablar mucho de ‘El graduado’. Para nosotros: el licenciado, el que termina sus estudios universitarios y se enfrenta a la vida.”
"Licenciado” es una palabra con una larga tradición en castellano. No sólo en España, sino en el mundo de habla hispana (lo cual da idea de su antigüedad), hasta el punto de que en México se ha convertido prácticamente en un tratamiento: Lic. Al menos por aquí nadie iba diciendo “me he graduado en tal o cual cosa”, sino “me he licenciado” o “estoy licenciado”, y eso mismo rezaban en gruesas letras los encabezamientos de los títulos expedidos por el dictador, primero, y por su majestad el rey, después.
Siendo así, si “para nosotros” el “graduado” no era un catalejo sino el “licenciado”, ¿por qué no se titulaba la película El licenciado?
Se trataba entonces de una mala traducción, sin paliativos, una versión caprichosa y pillada por los pelos que resultaba grotesca y enigmática a la vez, difícilmente explicable por ignorancia y quizá inspirada por algún comercial de la distribuidora o de la productora Embassy Pictures Corporation, el cual, allá por 1969, en lo más crudo del crudo invierno franquista, tuvo una corazonada de gran trascendencia en la historia cultural de este país: seguramente a sueldo de una empresa americana, aquel precursor pensaba que había que hacer que las cosas sonasen a inglés. De ese modo adquirían misterio e interés para un público que, si no leía ABC, no tendría más remedio que ir a ver la película para enterarse de lo que de verdad quería decir el “graduado”, el papel del envidiado jovencito (Dustin Hoffman) a quien se tiraba la Señora Robinson, la suculenta Ann Bancroft.
Y hasta puede que aquel comercial visionario, replicando a algún colega a quien no le pareciera tan buena idea, le apostara: “Algún día, “licenciarse” se dirá “graduarse”. Si no, al tiempo.”
Cuarenta años después, el comercial al servicio del imperio ha conseguido que los hechos se amolden a su antojo: que, para nosotros, “el graduado” signifique “el graduado” y ya nunca más “el licenciado”. El lenguaje ha obrado el conjuro, las palabras han parido hechos. Se ha conseguido un trabajo fáustico más que hercúleo: en lugar de adecuar la traducción a la realidad, la realidad entera se ha acomodado a una mala traducción. El órgano ha creado la función, ¡y a qué escala! Que el verbo “graduarse” haya llegado finalmente a significar lo que predijo el tipo que no sabía traducir es, quizá, si juzgamos la dimensión de la pleitesía, el más humillante y prodigioso logro de la influencia de la lengua inglesa y la cultura anglosajona sobre la lengua castellana. La historia de esa imposición, perpetrada por las élites políticas, académicas e intelectuales de este país (y, hay que decirlo, de toda Europa) puestas de rodillas, se llama Tratado de Bolonia.
Ese tratado, que entra en vigor este mismo año 2009 en que nos encontramos, traza un plan de organización de la enseñanza superior, calcado hasta las comas de la organización universitaria americana, según el cual ya no hay “licenciaturas”, sino “grados”. Tampoco hay doctorados, sino “másteres”: inducido por un instinto comercial y cultural propio de empleado de una distribuidora cinematográfica, todo su lenguaje resulta de una mala traducción generalizada del inglés, y a veces simplemente de una “intraducción” del inglés. Como consecuencia, a partir de 2014, cuando salga de la universidad la primera hornada de estudiantes del nuevo plan (que reduce en un año la duración de las carreras), ya no habrá licenciados, sino, precisamente y sin más enigmas, graduados. Ellos sí que podrán identificarse del todo con Dustin Hoffman y hasta sentir casi casi hastío y pena después de refocilarse con Ann Bancroft, yeah.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Caña al 68

En la batalla de la educación y otras batallas, una de las consignas clave creadas en los laboratorios semiológicos neoconservadores es el asalto despiadado a lo que llaman el ‘espíritu del 68’. Nicolas Sarkozy o Esperanza Aguirre se recrean con fruición en ese ensañamiento. El objetivo que se persigue con cabezonería digna de terapia no es otro que desarmar cualquier atisbo de espíritu libertario en la sociedad. El clamor por la ‘falta de autoridad’ en la escuela y la guerra contra la ‘permisividad’ es parte fundamental de esa estrategia que nos prepara para el autoritarismo.

Verbigracia: publica El País en las páginas de Sociedad una noticia bajo el inquietante titular: “Los padres progres dedican menos tiempo a educar a los hijos”[http://www.elpais.com/articulo/sociedad/familias/progres/dedican/tiempo/educar/hijos/elpepusoc/20091127elpepusoc_30/Tes], que me parece una bonita manera de contribuir a enfangar el buen nombre de ‘progre’ y empujar un poquito más el agua a cierto molino… La noticia desglosa un informe promovido por la Fundación Bofill entre cuyos expertos figura Javier Elzo, de la Universidad de Deusto. Con el nombre de Elzo me han familiarizado mis años de clase en la Facultad de Políticas y Sociología, pero al lector lego se le exige respeto sólo por su nombre, puesto que no se ofrece la menor referencia de su currículum.

En la noticia se da cuenta de que el informe ha clasificado a la población catalana (puesto que la muestra se ha tomado exclusivamente en Cataluña) en cuatro categorías de familias, a saber: “La primera, extravertida y progresista; la segunda, introvertida y tradicional; la tercera, conflictiva, y la cuarta armónica y convivencial.” Por qué estos cuatro tipos de los miles de posibles tipos en que puede categorizarse la población de padres catalanes, y por qué esos adjetivos, habría que preguntárselo a los autores del informe. Y también cómo han hecho para reconocer como miembros de cada grupo a los que han rellenado sus cuestionarios – descartando desde luego la autoidentificación: es posible que uno se declare conflictivo, pero ¡nadie en su sano juicio se describe espontáneamente como ‘armónico y convivencial’!

