miércoles, 4 de enero de 2012

Caminito

No se venden coches, pero los de lujo han aumentado un 83% el año pasado. Ese mismo año, el más terrible desde que vivimos al borde del abismo, los diez españoles más ricos han aumentado su patrimonio hasta acumular algo así como 35.000 millones de euros – capaces de resolver por sí solos el problema de déficit público que acumulamos los restantes cuarenta y cuatro millones.

El retorno a la jungla preilustrada continúa su avance siguiendo unas pautas ya muy claras que sorprenden por su implacable mecánica. De puro perfectas, cuesta creer que hayan sido planificadas, pero una vez en este punto, hay que reconocer que el neoliberalismo recicla todo y todo lo aprovecha, tanto las supersticiones ideológicas y discursivas como más la cruda realidad, prevista o no, para sus fines.

El implacable mecanismo que destruye el espacio público y las estructuras construidas en torno al llamado Estado de Bienestar, transformándolo en pasta privada, es el siguiente:

1 Con la excusa de la globalización “imperfecta”, que permite la libre circulación del dinero pero no de las personas, e implica el sometimiento de los trabajadores del mundo a una competencia que los iguala hacia abajo, se evita reclamar ni un duro a las grandes fortunas, alias “creadores de empleo”.

2 A cambio, se les da todo lo que se ha recaudado por vía impositiva a esos pobres trabajadores de clase media y baja en forma de exenciones, subvenciones a “emprendedores”, “vacaciones fiscales” o, sencillamente, dádivas con protocolo (como se puede comprobar estos días en torno al caso Urgangarín).

3 Cuando, por este procedimiento, ya no queda en las arcas públicas ni con que sonarse los mocos, se alega que las empresas y servicios públicos son deficitarios, o ruinosos, o cualquier otra fórmula que permita demostrar que no funcionan – y a renglón seguido se “recortan” o directamente se eliminan. Con la llamada “crisis”, la cosa se ha puesto a huevo.

Hablemos en Generalitat: los tipos que manejan la de Valencia, después de llenarles de pasta la cartera a los amigotes hasta hacerse “rescatar” por el gobierno de España, dicen que para arreglarlo hay que liquidar no sé cuántas empresas públicas. Los de la catalana, por su parte, se han propuesto enriquecerse con el negocio de la sanidad y no ha encontrado mejor manera que machacar, con gran seriedad y para evitar ser “rescatados” (por allí la independencia es buena excusa), la Seguridad Social.

Todo esto sucede delante de las narices de periodistas, comentaristas, expertos y público en general sin que dé la impresión de que a ninguno, atrapados en el detallito concreto de cada día (como si Pulgarcito se quedase mirando cada miguita sin sospechar siquiera que pudieran formar un caminito), el cuadro general le parezca especialmente intolerable, espeluznante o escandaloso. Nadie parece caer en la cuenta de que una economía que proporciona 35.000 millones a diez personas, pero dice que no puede garantizar salud, estudios y jubilación a la población, es una farsa.

Bueno, por este trágico camino sólo nos queda el consuelo de que cuando nos hayan quitado todo, ya no tendrán nada más que quitarnos... Una vez haya desaparecido el espacio público en su conjunto, transformado en el embudo por el que acaban en el bolsillo de cuatro o de cuarenta y cuatro las perras del conjunto, ¿de qué vivirán las grandes fortunas, de dónde seguirán alimentándose?

Claramente, tendrán que inventarse otro sistema. Supongo que ya lo estarán estudiando, pero si no se les ocurre nada, ya improvisarán. Total, con el público tan tonto que tienen...

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