lunes, 17 de enero de 2011

La metáfora deportiva

En la Grecia antigua, cuando se convocaban las olimpíadas, se detenían las guerras. O, mejor dicho, se continuaban deportivamente. Si von Clausewicz pudo escribir que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, yo me atrevería a afirmar que el deporte ha sido, desde aquellas remotas fechas, la continuación de la guerra por otros medios: la competición atlética era una sublimación de la disputa bélica en la que unos atletas derrotaban a otros y se llevaban a casa las recompensas para orgullo y regocijo de sus paisanos; su victoria era también, seguía siendo, una victoria – eso sí, incruenta. En más de un sentido, el enfrentamiento atlético era una metáfora de la guerra, la suplía, la substituía y representaba, ahorrando de ese modo a los bandos enfrentados la realidad de la batalla, su tragedia y sus padecimientos.

El deporte era una metáfora de la guerra entonces y siempre ha pretendido serlo – el recinto ideal para aislar el ansia de rivalidad y enfrentamiento de los hombres, para desvirtuar y reconducir las consecuencias de la violencia y de la fuerza, el lugar donde el débil podía asistir sin humillación ni temor a las proezas del fuerte. Por eso cuando el deporte, la metáfora y substituto de la guerra, se proyecta sobre la vida misma y pretende servirle a su vez de modelo y metáfora privilegiada, es como si se desenterrase un monstruo que había sido enterrado para alivio de todos. Es una nueva resurrección de los titanes.

Por eso la metáfora deportiva, la que articula el discurso de la vida como competencia, competición o competitividad, como esfuerzo, como meta, como triunfo o como fracaso, como terreno de ganadores y perdedores – resulta aterradora, resuena con el estruendo de una gigantomaquia. Es un movimiento ilógico y criminal.

Saturno enterró a los titanes y a otros monstruos y gigantes, transformándolos en montañas majestuosas, pacíficas, inertes. Y fundó así la Edad de Oro. Eso era el deporte, la sublimación olímpica. Júpiter desenterró a los titanes, monstruos y gigantes, declaró la guerra a su padre Saturno y, con la ayuda de tan formidables fuerzas, lo derrocó. Impuso su propio reinado, que trajo a los hombres el sufrimiento, la muerte y la ignorancia. Eso es la metáfora deportiva proyectada sobre la vida, la des-sublimación olímpica.

Agresividad. Sacrificio. Lucha. Desafío. Reto. Superación. Espíritu de: monstruos que campan sueltos, a sus anchas por la vida. ¿Quién volverá a enterrarlos bajo las montañas?

Tras el golpe de mano, la metáfora y sus monstruos de cien manos han adquirido rápidamente legitimidad en todos los ámbitos. Su discurso ha calado incluso hasta el lugar más insospechado, el aparentemente más al abrigo de la monstruosidad: la república de los sabios, la Universidad.

Hace poco, en algún periódico de gran difusión (¿qué más da cuál?) leí a alguien (¿qué más da quién?, un profesor de física, por si alguien quiere más datos). Ante la noticia de la concesión del premio Nobel a dos investigadores rusos a sueldo de una Universidad británica, este hombre suspiraba: también nosotros deberíamos hacer lo mismo en España, decía, fichar rusos – igual que nuestros equipos de fútbol, que pueden competir mejor gracias a sus fichajes de extranjeros.

Uno no puede por menos que estremecerse ante este monstruo de la razón. Nótese que no se dice que deberíamos fichar sabios rusos para aprovecharnos de su conocimiento y saber más. No: es para poder competir mejor, literalmente como equipos de fútbol. ¿En qué liga? Supongo que en esos escalafones, clasificaciones o rankings de Universidades que pululan por ahí oficial o extraoficialmente – nadie sabe bien para qué. (Suelen usarse para sacarles los colores a los mal clasificados, como si nadie hubiera hecho la observación de que no pueden ser otra cosa que publicidad y que, por lo tanto, han de estar pagados a escote por las primeras de la lista).

Naturalmente este profesor de física, que con tan preclaras ideas ha llegado a merecer un espacio en tribuna tan excelsa, no parece haberse planteado jamás la pregunta más sencilla: ¿qué pensarán de esto en Rusia? Su exclamación, lamento o exabrupto periodístico da por supuesta la idea de que, como en el fútbol, hay equipos de primera y equipos de segunda y que, como en el fútbol, los de primera son los que tienen la guita. Punto final. Allá los rusos…

Los cíclopes redivivos, cretinos con dinero, vuelven a sentirse fuertes y a enseñar los dientes sin complejos. ¡Hay que combatir a toda costa la metáfora deportiva!, ¡por Saturno!

3 comentarios:

  1. Tienes razón, pero no creo que se vuelven a sentir fuertes, siempre lo han sentido. Lo que pasa es que ahora son más descarados.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  2. La competitividad deportiva es la manifestación simbólica del darwinismo social que impera desde hace ya demasiado tiempo, la característica, la huella, el sello del siglo XX.
    Ferran Grau

    ResponderEliminar
  3. no lleva razon esto es una mierda

    ResponderEliminar