En realidad las categorias se organizan en dos ejes de oposición claramente demarcados (tradicional-progresista, conflictivo-armónico), que no veo por qué no podrían solaparse: ¿es que no hay padres tradicionales y conflictivos, ni se conciben progres y armónicos?, ¿o viceversa?

Si uno acude al portal de la Fundació Jaume Bofill puede encontrar sendos archivos pdf con el texto íntegro del estudio, titulado ‘Modelos educativos familiares en Cataluña’, y con el que se ofreció a los periodistas en rueda de prensa, ceremonia con la que se inicia el proceso de inyección de ideas en el circuito de la llamada opinión pública [http://www.fbofill.cat/intra/fbofill/documents/Models_educatius_RP.pdf]. Aparte de las dudas que acabo de apuntar sobre las decisiones arbitrarias de los encuestadores, no voy a entrar a juzgar aquí la solidez sociológica del trabajo (¿quién soy yo?). Hablo de él tal como me llega a los ojos en las páginas de los medios de comunicación…

Desde prontito, vamos, desde el titular, se ve que la andanada va contra los pobres ‘progres’. Dos largos tercios del artículo se extienden sobre sus deficiencias como progenitores. Pero la idea de que los padres progres (“en gran parte profesionales, técnicos, empresarios y comerciantes que rechazan la pena de muerte, defienden el aborto y la eutanasia, la legalización de la marihuana y trabajan más fuera de casa”) delegan más que cualquier otro grupo la educación de sus hijos, deja dudas en sí misma: ¿seguro?, ¿seguro que abandonan más a sus hijos que los llamados conflictivos? Y, a fin de cuentas, delegar ¿es bueno o es malo? En fin, ¿no sería mejor que los padres conflictivos, sean quienes sean, dejasen en paz a sus hijos, no intentasen educarlos personalmente y delegasen más su educación en los profesionales de la escuela? Ya lo decía Platón: gran parte del trabajo que hace la escuela consiste precisamente en salvar a los hijos de sus padres…

En cualquier caso, una vez que la dejación de funciones educativas ha sido sancionada como negativa, lo extraño es la manera en que se caracteriza esta aparente traición al instinto primordial de la paternidad, esa degeneración: “En este grupo de familias progres ‘hay un notable desestimiento de la educación de los hijos, que se delega en la escuela, en personal auxiliar domiciliario’ o en clases particulares de refuerzo”, escribe el periodista citando a Elzo. Bueno, alguna sutileza ferlosiana debe haber respecto a la palabra ‘educación’, porque resulta que los mismos que no se conforman con la escuela obligatoria y envían a sus hijos a ‘clases de refuerzo’ incurren en grave ‘desestimiento’.

Pero, ¿y las demás categorías familiares?, ¿qué les ofrecen a sus hijos para que este grupo de sociólogos de Deusto los encuentre más comprometidos con su atención y educación? ¿Qué les darán, por ejemplo, los conflictivos a sus hijos? La verdad es que una vez acabado con el trabajo de moler el buen nombre de nuestro progre, el artículo casi ya agoniza. En breves párrafos, el periodista retrata a cada uno de sus grupos y sus métodos, y uno se pregunta qué demonios será lo que hace a los padres progres peores que el resto en la atención de sus hijos, cuando lee que los conflictivos, aparte de alguna bofetada de más, les dan “poca confianza en sí mismos.”

Según el informe, los grupos familiares que mejor parados salen en la cuestión que motivó el estudio son los tradicionales y los ‘armónicos’. ¿Qué tienen estos dos tipos para que los sociólogos se hayan hecho amigos suyos? Por su parte, los tradicionales e introvertidos tienen, literalmente, “‘los valores de siempre’, autoridad fuera y dentro de la familia.”

Esto explica su ventaja sobre los padres progres y extravertidos, esos irresponsables, quienes “Quizá son así porque estamos hablando de padres de familia que vivieron la transición y la época de prohibido prohibir. Estas familias suelen tener, añade Elzo, -escribe el periodista- ‘pocas muestras de afecto’ para con los hijos.”

Pogres-prohibido prohibir-no quieren a sus hijos. ¿Se puede ser más claro? No sé si más claro, pero sí más bestia. ¿Cómo querrán los demás a sus hijos, cómo les demostrarán su afecto? He llegado a pensar que podía tratarse de un gazapo o errata cuando he leído el método aplicado por los padres ‘armónicos y convivenciales’, esa hermosa categoría a la cual así sólo, por el nombre, ya le gustaría a uno pertenecer y que, según el artículo, tiene el mayor éxito en lo relativo a la educación de sus hijos, además de ser los que más disfrutan con sus chavales. De ellos se afirma que “Suelen ser estos padres los que más usan el castigo como correctivo.”

Me he ido al estudio original en catalán para comprobar que la transcripción de Sebastián Tobarra, el periodista que firma el artículo, es correcta. Y lo es. Eso se dice, entre otras cosas maravillosas, de estas familias ‘armónicas y convivenciales’ (son religiosos, no están a favor de la eutanasia a quien la pida, ni del aborto sin restricciones, ni están a favor de la legalización de la marihuana) en cuya casa todo es orden y concierto. En el contexto interno del estudio, el uso del castigo como ‘correctivo’ se opone al uso del castigo como represión, pero, por mucho que lo ideal sea convivencia y diálogo, en lo tocante a método ya vamos entendiendo lo que funciona: una dosis adecuada de bofetada, autoridad y castigo.

Y así será si lo dice la sociología, pero lo que a mí me preocupa es la lección que puedan sacar los chavales, teniendo en cuenta que, si no me equivoco, una gran parte de los padres progres y desafectos actuales se criaron en hogares religiosos y tradicionales en los que abundaba la bofetada, la autoridad y el castigo...

lunes, 9 de noviembre de 2009

Los límites de la organización

El otro día oí en la radio una entrevista que le hacían al, si no me equivoco, director de Reporteros Sin Fronteras (RSF) en España. Que me perdone si me confundo de cargo y también que no recuerde su nombre: empecé a escuchar cuando la entrevista estaba avanzada y no creo haberlo oído.
A lo que vamos. El periodista le pregunta al director o presidente cuáles son los lugares de la tierra que más problemas dan a su organización. El director responde con una lista de países (Venezuela, Cuba, China, Irán) donde, dice, la seguridad física de los periodistas ni siquiera está garantizada. No es que se les persiga, se les encierre, se les expulse. Es que pueden agredirlos, matarlos. Estos países son, decía, los que más problemas plantean a RSF, donde tiene que invertir el grueso de sus esfuerzos y energías.
Hasta aquí no había yo tenido ninguna mala vibración con las palabras del director. Si acaso, condolencia. Pero lo que añadió sí que me afectó ciertamente: dijo que en esos lugares, y como resultado de la represión que ejerce el Gobierno, la Verdad, la Objetividad y la Independencia, que son los pilares del periodismo, se encontraban seriamente en peligro. Lo dijo como quien dice que, en el fondo, esa defensa de la veracidad periodística es la auténtica razón última de su existencia como organización y norte de todos sus móviles.
Pensé enseguida que el director de RSF había sufrido un peligroso lapsus: confundir a los profesionales con la profesión. Yo no tenía nada que objetar al propósito organizativo de RSF, como gremio profesional, de defender el pellejo de sus miembros o de sus apadrinados. Estaría, lógicamente, de parte de la compañía aseguradora que hubiera extendido las pólizas de los corresponsales...
Pero el nexo que se hacía entre estos riesgos, sin duda intolerables e injustos, y la represión de la Verdad me parecía, por decirlo con las palabras adecuadas, un poco periodístico.
Obviamente él estaba preocupado por los profesionales, no especialmente por la profesión. Si realmente hubiera estado preocupado por la profesión y el respeto por sus principios de servicio a la verdad, el director hubiera debido manifestar su inquietud, es más, tendría que haber aprovechado la oportunidad para lanzar una cruzada por la situación de los periodistas en los países donde el concepto de “beneficio” ejerce su tiranía absoluta.
Como dijo un sabio, es más difícil escapar del dinero que de la policía, y la connivencia entre el poder, el dinero y el periodismo es en la gran mayoría de países, incluido el nuestro, la causa fundamental por la cual la Verdad, la Objetividad y la Independencia (¡sobre todo la independencia!) brillan clamorosamente por su ausencia.
¿De qué proteger a los periodistas comprados por el poder, sobornados por alguno de sus lobbies, portavoces de causas millonarias, estrellas de la corte que viven en urbanizaciones de lujo? O, ¿cómo proteger a esos otros miles de loros, obedientes y adocenados, que reproducen sin asomo de crítica las hojas que les pasan los gabinetes de prensa de las empresas, a quienes ni siquiera hace falta pagar mucho para que digan lo que tienen que decir?
Si los principios expresados por su director fueran los decisivos, RSF debería dejar de ser una ONG y convertirse en un sindicato internacional, e invertir el grueso de sus esfuerzos y energías en instruir sobre su condición a tan gran legión de sobateclas dispuestos a trabajar para quien les pague, que se creen libres e informados y ni se han enterado de que son esclavos de la rentabilidad. Tal vez así entendieran los reporteros y periodistas en general que esa explotación pone seriamente en peligro su capacidad para hacer valer la Verdad, la Objetividad y la Independencia.
Querido director, preocuparse por la seguridad de los profesionales o por la dignidad de la profesión: esos son los límites de una organización.

viernes, 16 de octubre de 2009

La peonza sobre la panza

Por muchas vueltas que dé, la peonza siempre acaba tumbada sobre la panza: los problemas de la educación radican esencialmente en que el neoliberalismo (o la globalización o como quiera que se llame esta versión actual y cotidiana del capitalismo) es antieducativo. Como traté de ilustrar en mi post anterior, el sistema no para de enviar mensajes contradictorios con lo que se pretende enseñar en las escuelas.

El resultado es un mundo teórico de elogio al arte y la belleza y otro real de exaltación del feísmo y lo siniestro; uno virtual que predica la colaboración y la honradez y otro pragmático, donde la inteligencia se asimila a la avaricia y la impunidad, y que enseña la habilidad negociadora; uno escolar y paternalista que santifica la higiene y otro empresarial y laboral que aboca al suicidio.

La propia escuela vive esta esquizofrenia, atrapada entre su propensión servil a formar jóvenes para el llamado “mundo real” y sus antieducativas exigencias, por un lado, y su lealtad a los viejos principios de la Ilustración, en los que ha sido moldeada. Resultado: en muchas escuelas privadas se enseñan los altruistas principios del cristianismo y, a la vez, economía contemporánea… Como ejemplo supremo, hoy pueden existir sin causar asombro escuelas de “Humanidades y Negocios”. Un amigo, asombrado a pesar de todo, me dijo: “Esa pareja combina igual que Castidad y Prostitución”. Las propias universidades están siendo obligadas, una tras otra, a poner una vela al Conocimiento y otra al Beneficio.

Muchos de los problemas actuales del Sistema Educativo surgen de este conflicto, que podría adquirir proporciones históricas si resulta ser un enfrentamiento entre dos épocas, con el triunfo final de una era anti-ilustrada, cínica y cruel.

Y no solamente es un problema de la escuela pública y su infradotación, a la que tantas miserias pueden achacarse. En Pozuelo hemos visto la clase de terrible puerilidad que es capaz de generar la escuela privada: acorralados y agredidos por los hijos de sus jefes, los policías pudieron conocer la crueldad extrema de los niños pijos. Mientras les filmaban con sus móviles de última generación, los chicos del municipio más rico de España arrojaban toda clase de objetos a los números policiales, incluidos improperios más duros que los adoquines. El autor de una filmación que pudo verse en televisión, se burlaba de uno de estos policías acorralados gritando sin parar, como un energúmeno: “¡¡Nadie…, que no te quiere nadie, colega, que no te quiere nadie, que a ti no te quiere nadie…!!”

¿Se le puede decir algo con peor baba a un ser humano?


lunes, 21 de septiembre de 2009

Mirar con los párpados cerrados

Con la pijoborroka de Pozuelo como detonante, Esperanza Aguirre ha decidido que el problema está en la educación. Y de las mil cuestiones que podría considerar a ese propósito, su subconsciente le traiciona: sólo le interesa la autoridad. Hay que volver a dotar a los profesores de autoridad, si hace falta, nombrándolos “autoridad pública”. Se lo he oído explicar: “Hay que acabar con el espíritu del 68, que es el espíritu de la permisividad excesiva”. También les he oído eso mismo a otros portavoces de las ideologías dizque liberales. Algo bueno tiene que tener el 68 (aunque quizá no tanto como el 69) si realmente les fastidia tanto. Aunque no creáis que sólo se quejan los que reciben catequesis en la FAES, no. La consigna ha calado incluso en los bancos de la izquierda.

Con cierta periodicidad, pero inexorablemente, se organiza un concierto de rock duro, durísimo, junto a los endebles muros de ladrillo de la facultad de ciencias políticas en la que trato de enseñar algo. Cuando esto sucede no queda más remedio que salir del despacho o del aula, dejar cualquier actividad en que la mente pueda hallarse involucrada, y refugiarse en la cafetería en espera de que amaine la tempestad rockera. Entre mis colegas de la facultad, la indignación es rampante, incapaces de aceptar que algo así pueda suceder en el sagrado recinto universitario. Gente habituada a elaborar doctrina, no se cortan a la hora de explicar el fenómeno. La apesadumbrada cantinela de estas teorías (reproducida, no lo olvidemos, en boca de profesores de ciencias sociales en la universidad más grande de España y que, en buen número, mamaron con mayor o menor fruición de las tetas ideológicas de mayo del 68) es, sí, habéis acertado, la de la “falta de autoridad” de los tiempos que corren. Sic transit gloria mundi: amigos de la FAES, ya veis qué poco deben preocuparos las enseñanzas de los profes de izquierda… Derecha e izquierda, même combat!

Para variar, yo suelo mear fuera del tiesto. Tengo mucha familia trabajando en la educación, en los niveles considerados “peligrosos”, léase secundaria. Y seguro que a mis hermanos y al resto de los profesores no les vendrá mal ser ascendidos a “autoridad pública”. Pero, la verdad, creo que otra vez se otea el horizonte con los párpados cerrados. El comportamiento fascista y violento de un sector llamativo de la adolescencia y la juventud no tiene nada que ver con una pretendida ausencia de autoridad. La percepción me dice que, más que falta, esta sociedad postmoderna está sobrada de autoridad y de autoridades: ¡donde quiera que uno mire hay un vigilante privado pistola en ristre! Yo no veo un mundo de libertinaje bacanal, sino más bien al contrario, uno de control y tentetieso. Jodido como estoy, igual que mis colegas, con la idea de que no me dejen estudiar ni dar clase durante unas horas al buen tuntún, mi explicación de éste y otros comportamientos inexplicables de la juventud no tiene nada que ver con la falta de autoridad, si no, más bien, con una ausencia objetiva de modelos coherentes, empezando por sus propios padres, y con una pasmosa falta de CRITERIO que afecta a los mensajes didácticos de nuestra jovial sociedad abierta.

¿Agresividad en los jóvenes? Ah, ¿pero no es buena la agresividad? En los programas deportivos se elogia mucho, y en los másteres de negocios se recomienda con entusiasmo. Da la impresión de que la señora sociedad competitiva quiere corderitos mansos y reprimidos – que deben convertirse en fieros leones exactamente cuando y donde se les ordene, ni un minuto antes, ni en ningún otro lugar. Hay algo antinatural en eso…

¿Ruido? ¿Cómo explicar la inoportunidad del ruido guitarrero en un país que celebra el estruendo fallero como asunto sublime y prioridad de la industria turística?, ¿cuyas calles atruenan los mismo en verano que en Semana Santa o Carnaval? ¿Cómo explicar las bondades del silencio, cómo trazar en la mente de nuestros jóvenes esa fina línea que separa la posibilidad de reventar las orejas al vecino con la bendición de la autoridad, de su inconveniencia o imposibilidad?

¿Violencia? Y ¿cómo combatir la violencia en una generación embebida en películas y videojuegos que chorrean sangraza? ¿Cómo explicar y dignificar las conductas pacíficas mientras se toleran y promocionan un cine y unos espectáculos que banalizan la crueldad - en ocasiones con la cínica coartada de “denunciarla”? ¿Quién va a bajar a Tarantino de la peana?

¿Alcohol? Y ¿cómo desprestigiar el alcohol y su consumo, cuando las fiestas a todas las escalas, de las familiares a las nacionales, están sancionadas y selladas por ríos de alcohol? ¿Consumo moderado?, ¿cuánto es eso?, ¿es igual de “moderado” para el cliente que para el dueño de la empresa de bebidas o el propietario del local de copas?

Pero, en fin, el consumo, ¿es bueno o es malo? Parece bueno cuando se lo estimula para que las variables macroeconómicas puedan levantar cabeza. Pero parece malo cuando se consideran sus efectos sobre la salud del planeta o sobre la personalidad de la gente.

¿Qué más? Resulta muy difícil que la población no se ande matando por las carreteras, por mucha didáctica publicitaria que se gaste el ministerio, si después se arracima a la gente los domingos por la mañana delante de la tele para ver cómo Fernando Alonso intenta tragarse kilómetros más rápido en cada vuelta al circuito de Qatar. Dicen con preocupación que cada vez hay más accidentes en moto, y no me extraña nada, si los medios de comunicación han hecho un negocio de Pedrosa y Lorenzo forzando los planos de equilibrio sobre dos ruedas a toda velocidad. Hay que proteger el país de la desertización, entonces ¿cómo se entiende que se vendan quads y todoterreno con una publicidad masiva que alienta la genial idea de machacar sin complejos la capa vegetal de los parajes naturales?

Esta misma falta de criterio que combate y estimula al mismo tiempo un comportamiento rige la pequeña y la gran política. Pongamos un ejemplo de la grande: las autoridades castristas son unas canallas por no permitir la salida de Cuba en condiciones normales a quien se siente llamado por las voces de la libertad y la prosperidad; pero, al mismo tiempo, pagamos a las autoridades de Senegal, Mauritania y media África para que hagan exactamente eso con sus ciudadanos – impedirles echarse al mar; y los mismos que se indignan por la triste suerte de los balseros cubanos, obligados a sortear un mar lleno de tifones y tiburones para llegar a donde les da la real gana, protestan escandalizados contra los que intentan el mismo viaje y con las mismas intenciones en condiciones muy semejantes, si salen de Dakar o Nuakchot.

Lo que necesitan los jóvenes –y los no tan jóvenes- es, efectivamente, educación: una educación pública, laica y gratuita. Pero sobre todo una educación que no resulte contradicha y ridiculizada a cada paso por el ejemplo de sus mayores y por la todopoderosa publicidad. Punto. Aparte de eso, es importante que entiendan que un profe es importante, y un futbolista, no. Que el objetivo es conocer, comprender y convivir, no competir y ganar dinero. Que “Operación Triunfo” no es, no puede ser y nunca será una alternativa de ningún tipo a las escuelas. Que la saña y la crueldad no molan, que la empatía y la compasión son requisitos indispensables de la convivencia. Que el espíritu del 68 no es malo, sino que lo son sus enemigos declarados: los privilegios, las iniquidades y la represión. Los jóvenes necesitan cositas claras, ideas claras, límites claros.

En algún sitio escribí que la masa social del fascismo suele componerla gente que se reconoce a sí misma ingobernable y que propone y defiende regímenes en sintonía con sus fantasías represivas. En cambio, la gente que no encuentra mayores dificultades en el autocontrol no toleramos fácilmente la autoridad y la imposición, sencillamente porque no sentimos la necesidad de que alguien tenga que ponerle férulas a nuestra vida. Y en buena lógica temblamos cuando los poderosos alegan “falta de autoridad”. Una y otra vez el poder se aprovecha de las pulsiones autoritarias de un sector social amedrentado de sí mismo, ése que dice que quiere gobiernos fuertes, autoridad contundente, ley y orden. No les creáis: el fascismo no se combate con más fascismo.

domingo, 13 de septiembre de 2009

¿Buena o mala?

El Foro Económico Mundial nos ha degradado en la asignatura de Competitividad. Nos ha condenado al 33 puesto de la clase – “Detrás de Brunei”, refunfuña, un poco racista, El País. Los periodistas pronuncian el número del ranking chascando la lengua.
Y, ¿qué razón aduce el FEM para ponernos tan mala nota?, pregunta uno a mi derecha. Le respondo: “El mercado laboral español es demasiado rígido: hay que flexibilizarlo. ¿Te suena la canción?”
“Me suena la canción”, dice el de mi derecha. Y, ¿no es raro que el diagnóstico y la receta del FEM coincida punto por punto con el del PP, el de la CEOI, la OCDE y con otras siglas, todas ellas con sede en Davos, Suiza?
Pero nada de lágrimas. A renglón seguido, prácticamente sin transición, porque las noticias de economía llevan poca publicidad, el periodista nos informa de que, en cambio, la agencia Moody’s, con sede en Nueva York, ha reexaminado la solvencia crediticia de España. Y fruto de su minuciosa corrección de nuestros ejercicios, se nos ha elevado a la marca AAA (por ominosa que suene, la Matrícula de Honor) en lugar de AAB, el purgatorio de credibilidad al que habíamos caído.
Y ahora, ante esas noticias, ¿qué hacer? ¿Debemos alegrarnos porque la economía española sube, o entristecernos porque baja?, ¿debemos felicitar a la oposición o condolerla? Mientras los de Davos deben de estar bastante contentos con nosotros (aunque, naturalmente, quieran más) yo me siento como aquella heroína de película sado. Cuando le zurraban con el látigo, se preguntaba, la pobre: “¿Me habré portado mal… o me habré portado bien?”

sábado, 4 de julio de 2009

Carta abierta

El púlpito se explaya hoy con un sermón titulado “Where are our votes?” (“¿Dónde están nuestros votos?”), y que se presenta literalmente como una “carta abierta en apoyo a los manifestantes en Irán”, con fecha del 19 de junio de 2009 (http://www.ireport.com/docs/DOC-277500#).
Todo el mundo conoce, o cree conocer lo que está sucediendo en Irán. Eso me ahorra tener que explicarlo. En último extremo, precisamente, este post puede hacer que algunos se pregunten si conocían o más bien creían conocer lo que está sucediendo en Irán.
La verdad es que debería detenerme un poco más en el contenido, pero al final me limitaré a hablar de los firmantes. Quienes han ofrecido su firma para avalar el documento son, si no he contado mal (y no sería nada improbable), 133. Los que yo he reconocido incluyen a los italianos Giorgio Agamben y “Antonio” Negri, el francés Etienne Balibar, el mismísimo Noam Chomsky, Ariel Dorfman, el autor de “La Doncella y la muete”, o Slavoj Zizek, el polemista de moda. Son, en resumen, los intelectuales de izquierda más respetados del mundo mundial.
Debe dar gusto poder firmar un inteligente texto de protesta, de denuncia y reivindicación de la libertad y la democracia, redactado en el elevado lenguaje de la dignidad y la solidaridad humana y, por una puta vez, a favor de corriente.
En cuanto a los que firman junto a las firmas más seráficas y celestiales del mundo, un desglose por países de las instituciones intelectuales a las que pertenecen estos intelectuales (fundamentalmente universidades o escuelas de altos estudios) permitiría al lector ingenuo hacerse cargo de la importancia relativa de las instituciones intelectuales y del nivel de los intelectuales de su país…
El resultado es (con su margen de error y ordenado al tuntún):
Eslovenia (2)
Francia (15)
EE UU (79)
Holanda (5)
Reino Unido (10)
Alemania (12)
Canadá (3)
Australia (3)
Polonia (13)
Georgia (1)
Suiza (1)
Italia (2)
India (1)
Algunas observaciones que haría hasta el más ciego serían las siguientes:
1) O es usted un intelectual que vive y trabaja en EE UU o es muy difícil que sea usted un intelectual de relumbrón. Sin embargo, no debe perder nunca la esperanza: ni siquiera hace falta haber nacido allí. Por supuesto no todos los intelectuales localizados en universidades de EE UU son de esta nacionalidad. Un buen número son extranjeros, entre ellos varios apellidos de origen árabe.
2) Esto tiene su importancia porque, aparte un firmante de la India, podría decirse que Oriente ha sido escrupulosamente borrado de este elenco. El mundo ha quedado muy recortado: 1 de 133… Es asombroso, diría uno, hasta qué punto los intelectuales occidentales sólo se comunican entre ellos, o cómo la opinión pública occidental puede prescindir, en calidad de predicadores, de los intectuales turcos, chinos o japoneses.
3) Llama la atención el cuidado con que se han evitado también firmantes de Israel, de donde sin duda acudirían en masa a firmar este manifiesto, aunque desde luego no existe la menor discriminación contra los judíos, puesto que varios firmantes lo son reconociblemente. O todo esto es un globo de algún gracioso, o el calculadísimo descarte de intelectuales israelíes pretende eliminar cualquier sospecha de partidismo o manipulación institucional: éste es entonces un manifiesto de puros sabios.
4) También se ve que, para invitar a firmar a tan selectos firmantes, se ha recurrido a eso que se llamaría los “amici et socii” del imperio, los países amigos y aliados: un primer círculo interior compuesto por los países de habla inglesa (Inglaterra, Australia, Canadá…) y, en conjunto, un selecto club occidentalísimo de 13 Estados. Algo así como el G-20 de la pureza político-intelectual. Me imagino que a las autoridades de ciertos países como Georgia les debe haber dado un orgasmo tener algún firmante seleccionado.
5) ¿España? Hágase usted cargo, querido lector, del peso de nuestra aportación intelectual al mundo. Ni dejándolo sólo en Occidente… Nasti de plasti. Menos mal que tampoco hay ningún portugués, si no, ¡qué vergüenza! El único apellido español, en realidad todo un nombre españolísimo, es el de María Jiménez, que trabaja en París.
6) ¿Y lo orgullosa que debe estar Francia? Francia, a gran distancia de la megapotencia intelectual, ¡es la segunda! Tiene más intelectuales de primera fila que Inglaterra, más que Alemania… Hace cuatro días era una nebulosa intelectual en descomposición y ahora mismo es la cabeza pensante de Europa: ¡vaya si se nota el “efecto Sarkozy”!
7) En cuanto a Polonia, esos sí que deben estar contentos: Polonia tiene más intelectuales de prestigio que Alemania, ¡por fin! 13-12: justito, pero han ganado. De hecho, Polonia es la gran revelación intelectual de Europa. Prácticamente toda Cracovia ha firmado el manifiesto…
Sería muy bonito escribir una versión de “El Puente de San Luis Rey” sobre aquellos conocidos míos que aparecen firmando entre esos 133 primeras espadas, los que, a mi entender, dan el nivelazo de verdad que tiene esta lista, o sea, los que hacen respetables a todos los demás firmantes, incluida toda Cracovia.
¿Os acordáis? La novela de Thornton Wilder investiga la vida de cinco personajes que mueren al mismo tiempo: coinciden pasando por el puente de San Luis Rey, un puente que los incas habían construido sobre la profunda hoz de un río, milenario e indestructible, justo en el momento en que el ingenio se hunde en el abismo.
Del mismo modo, habría qué explicar qué fuerza del destino ha unido allí a esos seis intelectuales ejemplares, santos del intelecto, dispuestos a cavar su fosa en el mismo sitio, justo cuando el puente indestructible y milenario se hunde. ¿Por qué inimaginables derroteros se ha transformado esta gente tan lista en eso que, con muy poco dignas palabras, se ha venido a llamar “tonto útil”?
¿Es que no basta mi muy superficial análisis para probar que la carta no es en absoluto “abierta” (de hecho, he visto pocas cosas más cerradas)? Siendo fiel traductora de la jerarquía del poder en “Occidente”, la carta es pura lucha de poderes. Es una pieza exquisita de una campaña cuidadosamente envasada (desde Nueva York, Londres y Tel Aviv) y que no pretende otra cosa que meter una cuña en la estructura de poder del Estado iraní aprovechando el fuego que previamente se ha azuzado.
“Azuzado” no es un término muy técnico para hablar de retórica política, pero es claro. Todo esto sucede a los pocos días de que Obama pronunciara un enigmático discurso de buena voluntad dirigido al pueblo iraní, en un tono sentimental y cursi, apelando a los “vínculos de nuestra común humanidad”, que fue subtitulado en farsi y recogido por todas las parabólicas de Teherán. Eso sucedía el día 3 de junio, con gran sentido de la oportunidad, nueve días antes de las elecciones. Al décimo, el pueblo se echaba a la calle…
El discurso a los iraníes se puede ver tranquilamente en YouTube. La prensa de toooodo el mundo informaba al día siguiente: “La imagen de Obama en Irán está cambiando y haciéndose popular”. Empezamos a ver para qué emplea Obama su carisma.

miércoles, 3 de junio de 2009

El precio del té

Unas palabras sobre Sri Lanka, ex-Ceilán. Aunque daría lo mismo para afirmar lo que quiero afirmar, empezaré diciendo que visité el país en el año 1990, en plena guerra. Una guerra sorda, que dejaba un paisaje de puentes volados, controles militares permanentes y zonas inaccesibles, en concreto la franja nororiental de la isla. Recuerdo la vista desde la enorme roca de Sigiriya, sobre la serena e interminable jungla que, según se nos decía, estaba poblada de terroristas tamiles.
Traté de comprender entonces cuáles eran los orígenes de una guerra que arrojaba cada mañana titulares en la prensa local cuyas cifras, limitándose a reflejar el cómputo oficial de bajas, parecían marcadores de partidos de baloncesto. Lo que descubrí es que se trataba de un (otro) legado del colonialismo.
Cuando se apoderaron de la isla, los británicos decidieron convertirla en el emporio del té que después sería. Para soportar el duro trabajo en los extensos campos que se concentran en las tierras altas del centro de la isla, los nativos cingaleses, budistas y habituados a una naturaleza provisora y ubérrima, no daban la talla. Sin arredrarse ante la dificultad, a los británicos no se les ocurrió mejor idea que importar unos centenares de miles de fornidos trabajadores del territorio colindante de la India, Tamil Nadu, cuyas señas de identidad no podían ser más ajenas a las de los cingaleses: eran hinduístas e, igual que su religión, su lengua era perfectamente ajena a la de los isleños. Cuando los británicos se marcharon allí dejaron el problema: una comunidad minoritaria (un par de millones), a quienes los nuevos detentadores del poder, la mayoría budista, no habían invitado y que, en lugar de volverse por donde habían venido, reclamaban un reconocimiento de sus derechos nacionales. La respuesta del gobierno de Colombo fue intransigente y una guerra atroz, ajena a cualquier repercusión y mediación internacional, se puso en marcha.
Lo terrible a fecha de hoy es la manera en que (por el momento) se ha concluido: se trata de la aplicación más descarada de la lección israelí en Gaza. Si eres amigo de la potencia adecuada, nada de lo que hagas te pasará factura. Aplicando esa lógica, el ejército de Sri Lanka ha bombardeado todo lo bombardeable en la franja controlada por los Tigres de Tamil Eelam (LTTE), incluyendo hospitales o escuelas, esta vez sin agobio de fechas límite, hasta que llegó la rendición de los combatientes. Un cálculo neutral arroja un balance de 20.000 muertos en la ofensiva final, a unos 1000 muertos diarios – jóvenes, ancianos, mujeres y niños.
De esta grotesca manera, el viejo y el nuevo colonialismo se dan la mano en un mundo que, demasiado precipitadamente, creíamos civilizado.

viernes, 22 de mayo de 2009

Y ¿quién guarda al Ángel de la guarda?

En entrevista publicada por el serio, sesuso y siempre bien informado diario El País, el flamante  presidente de la OCDE, el mexicano Ángel Gurría Treviño, (que, en la misma entrevista, presume de conocer los intereses de los trabajadores mejor que nadie) advierte seriamente contra la “protección excesiva” (sic) de los trabajadores que, oh, dios mío, atenta contra los objetivos fundamentales de la economía. ¿Adivináis cuáles son? Naturalmente: ¡crear empleo!

Bueno, eso ya no lo voy a comentar: hasta aquí, lo mismito que el jefe del Banco de España, que también conoce los intereses de los trabajadores mejor que nadie. Pero lo que por ningún lado cuenta El País y seguro que os interesa saber es lo siguiente: este hombre tan trabajador, que posee un impresionante currículum como vocero del neoliberalismo, fue director general de Nafinsa, la versión mexicana del ICO, entre 1990 y 1994. Unos años más tarde de su gestión, en 1999, la Cámara de Diputados mexicana formó una comisión investigadora para tratar de entender por qué aquel banco para financiar pymes había perdido cantidades ingentes de dinero público. Uno de los expedientes investigados fue, vaya, el de Ángel Gurría. De acuerdo con las conclusiones de la comisión, Gurría obtuvo ilegalmente una pensión vitalicia de 43.000 pesos mensuales por… jubilación. Eso sucedió con fecha de 16 de abril de 1994, cuando tenía 43 años y 11 meses de edad. Esas pelillas garantizadas de por vida a tan tierna edad no debieron de parecerle “protección excesiva” a este Angelito. Claro que el dirá que él no tiene problemas para que le “creen” empleo.

martes, 12 de mayo de 2009

De comadrejas y hombres

He encontrado una bonita fábula de Fedro para los “creadores de empleo”. Se titula “La comadreja y el hombre”. Sólo hace falta saber que, en la Antigüedad, la comadreja hacía las veces del gato. La fábula dice así:

Una comadreja a la que había atrapado un hombre, en su intento de escapar a la muerte inminente, le decía: “Perdóname, por favor. Acuérdate de que yo te limpio la casa de los molestos ratones.” El hombre le contestó: “Si eso lo hicieras por mi interés, te estaría agradecido y te concedería lo que me pides. Pero lo haces para aprovecharte de los restos de comida que iban a roer los ratones y, de paso, devorarlos también a ellos, así que no quieras convertir tu beneficio en un favor que me haces.” Y después de decirle eso, dio muerte a la malvada.

Sepan que esto va contra ellos quienes, trabajando en su propio provecho, encima presumen de un falso mérito ante los incautos.

Sepan los “creadores de empleo”, alias “creadores de riqueza”, que ya nos conocemos la vieja fábula.


domingo, 19 de abril de 2009

S.O.S.: nos roban la sierra

El otro día salí a dar un paseo con la familia por el valle de La Barranca, un espacio privilegiado al pie de la Maliciosa bien conocido de los vecinos y aficionados a la sierra madrileña. Me llevé la sorpresa de la jornada al llegar a un área especialmente frondosa y bella junto al río: la encontré vallada y cercada, con sus majestuosos pinos de Valsaín convertidos en atracciones de feria y con una caseta de acceso en la que se vendían entradas al recinto ¡por 22 euros! Yo había visto ya ese tipo de negocietes en Francia, donde los llaman “acrobranches”, en que se otorga a una explotación privada el campo de todos en aras del sacrosanto entretenimiento (el “entetanamiento” que dice Gabriel Sala) y con la sacrosanta coartada de siempre: los puestos de trabajo. También allí los creadores de empleo, alias creadores de riqueza, se están apropiando lisa y llanamente de los espacios públicos, colocando a los árboles más nobles collarines de cuerda y madera, maniatando sus ramas con lianas y tirolinas a su antojo – pero nunca había visto que se vallasen y se prohibiese el acceso libre. Eso está sucediendo aquí. Se otorgan concesiones a ciertas empresas para que transformen la naturaleza en pueriles parques de atracciones. El resultado directo es la imposibilidad de transitar por lugares por donde siempre se ha transitado sin problemas: me llegan informaciones de que, con ese truco, se han cerrado espacios en La Bola del Mundo, Las Cabrillas, la Maliciosa, Ventisquero de la Condesa, Nacimiento del Manzanares, Valdemartín, Cabeza de Hierro, Siete Picos, Camino Smith…  ¡Y pensar que en algún momento creímos que la sierra de Guadarrama se protegería bajo la figura de parque nacional! El gobierno de esa mujer que pasará a la historia local de la infamia, Esperanza Aguirre, está privatizándolo todo, tierra, agua y aire. Pobre pueblo de Madrid que no comprende lo que está sucediendo, reata de amantes de las motos y los coches, los colegios privados, la mutuas privadas y las urbanizaciones para pijazos: la derecha ha dejado de despreciaros y ahora os corteja porque sois tan tontos que, democráticamente, les dais a cuatro amigotes lo que es de todos aplaudiendo después satisfechos con esa mirada canina y boba que pone el ignorante borracho de soberbia. ¿Qué tiene que pasar para que reaccionéis?

miércoles, 11 de marzo de 2009

Yo también soy sub-prime

Incluso para explicar su propio fracaso, el capitalismo enseña los colmillos. Los más correctos y atildados analistas coinciden: el colosal bache económico (o lo que sea) es resultado de las hipotecas llamadas "basura", traducción del producto financiero que en EE UU apodan "sub-prime". Los bancos tuvieron la ocurrencia de ofrecer contratos hipotecarios a indocumentados con una mano delante y otra detrás, y esos muertos de hambre les contagiaron activos tóxicos. ¡Tenía que pasar! Para una vez que el sistema había decidido que hasta los parados podían ser propietarios de algo, aunque sólo fueran los chamizos donde se reproducen y duermen...
Eso no lo hicieron por compasión ni por filantropía de ningún tipo, sino por puro sentido del negocio. Un disparate, dicen ahora. "¡Crraso error!", claman los sesudos analistas. "¡Crrraso errror!", admiten los banqueros, un poco abochornados. ¿A quién se le ocurre prestar dinero a los miserables? ¿Qué réditos espera sacarle a quien está sin blanca?
Esa loca idea ha sido, por lo visto, la causa de nuestro actual dolor de cabeza. Una banca responsable no concede créditos más que a quienes pueden devolverlos, o sea, a los que andan sobrados de cuartos. Eso es negocio sensato en un capitalismo higiénico y sin toxinas.
"¡Los pobres son la causa del fracaso del sistema!", ruge el púlpito. A mi derecha, poniendo cara de asco, un conocido nazi le jalea: "¡Exterminemos a los pobres!"
"Los pobres son la prueba del fracaso del sistema", susurro yo al oído de mi compañero de banco. Tapándose los labios con la mano, Patxi me responde: "¿Y si exterminamos la pobreza?"